SAN ANTONIO DE PADUA. UNA OBRA DEL XVII EN EL TEMPLO HOMÓNIMO DE SEVILLA

Con información de José Roda Peña y Carmen Bahíma. Fotografías de Daniel Salvador-Almeida (13/06/2024)


 

 

Se puede considerar que la figura de San Antonio de Padua (Lisboa, 1195 - Padua, 1231) ocupa un lugar muy especial en el mundo hispánico, constituyendo un caso particularmente interesante de propagación y de absorción de un mito histórico-religioso con origen en Portugal y en Italia, que se difundió a todas partes del mundo. Las representaciones de San Antonio de Padua en el arte son relativamente escasas durante los siglos XIII y XIV, comenzando a proliferar a partir del siglo XV, que es cuando los italianos incluyen la azucena como uno de sus atributos iconográficos y también cuando la figura del Niño Jesús aparece en sus brazos. Se atribuye la fijación de la imagen iconográfica del santo como modelo y con finalidad pedagógica a la divulgación del "Liber Miraculorum" y de diversos textos, generalmente traducciones, que empezaron a circular sobre todo en el siglo XV. Lo cierto es que el culto antoniano se difundió enormemente gracias a la acción de los franciscanos y a la fundación de hospitales, conventos y monasterios bajo la advocación del santo.

De hecho, la orden franciscana con el apoyo de la monarquía tuvo un papel determinante en la divulgación del culto antoniano. Los franciscanos fueron grandes responsables de la difusión de la imagen de San Antonio por todas partes del mundo, junto con la de San Francisco de Asís, como ícono de cariz más popular de dicha orden religiosa, dando cuerpo a la sencillez, a la humildad, a la sabiduría, a la sensatez y a la ejemplaridad. Puesto que los descubridores españoles y portugueses se hacían acompañar de frailes franciscanos que llevaban la imagen del santo, podemos considerar que San Antonio entró en América Latina durante el imperio hispanoportugués como símbolo de identidad cultural, de paz y de ecumenismo, con vestigios hasta la actualidad. Fue precisamente la devoción popular la que transformó a este franciscano erudito y orador en un santo taumaturgo y casamentero; es decir, la figura histórica se ha transfigurado hacia la mitificación. La figura de San Antonio de Padua se encuentra muy afiliada a la acción social conocida como "el pan de los pobres" y a otras influencias bienhechoras en las clases menos favorecidas en muchas partes del mundo.

El proceso de canonización de San Antonio de Padua fue uno de los más rápidos de la historia, pues duró solo once meses desde su muerte, siendo proclamado santo por el papa Gregorio IX el 30 de mayo de 1232. Los milagros se multiplicaron a partir de entonces, aunque en vida no había hecho ninguno, a juzgar por las fuentes más antiguas. Los milagros de San Antonio más divulgados por medio de la literatura y del arte son el milagro de la mula, el milagro de la salvación del padre, el milagro de la predicación a los peces y, sobre todo, el de la aparición del Niño Jesús. Este último episodio se recoge en el "Liber Miraculorum", escrito en el siglo XIV: cuando San Antonio se encontraba predicando por el sur de Francia, uno de sus seguidores le ofreció como alojamiento una habitación de su casa. Movido por la curiosidad y atraído por las oraciones del santo, se encaminó hacia el aposento, viendo a través de la ventana al Niño Jesús, al que San Antonio sostenía entre sus brazos, besándolo. En las representaciones artísticas, el Niño Jesús suele aparecer sentado o de pie sobre un libro, que representa a la Sagrada Escritura y es también símbolo del magisterio ejercitado por el santo.

San Antonio es el protector todopoderoso que está siempre muy cercano a sus devotos y que tiene la capacidad de adaptarse siempre a sus necesidades, dando lugar a que su culto pueda renovarse incesantemente. Y de hecho San Antonio sigue suscitando el interés de los artistas que lo representan de forma innovadora, acompañando la evolución de su culto y renovando también su imagen.

 

 
     
     
 

 

La procedencia de este grupo escultórico objeto de nuestro análisis radica en la propia iglesia conventual de San Antonio de Padua -en cuya nave del evangelio recibe culto, concretamente en un retablo neoclásico del siglo XIX-, debiendo ser encargado, bien por la propia Orden franciscana, bien por algún comitente a título particular. En la actualidad, su cuidado y culto recae sobre la Hermandad del Buen Fin. Como cotitular de dicha corporación de penitencia, recibe culto interno en la iglesia de San Antonio de Padua y cumple asimismo una función procesional, protagonizando desde el año 2003 una salida anual el día de su festividad, el 13 de junio, por las calles de la feligresía.

Por sus características de estilo, técnica de talla y morfología, puede encuadrarse en el primer tercio del siglo XVII. El tratamiento de los cabellos, la composición de la figura del santo y hasta el tipo físico del Niño Jesús delatan esta datación aproximada y su pertenencia a la escuela sevillana de escultura. 

El grupo responde a una de las interpretaciones iconográficas tradicionales de este popular santo: como un joven imberbe, dotado de una amplia tonsura monacal. Aparece erguido, con los pies calzados, adoptando la característica actitud de reposo o contraposto de raíz clásica, de manera que adelanta ligeramente la pierna derecha, cuya rodilla flexiona. Viste el hábito de la Orden franciscana a la que perteneció, anudándose a la cintura con un cordón pendiente de plata, metal en que también aparecen labrados el nimbo que luce el santo en la cabeza, el ramo de tres azucenas -símbolo de pureza y castidad- que sostiene junto al brazo derecho y el libro cerrado que sujeta entre ambas manos, sobre el que reposa, sentado, el Niño Jesús. Este último se nos muestra desnudo, con las piernas encogidas y vuelto hacia el santo, girándose por tanto hacia su diestra. Su manita derecha la posa, en confiado gesto, sobre el pecho de San Antonio, a quien mira con sonriente y amorosa complacencia; la mano izquierda, en cambio, la posa sobre una pequeña esfera terráquea, de la que emerge una banderola crucífera de plata, siendo asimismo argénteo el halo de su testa.

Solo se detectan paralelismos a nivel iconográfico con otras esculturas barrocas sevillanas, pero de cronología un poco posterior. Un ejemplo excepcional lo constituye la talla de tamaño natural documentada como obra de Felipe de Ribas en 1642, que desde entonces preside el retablo mayor de esta misma iglesia conventual de San Antonio de Padua de Sevilla.

La peana sobre la que descansa la escultura es ajena al grupo original, siendo una interesante pieza de acarreo, que no dudamos en atribuir al escultor e imaginero sevillano Benito de Hita y Castillo (1714-1784) en el tercer cuarto del siglo XVIII. Así lo delatan la técnica de talla y las peculiares fisonomías y concentradas expresiones que muestran las cabezas aladas de ángeles que tachonan este escabel de nubes.

 

 
 
 
 
Estado anterior y posterior a la última restauración

 

Dicha intervención de Carmen Bahíma fue ejecutada dentro del programa de subvenciones de la Junta de Andalucía para la convocatoria de 2021. La restauradora contó con un equipo multidisciplinar formado por Juan Alberto Pérez Rojas (escultor), Gracia Montero (desinsectación), Daniel Salvador-Almeida (fotógrafo) y José Roda Peña (historiador).

El proceso al que se sometió la escultura consistió en el tratamiento de desinsectación mediante gases inertes, estudio estratigráfico de correspondencia de policromía, estudio radiológico completo, limpieza de la obra, consolidación del soporte y de la nube de ángeles, reconstrucción de elementos perdidos, eliminación de añadidos ajenos, reintegración del dorado, reintegración cromática de las lagunas de color y protección final.

 

 
 
 
 
 
 
 
 
Estado anterior y posterior a la última restauración

 

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