FARAÓN. REY DE EGIPTO

07/06/2018


 

 
 

Estatua sedente del faraón Seti

Arenisca cuarcítica
Dinastía XIX, reinado de Seti II, hacia 1200-1194. a.C.
Templo de Mut, Karnak, Tebas, Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Introducción

Faraón. Rey de Egipto explora el simbolismo y el ideario de la monarquía egipcia, al tiempo que intenta desvelar las historias de los objetos y las imágenes que ha dejado como herencia esta antigua civilización.

Eran cientos los dioses a los que se rendía culto en el antiguo Egipto, y se creía que todos mantenían algún vínculo con el faraón. Los antiguos mitos explican que, antes del primer faraón, Egipto había sido gobernado por los dioses. Como sumos sacerdotes, los faraones supervisaron la construcción de grandiosos templos para la celebración de rituales. Los entierros reales, bajo las pirámides o en el Valle de los Reyes, se concebían con la intención de garantizar el renacer del faraón como Osiris, señor del inframundo o mundo de los muertos.

Junto a esta naturaleza divina, el faraón también era a menudo representado como un audaz guerrero o un genio de la estrategia militar, implacable con sus enemigos. Comandaba los ejércitos con la misión de mantener la paz interior y de expandir las fronteras. Sin embargo, Egipto sufrió numerosas y dolorosas derrotas, entre otras, contra los ejércitos romano y nubio. Asimismo, a pesar de su papel como señor de las Dos Tierras, nexo de unión entre el norte y el sur de Egipto, lo cierto es que los faraones no pudieron evitar fuertes tensiones internas. Egipto conoció varias guerras civiles, y fue conquistado por potencias extranjeras o gobernado por distintos soberanos que se disputaban el poder.

A través de las estatuas y los monumentos, los faraones construían con esmero sus identidades, y proyectaban una imagen idealizada de sí mismos, bien como guerreros poderosos, protectores de Egipto contra sus enemigos, bien como adoradores fervientes de los dioses, intermediarios entre ellos y el resto de la humanidad. Tras estas representaciones de la realeza, sin embargo, la realidad era mucho más compleja. No todos los gobernantes del país fueron de sexo masculino, ni tampoco egipcios, como el rey macedonio y gobernante Alejandro Magno. También hay constancia de conspiraciones regicidas, e incluso de golpes de Estado.

Al margen de su origen, o de que fueran hombres o mujeres, los monarcas egipcios se definían mediante la adopción de símbolos reales. Así, por ejemplo, inscribían sus nombres en cartuchos, o llevaban en la frente el ureo, una figura de cobra erguida. Si bien algunos faraones fueron objeto de veneración -como Tutmosis III, que propició la máxima extensión al imperio egipcio, o Amenhotep I, que tras su muerte fue adorado como un dios-, otros se vieron condenados al olvido. Fue el caso de Akenatón, causante de un profundo trastorno religioso al introducir el culto al disco solar de Atón como único dios nacional.

Dividida en diez ámbitos, la exposición examina la figura del monarca egipcio desde todos los puntos de vista: como ser divino, situado en el centro de la estructura social, a cuyo alrededor se articulan símbolos y creencias que van más allá de la existencia terrenal; en su vida de palacio, rodeado por su familia; como gobernante y como guerrero, e incluso pone de relieve que el origen de los faraones no fue siempre egipcio.

Faraón. Rey de Egipto presenta 164 piezas destacadas de la colección egipcia del British Museum, que conserva uno de los fondos egipcios más importantes del mundo y es el que ofrece una imagen global más completa del antiguo Egipto. Los objetos expuestos permiten apreciar las múltiples habilidades de los antiguos artistas egipcios, y son un testimonio de la imagen que el faraón quería que se transmitiera de sí mismo.

La exposición muestra el rostro de los faraones, que impresionan por su seriedad; también, escenas de coronaciones en las que aparecen rodeados por dioses, en medio de una explosión de alegría, y estelas donde los vemos con los brazos cruzados -postura que se asocia a Osiris-, transformados a su vez en dioses. Junto a la presencia fascinante de las obras de arte, los textos nos permiten reconstruir el contexto en el que se crearon, e introducirnos en los escenarios de la vida de los faraones: el templo, el palacio, las fiestas, la memoria, las formas de legitimar y transmitir el poder, el más allá...

Los visitantes podrán descubrir una selección de estatuas monumentales, relieves en piedra de antiguos templos, papiros, joyas y objetos rituales. Destacan varias piezas únicas: la figura del dios halcón Re-Haractes, una cabeza impresionante del faraón Tutmosis III de limolita verde, unas losetas del palacio de Rameses III o un busto de mármol de Alejandro Magno.

La exposición también presenta objetos menos habituales: las incrustaciones de colores que se usaron para decorar el palacio de un faraón; las misivas grabadas en escritura cuneiforme sobre tablillas de arcilla que dan fe de la intensa actividad diplomática entre Egipto y Babilonia durante la XVIII dinastía; el arco de madera de uno de los comandantes militares del faraón; un papiro que deja constancia de un juicio por robar en un templo, o las imágenes de gobernantes nubios, griegos y romanos que actuaron como faraones.

Acompañando a las obras, Faraón. Rey de Egipto incluye tres piezas audiovisuales: dos vídeos y un interactivo. En el primero de los vídeos se nos presenta la geografía de la antigua civilización egipcia, mientras que en el segundo se profundiza sobre la evolución de las tumbas reales en el antiguo Egipto. El interactivo "Lista de reyes" representa una piedra tallada egipcia -con una longitud real de 5 metros-, con incisiones e incompleta. Esta pieza pretende acercar a los visitantes cómo los faraones construyeron su legitimidad al vincularse con algunos de sus predecesores eligiendo dejar de lado a otros.

 

 
 

Elemento decorativo para muebles en forma de ureo

Oro
Baja Época, hacia 664-332 a.C.
Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Presentación

Fiel a su objetivo de hacer accesible la muestra a todos los públicos, la Obra Social "la Caixa" incluye "Faraón: la imagen de Egipto", el espacio educativo donde es posible pasear por una tumba faraónica y, a través de los registros de las pinturas de las paredes, elegir los elementos que darán poder y prestigio para vestir al faraón.

A partir de la muestra Faraón. Rey de Egipto, se despliega un completo programa de actividades para todos los públicos que incluye -además de la conferencia a cargo de la comisaria, Marie Vandenbeusch, y las visitas específicas para personas mayores, público familiar y grupos escolares- "La Noche de los Faraones". En esta velada, que forma parte de "Las Noches de Verano" que la entidad organiza todos los miércoles de julio y agosto, se realizarán distintas actividades, como un showcooking-conferencia o una visita a la exposición junto a la bailarina Anna Hierro, entre otras.

También se ha programado el ciclo de conferencias "El Egipto de los faraones". En el marco de este ciclo, se estrenará además como novedad un formato de conferencia pensado para toda la familia, junto a la arqueóloga Núria Rosselló. Como viene siendo habitual, la exposición se completa con la edición de una publicación a cargo de la Obra Social "la Caixa" y el British Museum, y coordinada por la comisaria, Marie Vandenbeusch.

Faraón. Rey de Egipto pudo verse entre 2011 y 2013 en una primera versión por varias ciudades del Reino Unido. Luego se amplió la lista de objetos incluidos en la muestra y los temas que abarcaba para su exhibición internacional. La muestra llega a CaixaForum Barcelona tras pasar por el Cleveland Museum of Art.

Se trata de la tercera de una serie de cuatro proyectos conjuntos entre la Obra Social "la Caixa" y el British Museum, que se han presentado y se presentarán en varios de los centros CaixaForum a lo largo de cuatro años (2016-2020), a partir de los fondos del museo británico de historia antigua y global, uno de los mayores del mundo. "Los pilares de Europa" fue el primer proyecto que fructificó en esta nueva etapa de colaboración, seguido por "La competición en la antigua Grecia". Esta colaboración es fruto de la voluntad de ambas instituciones de promover el conocimiento a partir de la organización de grandes proyectos expositivos, presentados conjuntamente a partir de las colecciones británicas.

El presidente del Patronato del British Museum, Sir Richard Lambert, y la directora general adjunta de la Fundación Bancaria "la Caixa", Elisa Durán, firmaron en septiembre del año 2015 un acuerdo de colaboración entre ambas instituciones para los próximos años. El compromiso permitía intensificar una relación de entente histórica entre estas dos instituciones, que durante décadas han venido trabajando conjuntamente. El British Museum siempre ha sido uno de los prestadores de referencia en las exposiciones que "la Caixa" ha dedicado a las grandes culturas del mundo.

Este ambicioso acuerdo se enmarca en la línea de actuación impulsada por la Obra Social "la Caixa" para el establecimiento de alianzas estratégicas con grandes instituciones culturales del mundo, a fin de intensificar su acción cultural y fomentar sinergias entre distintas instituciones de primer orden internacional.

 

 
 

Capitel de Hathor

Granito rojo
Dinastía XXII, reinado de Osorkon II, hacia 874- 80 a.C.
Templo de Bastet, Bubastis, Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Egipto, la tierra de los faraones

Los faraones gobernaron Egipto desde el 3000 a.C., aproximadamente, hasta la conquista romana, en el 30 a.C. Tras una apariencia de unidad, fueron muchos los cambios -económicos, tecnológicos, artísticos y políticos- que transformaron el país. Hubo épocas, por otra parte, en que el poder se compartió con invasores de potencias vecinas. A pesar de todos estos cambios, la flexibilidad inherente a la monarquía egipcia le permitió sobrevivir durante más de tres milenios. El faraón representaba a los dioses en la tierra, manteniendo lo que se conocía por "maat" (orden universal) y protegiendo Egipto de sus enemigos. La exposición Faraón. Rey de Egipto profundiza en los ideales, las creencias y el simbolismo de la monarquía egipcia, pero también se propone desvelar la realidad que había detrás de esas ideas.

Los antiguos egipcios contaban los años por reinados: el quinto año del reinado del faraón Rameses II, por ejemplo, equivale aproximadamente al 1274 a.C. En la actualidad estamos familiarizados con la división cronológica de la historia del antiguo Egipto en dinastías (grupos de soberanos relacionados entre sí), un sistema ideado por el sacerdote egipcio Manetón, que vivió en el siglo III a.C. Posteriormente, dichas dinastías se organizaron en períodos históricos de mayor amplitud conocidos como Reino Antiguo, Reino Medio y Reino Nuevo, separados por Períodos Intermedios durante los cuales el estado, en muchos casos, no estuvo centralizado. Por ejemplo, Rameses II es el tercer faraón de la Dinastía XIX, correspondiente al Reino Nuevo.

Egipto siempre ha estado condicionado por el Nilo, que de sur a norte discurre por el Alto y Bajo Egipto y forma un delta compuesto por una amplia red de canales que desembocan en el Mediterráneo. A ambos lados del valle del Nilo se extienden áridos desiertos. Las tierras a las orillas del Nilo eran muy productivas, gracias a los limos que dejaba la crecida anual del río. Los antiguos egipcios supieron canalizar sus aguas y hacer que se pudiera practicar la agricultura todo el año. El Nilo también era la principal ruta de transporte en Egipto, aunque en el sur los desplazamientos se veían dificultados por las cataratas, que obligaban a descargar los barcos y transportarlos por tierra para evitar los peligros de las rocas y los rápidos. Nada de esto disuadía a los egipcios de emprender expediciones a tierras lejanas en busca de mercancías valiosas, como el ébano, o los colmillos de elefante. Estas expediciones, decididas a menudo por decreto real, eran esenciales para el prestigio de los faraones. En los grandes desiertos que rodeaban el valle del Nilo, de los que se extraían piedras y metales preciosos, se usaban asnos para transportar las mercancías por las rutas de las caravanas.

El Alto y el Bajo Egipto se conocían antiguamente como las Dos Tierras, y en los períodos de estabilidad eran gobernados como un solo país. Para controlar tan vasto territorio, y ayudar a mantener la paz con sus vecinos (los nubios al sur, los libios al oeste y los estados de Hatti, Mitanni, Asiria y Persia al noreste), hacía falta un faraón fuerte. A lo largo de los siglos, la relación con estos pueblos fluctuó entre los conflictos y las alianzas. Las fronteras del estado egipcio se movían en función del resultado de las campañas militares y de la diplomacia.

 

 
 

Fragmento de la tapa del sarcófago del faraón Rameses VI

Dinastía XX, reinado de Rameses VI, hacia 1143-1136 a.C.
Tumba de Rameses VI, Valle de los Reyes, Tebas, Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Templos y símbolos de poder para los hijos de los dioses

Eran cientos los dioses a los que se rendía culto en el antiguo Egipto, y se creía que todos mantenían algún vínculo con el faraón. Los antiguos mitos explican que antes del primer faraón Egipto había sido gobernado por los dioses. El último gobernante divino fue Horus, dios con cabeza de halcón, de quien el faraón era considerado una encarnación. Una vez fallecido, cada faraón se transformaba en el dios Osiris, padre de Horus y señor del inframundo o mundo de los muertos. Su sucesor pasaba a ser el nuevo Horus en la tierra.

Los soberanos hacían constantes referencias a su relación con el mundo divino para justificar su derecho al trono: actuaban como representantes de los dioses, y al mismo tiempo como intermediarios entre los seres humanos y los divinos. Las paredes de los templos egipcios antiguos están cubiertas de imágenes que representan la relación del faraón con los dioses. Junto a escenas de los mitos de la creación aparecen a menudo imágenes de ofrendas realizadas a deidades en agradecimiento por una crecida abundante del Nilo y un reinado próspero. Estas ofrendas podían ser de leche, pan, vino o estatuillas de la diosa Maat. En las fachadas de los templos se mostraban asimismo representaciones de victorias militares que presentaban al faraón como un guerrero poderoso que sometía a sus enemigos.

La suntuosa indumentaria del monarca y sus elaboradas joyas lo diferenciaban del pueblo, mientras que su poder recibía plasmación simbólica en una serie de coronas con significados muy concretos, además de en el ureo (cobra erguida) de su frente. La doble corona, por ejemplo, que combinaba la corona roja del Bajo Egipto y la corona blanca del Alto Egipto, indicaba su control sobre el país unificado.

El faraón disponía de una titulatura compuesta por múltiples nombres, títulos y epítetos, dotados de importantes significados simbólicos, que se elegían cuidadosamente para transmitir la devoción a un determinado dios o la relación con un gobernante anterior. Generalmente cada faraón tenía cinco nombres reales. Dos de ellos, el nombre de entronización y el de nacimiento, se incluían en sendos cartuchos, es decir, eran rodeados por una cuerda con nudos a modo de protección.

La palabra egipcia para "templo" (hut netjer) significa "casa del dios". Los templos egipcios contaban con una sucesión de patios y salas con columnas que llevaba hasta la zona más sagrada, a la que solo podían acceder un reducido número de sacerdotes y donde se custodiaba la estatua de la divinidad principal del templo. Los templos eran esenciales para la relación entre el faraón y los dioses, y algunos de ellos fueron ampliados y modificados repetidamente por monarcas sucesivos. A menudo templos preexistentes eran derribados y reutilizados, y los nombres del nuevo faraón se inscribían sobre los anteriores.

Del faraón, en tanto que sumo sacerdote, se esperaba que realizase las ceremonias religiosas más importantes, como el ritual diario de hacer ofrendas al dios, vestirlo y alimentarlo. En realidad, estos rituales los realizaban, en representación del monarca, numerosos sacerdotes a lo largo y ancho del país. En caso de quedar satisfechos, los dioses premiaban a Egipto con la estabilidad y al faraón con un reinado largo y próspero.

 

 
 

Cabeza del faraón Tutmosis III

Limolita verde
Hacia 1479-1457 a.C.
Karnak, Tebas, Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Festividades y memoria frente a la vida de la realeza en palacio y con la familia

En los templos egipcios se celebraban muchas festividades religiosas, y algunas de ellas permitían a la población relacionarse con los dioses, o como mínimo con sus estatuas. Fuera del ámbito de los templos, una de las celebraciones más importantes era la Fiesta Sed, cuyo objetivo era reafirmar los poderes del faraón y su derecho de gobernar Egipto. En el transcurso de esta ceremonia, el faraón tenía que realizar varios rituales para demostrar que estaba capacitado para defender el país.

Un elemento importante de la cultura egipcia -tanto en la religión oficial como en las creencias populares- era la memoria de los antiguos gobernantes, a los que se veneraba como figuras santas que podían intervenir en la vida cotidiana. De hecho, como podemos contemplar en Faraón. Rey de Egipto, algunos faraones fueron adorados como dioses después de su muerte gracias a sus obras en vida.

Todo ello contrasta con que el nombre de algunos faraones fuera eliminado de los registros oficiales. Los nombres de la reina Hatshepsut, que gobernó como faraón durante un tiempo en lugar de su hijastro Tutmosis III, y de Akhenaton, que provocó graves disturbios religiosos al adorar a un solo dios (el disco solar Atón), fueron profanados por monarcas posteriores. Las listas reales suelen omitir a los faraones que gobernaron en épocas de inestabilidad política o religiosa. Los textos oficiales, como los de los templos, presentaban una monarquía idealizada, con un faraón victorioso como sacerdote, gobernante o guerrero. Por suerte para los egiptólogos actuales, algunos textos literarios ofrecen un punto de vista menos oficial acerca de los faraones.

Por todo Egipto se construían palacios reales. Además de dar alojamiento a la familia real, estos palacios constituían el marco de diversos rituales y ceremonias, e incluían aposentos para los invitados oficiales y los visitantes extranjeros. A diferencia de los templos, construidos en piedra, los palacios se edificaban sobre todo con adobes secados al sol, por lo que son muy pocos los que se conservan, aunque las incrustaciones de colores y las pinturas que se han encontrado en algunos de estos lugares muestran su esplendor original.

Las familias reales egipcias eran muy extensas. Además de su esposa principal, el faraón tenía también varias consortes secundarias. El matrimonio concertado con hijas de mandatarios de otros países era una manera de forjar o reforzar alianzas diplomáticas. De estas uniones reales nacían muchos hijos. Se cree que el faraón Rameses II engendró, con diversas esposas, a más de cuarenta hijos y cuarenta hijas.

Si bien se han encontrado pocas joyas u objetos cotidianos en palacios, las tumbas reales han permitido descubrir muchos ejemplos. Los talleres reales contaban con artistas de primer nivel que trabajaban los materiales más nobles, como el oro, las piedras semipreciosas y el vidrio. La mayoría de las materias primas se obtenían mediante el comercio con otras tierras, o bien a modo de tributos pagados por los territorios conquistados. En una pintura de la tumba de Sobekhotep, canciller durante el reinado del faraón Tutmosis IV (hacia 1400-1390 a.C.), se observa a un grupo de nubios que acarrean anillos de oro, ébano, pieles de leopardo, pepitas de jaspe rojo y colas de jirafa como tributo al faraón.

Aunque la economía del antiguo Egipto se basaba mayoritariamente en el intercambio, para las transacciones comerciales se usaban a menudo medidas estandarizadas de oro, plata y cobre.

 

 
 

Estatuilla del faraón Tutmosis IV

Bronce
Dinastía XVIII, reinado de Tutmosis IV, hacia 1400-1390 a.C.
Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Gobierno

Los textos del antiguo Egipto que han llegado hasta nuestros días revelan que el faraón tenía a sus órdenes un complejo sistema administrativo diseñado para mantener el control religioso, económico y político sobre el país. Para ello contaba con el apoyo de uno o dos visires (los funcionares de más alto rango del gobierno), que supervisaban una vasta red de escribas, sacerdotes y administradores.

Los altos funcionarios dejaban constancia de sus vidas, y de sus actos más importantes, en las tumbas y templos de todo Egipto; con frecuencia exageraban sus capacidades y su participación en ciertos acontecimientos, y escribían sobre lo que les había aportado riqueza y poder. Sin embargo, sabemos muy poco del pueblo o de quienes ocupaban posiciones menos importantes en la administración. La gran mayoría de los egipcios eran campesinos, enterrados con muy pocos lujos, y de los que ni siquiera conocemos sus nombres.

El faraón tenía entre sus obligaciones básicas defender Egipto y construir un imperio. Las fachadas de los templos estaban cubiertas de escenas bélicas en las que el faraón combatía y aplastaba a sus enemigos. A pesar de que estas representaciones suelen mostrarlo victorioso, muchas veces la realidad era distinta, aunque no esté tan bien documentada. Egipto atravesó por frecuentes períodos de guerra civil y fue invadido en muchas ocasiones por ejércitos extranjeros. Nubios, persas, libios, griegos y romanos: todos ellos atacaron y gobernaron en algún momento el país. Los registros oficiales egipcios omiten casi siempre estos hechos, descritos, en cambio, en documentos privados, que a veces mencionan batallas perdidas.

La acción militar no era la única forma en la que Egipto se relacionaba con sus vecinos. Otra manera importante de gestionar las relaciones con el exterior eran las alianzas diplomáticas. El intercambio de regalos y los matrimonios políticos eran habituales para ayudar a mantener relaciones pacíficas con los vecinos.

Egipto experimentó diversas invasiones y períodos en los que el país estuvo gobernado por potencias extranjeras. Durante estas épocas, la mayoría de los soberanos extranjeros adoptaron la iconografía y las tradiciones del antiguo Egipto, representándose a sí mismos como faraones, ostentando títulos reales y haciendo uso de los atributos e insignias propios de la realeza. Con este enfoque se buscaba apaciguar a la población local. El interés de algunos soberanos extranjeros por la historia y las creencias egipcias los llevó a copiar su arte y sus tradiciones, que ya tenían siglos de antigüedad.

Los monarcas extranjeros mantuvieron las creencias religiosas tradicionales y mostraron devoción hacia los dioses egipcios. Los reyes grecomacedonios y los emperadores romanos fueron grandes constructores de templos consagrados a los dioses egipcios, en los que se representaban ellos mismos como faraones tradicionales. En sus países de origen, sin embargo, estos gobernantes seguían adorando a sus propios dioses, y rara vez eran representados como faraones.

 

 
 

Ushebti del faraón Seti I

Fayenza azul
Hacia 1294-1279 a.C.
Tumba de Seti I, Valle de los Reyes, Tebas, Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Una vida eterna: la muerte del faraón

Se creía que a su muerte el faraón viajaba al inframundo o mundo de los muertos. Lo necesario para el viaje le era suministrado mediante textos mágicos, fórmulas, la decoración de su tumba y su ajuar funerario. Al llegar a la otra vida se asimilaba con el dios Osiris, señor de los muertos y del inframundo, y uno de los gobernantes míticos de Egipto antes de la creación de la humanidad.

El faraón difunto también era asociado a otros dioses, entre ellos Re, el dios solar; y, al igual que el sol, viajaba cada noche por el inframundo para renacer a diario con el alba.

Para ayudar al faraón en su periplo hacia una nueva vida, eterna esta vez, se construía una majestuosa tumba cuya función era acoger su cuerpo y darle tanto los conocimientos rituales como los objetos necesarios para la otra vida. Esta tumba se empezaba a construir a inicios de su reinado, para garantizar que estuviera todo preparado cuando falleciera el monarca.

La estructura de las tumbas reales fue cambiando a lo largo de la historia. Durante el Reino Antiguo y el Reino Medio se erigían pirámides. Más tarde, las tumbas pasaron a excavarse en las laderas del Valle de los Reyes, en Tebas, con el objetivo de ocultar su ubicación y su valioso contenido. Todas las tumbas estaban decoradas minuciosamente con textos mágicos y protectores, así como con descripciones de rituales. A pesar de estas precauciones, casi todas acabaron siendo saqueadas, en la mayoría de los casos ya en la antigüedad.

En las tumbas reales se depositaban muchos objetos de valor, como muebles, joyas y alimentos, que ponían de manifiesto la riqueza y magnificencia del faraón, y pretendían satisfacer sus necesidades para toda la eternidad. Para conservar su cuerpo, el faraón era momificado mediante un proceso que duraba unos setenta días. Hoy, la mayoría de las momias reales que se conservan se encuentran en el Museo Egipcio de El Cairo.

 

 
 

Estatuilla del dios Amón-Re

Plata sobredorada
Hacia 1069-664 a.C.
Karnak, Tebas, Egipto
© Trustees of the British Museum

 

Del 8 de junio al 16 de septiembre de 2018 en CaixaForum Barcelona (Avinguda de Francesc Ferrer i Guàrdia, 6-8)
Horario: lunes a domingo, de 10:00 a 20:00 horas; miércoles de julio y agosto, de 10:00 a 23:00 horas.

 

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