LA INMACULADA CONCEPCIÓN EN MURCIA A TRAVÉS DE UNA OBRA DE ANTONIO YUSTE
08/12/2018
La implantación y defensa en la Iglesia del dogma de la Inmaculada Concepción está intrínsecamente unida a la orden de los franciscanos. Sus orígenes se aproximan al siglo XIV, con el franciscano Juan Duns Escoto, teólogo y filósofo inglés, fundador de la doctrina escotista, opuesta a la de Santo Tomás de Aquino. El auge inmaculista no solo traspasó la especulación teológica, sino que llegó al pueblo llano y llegó a considerarse una cuestión de Estado en España cuando sus monarcas Felipe III y Felipe IV, entre otros a lo largo del XVII, se propusieron obtener de la Santa Sede la definición dogmática del privilegio mariano. Así, Felipe III organiza una serie de embajadas para ir a Roma. El impulso de la primera es depositado en el franciscano Antonio Trejo, quien, acreditado previamente como obispo de la diócesis de Cartagena-Murcia, gestiona y agiliza ante la Sede Apostólica su promulgación. De hecho, es el propio Trejo quien confirma, en 1624, la declaración del patronato de la Inmaculada por el Cabildo, la Ciudad y el Reino de Murcia. En el correr de los tiempos, a través de las actas capitulares se observa que el culto a la Purísima no fue algo que obedecía a la existencia de un momento o a una eventual circunstancia, sino que este hecho quedó impregnado en el sentir de las gentes, y fue objeto de atención por parte del Concejo de Murcia. En la actualidad, el culto a la Inmaculada sigue estando presente entre las manifestaciones religiosas más tradicionales de Murcia. Su fiesta se sigue celebrando anualmente el 8 de diciembre, señal de que ha quedado marcada de forma indeleble por el calendario de los tiempos. Numerosas instituciones murcianas realizan una ofrenda floral en su onomástica ante el monumento de su imagen en la actual plaza de Santa Catalina. |
La representación directa del milagro de la Concepción Inmaculada de María -la figura de "Anna gravida" con la diminuta imagen de la Virgen "in utero"- nunca aparece en el arte español. La iconografía de la Inmaculada Concepción se podría asimilar a la de la dama celeste medieval -al principio no identificable con la Virgen María, sino como una alegoría de la naturaleza, la sabiduría o la filosofía-, con su gran manto azul y la luna bajo sus pies, envuelta en rayos de sol y con su cabeza rodeada de estrellas. Las primeras representaciones de la Inmaculada Concepción, el Arbol de Jessé, Santa Ana Triplex y el Abrazo ante la Puerta Dorada, fueron importadas a España de otros lugares. Una nueva imagen concebida en torno al año 1500, surgió como posibilidad, la Virgen "tota pulchra" rodeada por los atributos que los exégetas vincularon con su pureza. Fue una figuración recomendada por Molanus, portavoz sobre asuntos iconográficos durante el Concilio de Trento, como la correcta manera teológica de representar la doctrina. Sin embargo, Molanus, no dijo la última palabra sobre el tema. A comienzos del siglo XVII, a los atributos virginales del "Cantar de los Cantares" se agregaron los de la mujer apocalíptica de Patmos: la mandorla de los rayos del sol, la corona de las doce estrellas y la luna creciente bajo sus pies, rasgos todos ellos que se tomaron de la tradicional iconografía española de la Asunción de María. Esta imagen híbrida fue considerada ortodoxa y se utilizó repetidas veces en representaciones pictóricas y escultóricas de la Inmaculada Concepción durante el siglo XVII y más tarde, lo que jugó un importante papel en la extensión de la devoción de la doctrina y contribuyó a reflejar el creciente fervor de los patrones españoles. |
Así como la advocación de la Inmaculada Concepción está profundamente incardinada en la historia espiritual de España en general y de la Región de Murcia en particular, a la defensa del dogma han acudido sin dudarlo los principales artífices del patrimonio artístico hispánico, entre ellos los imagineros murcianos. Es el caso de Antonio Jesús Yuste Navarro con su Purísima de Zarandona (Murcia), quizá la obra del artista ciezano en la que la herencia estilística de la tierra aparece de forma más nítida: los ecos del espléndido manto adorando de estofas vegetales, con ese azul egeo de claras resonancias salzillescas; la elegancia levemente manierista del marsellés Antoine Duparc , y el clasicismo de José Hernández Navarro en el modelado de la túnica, de pliegues sencillos y rotundos, rematada luego la estofa con primorosa policromía floral. Todo ello sin abandonar la impronta claramente reconocible de un Yuste que de nuevo convierte la síntesis en hallazgo a través de su personal verbalización del lenguaje emocional de la imaginería. Esta Inmaculada se sitúa en la cima de la trayectoria mariana del escultor Yuste Navarro, tanto por su riqueza estética, como por su rotundidad artística. La esmerada planificación de la obra, que juega en las vestimentas sugiriendo rugosidades, caídas y tiranteces con eficacia, dibuja un elegante contraposto más cercano a Tiépolo que a la quietud vertical de Mena o Cano; creando un aura de cálida gentileza en el ademán de la Virgen, que acoge al fiel y lo rinde al encanto de una cabeza bellísima, delicada y de honda ternura maternal. El rostro, de modelo más curvilíneo de lo que es habitual en las obras marianas de Yuste, está dominado por una mirada de ajustada ausencia, que se diría rayana en lo místico si su ensimismamiento no estuviera aligerado por el levísimo apunte de sonrisa de la boca, tan dulce, en fin, como toda la obra. La vuelta dorada de la toca para enmarcar con majestad la cabeza, y con ella, la amorosa expresión de María, resume la intención del escultor de desarrollar la dualidad del significado "Madre de todos - Reina de los Cielos", uno de esos difíciles equilibrios tan del gusto de Yuste y en los que con tanto aplomo eleva su voz creadora. Un escultor que sigue sorprendiendo con la enjundia de sus cualidades, y que ha expresado con esta Inmaculada de imponente presencia, ante todo, su profunda devoción por la Madre de Dios. Para cualquier imaginero, el reto de modelar y tallar piezas íntegramente en madera policromada es un trance del que no puede salir sin que sus virtudes y carencias queden bien visibles, desnudas dichas piezas de esos tejidos naturales y del sabio aprovechamiento de los vestidores. Pero los escultores de raza, como Yuste Navarro, contemplan la ocasión como un regalo que permite que al artista desarrollar un discurso definitorio de su personalidad creadora. Así sucedió con el Cristo de la Redención (2017) de la Archicofradía de la Sangre de Murcia, y así ha vuelto a suceder con esta Inmaculada Concepción, tallada en madera de cedro real, estofada y policromada al óleo, que desde su parroquia homónima preside como patrona la pedanía de Zarandona. |
FUENTES Con información de Enrique Centeno González. STRATTON, Suzanne. "La Inmaculada Concepción en el arte español", artículo publicado en Cuadernos de arte e iconografía, tomo 1, nº 2, Fundación Universitaria Española: Seminario Marqués de Lozoya, 1988. LÓPEZ GARCÍA, María Trinidad. "El auge del dogma de la Inmaculada Concepción auspiciado por el franciscano fray Antonio de Trejo, obispo de Cartagena, y la implicación del concejo de Murcia, a principios del siglo XVII", artículo publicado en La Inmaculada Concepción en España religiosidad, historia y arte: actas del simposium, volumen 1, Real Centro Universitario Escorial-María Cristina, 2005. SÁNCHEZ GIL, Francisco Víctor. "Murcia por la Inmaculada Concepción en 1723", artículo publicado en la revista Carthaginensia, volumen 18, nº 33-34, Universidad de Murcia, 2002. FELIU FRANCH, Joan. "Significados alquímicos de la iconografía cristiana", artículo publicado en la revista Millars. Espai i Història, número 28, Universitat Jaume I (UJI), 2005. |
Fotografías de Manuel Carpio
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