La Gran Pasión (I)

Esta sección se inicia con tres pinturas alusivas a los prolegómenos de la Pasión de Cristo: la Entrada de Jesús en Jerusalén, el Lavatorio de los pies a Pedro durante la Última Cena, y la Oración en el Huerto. Las dos primeras son dos luminosos cobres -la Entrada de Jesús en Jerusalén se halla atribuida al pintor Willem van Herp, de Amberes-, y la última es pintura señera del gran Sánchez Cotán.

Ya de lleno en los momentos más trágicos y dolorosos de la Pasión de Cristo, su Flagelación está representada por una poco conocida tabla de un seguidor de Pedro de Campaña y una escultura de Alonso de Mena. Completa el tema del azotamiento una exquisita escultura de Cristo recogiendo sus Vestiduras tras su Flagelación, del entorno de la familia Mora.

Por la complejidad de la escena, gran interés nos brinda la pintura alusiva a la Coronación de Espinas, quizás de Juan de Sevilla, discípulo de Alonso Cano, a quien también debemos el Ecce Homo acompañado por Ángeles y una sorprendente pintura del Nazareno, procedente de la parroquia de los Santos Justo y Pastor, que destaca por su elegante factura, por su intenso y vivo colorido y por el marco de época que la acompaña.

Este popular tema de Cristo por la Vía Dolorosa camino del Gólgota encuentra su correlato escultórico en el bello Nazareno de la basílica de la Angustias, obra temprana de Pablo de Rojas (1549-1611), encargado hacia 1584 por su hermandad con fines procesionales.

Algunos místicos desarrollaron una tétrica visión en la que Cristo, una vez despojado de sus vestiduras en el Gólgota ("Monte de la Calavera"), imploró al Padre y bendijo el madero donde habría de ser crucificado: es el momento representado por la excepcional terracota del Cristo de las Penas, una famosa obra de comienzos del siglo XVII conservada en la Cartuja de Granada y asignable a los enigmáticos hermanos García.

La Gran Pasión (II)

La Crucifixión supone el momento culminante de la Pasión de Cristo y así lo ha representado el arte en sus distintas manifestaciones a lo largo del tiempo. Una copia anónima de Van Dyck reproduce el momento en que le dan a beber a Cristo vinagre mezclado con hiel, ante sus palabras "tengo sed". También se representa a Cristo vivo en una pintura de Pedro Atanasio Bocanegra, otro de los seguidores del genial Alonso Cano.

En cualquier caso, la iconografía del Cristo muerto en la cruz, bien aislado o bien formando Calvario con la Dolorosa y San Juan Evangelista, será la más abundante. Así ocurre con el grupo escultórico del Calvario de la iglesia granadina de Santa Ana, fechable a mediados del siglo XVI y debido al buen hacer de alguno de los varios discípulos del polifacético Diego de Siloe.

Mayor interés ofrece el espléndido y soberbio Crucificado del Seminario Mayor, salido de las manos del ya mencionado escultor Pablo de Rojas, que por su blandura de modelado, estudio anatómico y carnación lechosa habría que calificar de obra maestra de la escultura española de finales del Quinientos. Contemporánea es la pequeña tabla de Calvario de la Abadía del Sacromonte.

Alonso Cano, figura cimera del barroco español, fue un gran renovador de la iconografía del Crucificado en Granada, como demuestra el lienzo de la Academia de Bellas Artes de Granada, perteneciente a su etapa granadina. Su ajustado dibujo, su elegante anatomía y su permanente búsqueda de la emoción a través de la belleza hacen de este Cristo una obra maestra del Racionero.

De un seguidor suyo es el original Crucificado de Santa María de la Alhambra, interpretando la singular iconografía de Cristo como fuente de vida entre las ánimas benditas. Cierran este tema dos excepcionales piezas de orfebrería: la magna Cruz Parroquial de la localidad granadina de Santa Fe, obra única y sin parangón de la segunda mitad del siglo XVI, y una magnífica Cruz de Altar italiana, de la segunda mitad del siglo XVIII, labrada a partir de un modelo de Gian Lorenzo Bernini para San Pedro del Vaticano.

La Gran Pasión (III)

El ciclo narrativo se reanuda con un importante lienzo del Descendimiento de la Cruz, obra flamenca del último tercio del Quinientos. El tema de la Piedad queda ejemplarmente representado a través de una pintura devocional de la Virgen de las Angustias, la advocación granadina por excelencia, y de dos pinturas de Felipe Gómez de Valencia o su entorno que, siguiendo la conocida estampa de Van Dyck, representan la Lamentación sobre el Cuerpo de Cristo Muerto y su Adoración Angélica. Se completa el ciclo con la singular visión de la Santa Faz de Sánchez Cotán, procedente de la Cartuja.

Obras excelsas tanto en pintura como en escultura se consagran al tema de la Soledad de María. En pintura necesariamente hay que comenzar por la grandiosa de Alonso Cano, una versión muy personal de la famosa Soledad del convento de la Victoria de Madrid, por la que el Racionero sentía una especial devoción. También rezuma un gran encanto e interés la Soledad del pintor novohispano José de Alfaro.

En escultura no podría estar mejor representada que con los hermosos bustos de la Dolorosa de la Real Capilla y la vecina iglesia del Sagrario, atribuibles, respectivamente, a José de Mora y Torcuato Ruiz del Peral, y por la enigmática Virgen de la Soledad del convento del Corpus Christi, del entorno de los Mora, que entrelaza sus manos en demostración de su dolor silente.

Como lógico epílogo al ciclo de la Pasión de Cristo, se cierra esta primera sección de la muestra con la delicada talla del Resucitado de Alonso de Mena, procedente de la parroquia de Churriana de la Vega, y una artística Cruz, ya sin imagen cristífera, de las Madres Carmelitas Descalzas.

La Pequeña Pasión

En la segunda sección de esta muestra, se ofrece una apretada síntesis iconográfica de la Pasión de Cristo a través de un selecto recorrido por obras de pequeño formato.

Se exponen aquí cuatro cobres italianos anónimos, procedentes de la sacristía de la iglesia granadina de los Santos Justo y Pastor, y dos tablas flamencas provenientes del retablo de la capilla de los Salazar en la parroquia de San José, obras datables en el primer tercio del siglo XVI y atribuibles a Petrus Christus II, pintor de Brujas llegado a la ciudad de Granada hacia el año 1506.

Se completa esta pequeña sala con un bello Crucificado italiano labrado en marfil, obsequio del arzobispo Ascargorta a la catedral, y con dos maravillosas terracotas modeladas por los hermanos García, las cuales representan al Cristo de la Humildad y el Varón de Dolores.

Ecce Homo y Mater Dolorosa

En la tercera y última sección se ofrece un importante elenco de bustos, de más o menos desarrollo, debidos a los más afamados maestros del barroco andaluz. El género fue muy demandado en su época como complemento a ciertas prácticas devocionales realizadas en la intimidad del ámbito doméstico.

Se inicia el recorrido con una sorprendente Cabeza de Cristo de Gaspar Núñez Delgado, obra en barro fechada a comienzos del siglo XVII. Años después, en Granada y empleando el mismo material, los hermanos García realizarían su esplendido relieve del Ecce Homo, verdadera obra maestra por su tratamiento anatómico, profundidad espiritual y acertada policromía.

A las décadas centrales del Seiscientos debe pertenecer el gran busto-relicario del Ecce Homo de las Carmelitas Descalzas, obra de atribución incierta por el repinte sanguinolento de su policromía.

Finalmente, los cuatro bustos restantes, tres Ecce Homos y una Dolorosa son, sin duda, obra de José de Mora, el más sublime y dotado miembro de esa compleja familia de escultores de origen mallorquín.