LA ICONOGRAFÍA DE SAN ANTONIO DE PADUA

Con información de Luis Ribera y Francisco Chavero Blanco (11/06/2007)


 

 

Nacido en Lisboa (1196) como Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, el popularmente llamado Taumaturgo de Padua por sus numerosos milagros es, en palabras del sacerdote Luis Ribera, el santo popular por excelencia, el santo que obra cosas maravillosas, el de los pobres y el de todo el mundo, tal y como también señalara León XIII al ser venerado en todos los rincones del orbe cristiano.

Famoso por sus predicaciones, Pío XII lo elevó en el año 1946 a la categoría de Doctor de la Iglesia. Murió en el año 1231, en Padua (Italia), ciudad por cuyo nombre es universalmente conocido y en la que se conservan sus reliquias.

En sus representaciones artísticas, San Antonio de Padua viste el hábito franciscano y se halla representado como un joven esbelto y de extraordinaria belleza, lo que se debe a su juventud durante el ejercicio del apostolado y a su función de santo casamentero, cuyo atractivo incita a los solteros a encomendarse a él para pedirle pareja a su imagen y semejanza.

Suele mirar con amor al Divino Infante, al cual sostiene sobre el brazo izquierdo o entre ambas manos, o bien fijamente al espectador. Sus atributos son los lirios y un libro, símbolos de pureza y elocuencia, respectivamente.

La obra que aparece en la imagen constituye uno de los más felices simulacros del santo en la escuela sevillana. Fue labrada por el célebre imaginero cordobés Juan de Mesa y Velasco en el año 1620, según se desprende de un contrato firmado el 7 de enero de dicho año entre el escultor y Francisco de Quintanilla. Mide 106 cm y la policromía corresponde al pintor Juan de Uceda Castroverde, colaborador de Mesa en numerosas ocasiones.

La efigie es titular del convento sevillano de San Antonio de Padua. Su plástica responde a los postulados del protobarroco sevillano, presentando rasgos estilísticos propios de este periodo.

La peana con cabezas de ángeles, que no se corresponde con la talla original, se atribuye al taller de Pedro Roldán (hacia 1660-1670). El libro y el cordón de plata parecen datar de una alteración sufrida en el siglo XVIII. Por último, entre los años 1933 y 1938, fue restaurada por Manuel Cerquera Becerra, quien selló grietas y labró nuevas manos. 

 

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