LA PROCESIÓN DE LOS SALZILLOS EN MURCIA

Fotografías de Santiago Rodríguez López. Textos de Carmen Bastida,
Francisco Javier Díez de Revenga y Jesús Abades


 

 

La procesión de la cofradía murciana de Nuestro Padre Jesús Nazareno en la mañana del Viernes Santo es conocida popularmente como "Procesión de los Salzillos" por haber sido ejecutadas prácticamente todas sus imágenes en madera policromada por el célebre escultor murciano Francisco Salzillo (1707-1783).

Muy emotivo y esperado es el momento en que las puertas de la Iglesia Privativa de Jesús se abren y el pendón mayor aparece ante el público que abarrota la plaza de San Agustín. De manera especial se recomienda su discurrir por la Plaza de Belluga ante el imafronte catedralicio, por las estrecheces de la calle Trapería, por Santa Catalina y la Plaza de las Flores bajo el sol de mediodía. La entrada suele tener lugar, aproximadamente, cinco horas después de su salida, pues la misma depende de la luz solar.

La comitiva desfila precedida de la llamada Sección de Bocinas y Tambores. Los carros-bocinas simbolizan las trompetas usadas por las tropas romanas que acompañaron a Jesús camino del Monte Calvario. Sus orígenes se remontan a 1601, año de la primera procesión de la cofradía, con las "trompetas de hojadelata" en la figura del hermano bocinero. En el año 1630 ya existían "bocinas con ruedecillas". Las bocinas actuales fueron fabricadas a principios del siglo XX para sustituir a las del siglo XVII, que eran de cinco metros de largo y de zinc. Están confeccionadas con láminas cónicas en metal de latón, con el emblema repujado de la Casa Real española, como escudo autorizado por la misma a la cofradía, y unas dimensiones de 3 metros de largo y 21 centímetros de diámetro en el pabellón.

Durante la procesión, los tambores van envueltos en un saco morado de tela y recubiertos con galas de terciopelo bordadas en oro, con el escudo de la cofradía, que fueron confeccionadas a mediados del siglo XX y restauradas en 1997 por la misma bordadora que las realizó. Al recogerse, algunas personas solicitan de los nazarenos estantes algún dátil de la palmera que lleva el paso de la Oración en el Huerto, ya que existe la creencia en la ciudad de que, al comerlos, las mujeres infértiles se quedan embarazadas.

 

 

La Cena

La magistral composición de la Última Cena está configurada por trece figuras sentadas en torno a una mesa de extremos redondeados. La hechura de Jesús, concebida con gran expresividad y realismo al igual que las restantes, ocupa la cabecera de la mesa, mientras que en el otro extremo nadie se sienta.

Los apóstoles se sitúan en dos hileras, ubicados frente a frente. Al lado izquierdo de Cristo, desde la cabecera de la mesa, se encuentra San Juan, dormido y recostado el rostro sobre su propia mano, apoyada ésta en la rodilla de Jesús. Le siguen San Andrés, San Judas Tadeo, San Felipe, San Simón y Judas Iscariote, quien acusa el descubrimiento de su traición. A la derecha del Maestro y desde la cabecera, se sientan San Pedro, Santiago el Mayor, San Bartolomé, San Mateo, Santo Tomás y Santiago el Menor.

El conjunto, labrado en talla completa por Francisco Salzillo (1763) para sustituir al ejecutado por su padre -el escultor italiano Nicolás Salzillo- en el año 1700, abre el impecable cortejo de la Cofradía de Jesús Nazareno y se halla considerado una de las más felices creaciones del artista murciano, en particular, y de la imaginería española del Setecientos, en general.

En el reciente proceso de restauración del grupo por parte del CRRM se han recuperado los colores originales -entre ellos el del pelirrojo Judas- y se ha descubierto que Jesús y sus discípulos están tallados en pino, contradiciendo así la tradición de Salzillo del ciprés como base. Además, se ha conocido la forma de trabajar del genio murciano, sus pocos arrepentimientos y su seguridad a la hora de trazar las líneas.

 

 

La Oración en el Huerto

Este conjunto, tallado por Salzillo en el año 1754, se halla formado por una escena compuesta de dos partes: al pie de una palmera duermen tres apóstoles, y bajo un olivo se ubica la imagen del ángel mostrando a Jesús el cáliz, situado para la escena entre las hojas de la palmera.

La estampa del paso -que también reemplazó a una anterior, de época fundacional- es inigualable y el equilibrio de ejes se produce en el contraste entre las dos escenas que suceden en el huerto: por un lado, la de la palmera y los tres durmientes, en los que se ha visto un estudio psicológico del sueño en relación con las edades del hombre -los tres apóstoles, San Pedro, Santiago el Mayor y San Juan, representan tres varones de edades diferentes, el anciano, el maduro y el joven adolescente, y sus sueños se corresponden, en efecto, con las tres edades y la propia actitud histórica de los personajes-, y por otro lado, de singular belleza es el conjunto formado por el ángel y Jesús.

El ángel confortador, también llamado Egudiel, costó la suma de 2.000 reales; el Cristo -imagen de vestir-, 690 reales, y cada uno de los tres apóstoles, 1.500 reales.

La singularidad del ángel, su apostura y juventud, su rostro casi infantil, y su gallardía, contrastan con la imagen agónica de Jesús, que aparece arrodillado, aunque en posición sedente, completando sus manos la sensación de desposesión y de amarga tristeza, expresada con muda serenidad.

 

 

El Prendimiento

También son dos las escenas que forman este dramático conjunto, singular por el contraste barroco entre una composición caracterizada por la artera simulación de Judas Iscariote, de rasgos lobunos, y la mansedumbre y serenidad de Jesús, ambos observados por un soldado.

El Maestro se enfrenta también a la justa cólera del apóstol San Pedro, que alza violentamente su espada para sesgar la oreja del soldado Malco, el cual aparece arrojado a sus pies.

En las dos partes se observan nuevamente las mismas leyes de equilibrio y compensación a las que Salzillo, que talló el misterio en 1763, nos tiene acostumbrados. El autor, que cobró 8.602 reales por su trabajo, había realizado veintisiete años antes otro grupo del Prendimiento, actualmente desaparecido. Dicho grupo, a diferencia del actual, era íntegramente de vestir y fue vendido a Orihuela (Alicante).

Por lo anterior conviene señalar que, originalmente, las actuales figuras de Jesús y Judas Iscariote eran también de vestir, siendo enlienzadas en el siglo XIX con tejidos de sobrios colores, produciéndose así otro contraste; esta vez, con los ricos estofados salzillescos que presenta la túnica del santo.

 

 

Los Azotes

Labrado en el año 1777 -fue el último paso que labró Salzillo para la Cofradía del Nazareno-, hablamos ahora de un sobrio grupo escultórico en el que Salzillo prescinde de las figuras históricas utilizadas en los pasos anteriores para centrarse sólo en la estoica imagen de Jesús, al que acompañan tres sayones, situados en el grupo con sus habituales dotes de equilibrio.

El simulacro escénico, ambientado en el interior del palacio de Pilatos, está muy logrado, permitiendo a Salzillo la forma cuadrada que toma el paso al recrear la mencionada estancia, distribuir el conjunto con imaginación. Y ello pese a los pocos elementos utilizados, ya que junto a los personajes solo figuran la columna y una túnica enlienzada que yace abandonada en el único ángulo que queda libre.

 

 

La Verónica

La escultura parece impregnada de un aire renacentista italiano, distinto del barroquismo salzillesco. Tal impresión procede, principalmente, de la actitud de la figura, puesto que en las plegaduras de las mangas, en las de la falda y en el discreto giro axial, se aprecian los signos esenciales del barroco.

Labrada en 1755, en sus manos lleva un paño con la Santa Faz, el cual ha sido repuesto en diferentes épocas -el más antiguo que se conserva data del siglo XIX, y entre los más recientes se encuentran obras de Pedro Arrúe de Mora o Pedro Cano-, ya que el original que portaba no ha llegado hasta nosotros.

Con esta talla, que importó la suma de 1.600 reales, se recuperó un simulacro fundacional, perdido desde 1651 a raíz de la riada de San Calixto. Salzillo la recrea como una cortesana de la época, afanándose especialmente en sus ropajes, quizás por la vinculación de la santa con el gremio de tejedores.

 

 

La Caída

Labrado en 1752 para sustituir a uno anterior, constituyó el inicio de la renovación emprendida por Salzillo en la cofradía y recrea uno de los momentos más duros del camino al Calvario.

El rostro de Jesús es de los más bellos y expresivos que salieron de sus gubias. Es imagen de vestir y lleva peluca de cabello natural, lo que le da una prestancia barroca muy expresiva, a la que sin duda contribuye también la naturalidad de la postura de manos y piernas en el momento de la caída.

Se destaca igualmente la representación realista del Nazareno caído mediante el cordón que lleva al cuello, del que tira violentamente un sayón, el cual realiza con suma brutalidad un esfuerzo por levantarlo. Todo ello produce una sensación de desequilibrio e inestabilidad que concede gran dinamismo al conjunto, en el que juega también un papel muy importante el otro sayón que golpea con furia a Jesús.

El cuadro se completa con la presencia del soldado Longinos, ataviado con armadura anacrónica, espada y partesana, yelmo con visera de alegres y coloridos plumajes. Es un personaje impasible y poco expresivo que cierra, en el extremo delantero derecho, toda esta violenta escena, en la que parecen oírse los gritos de los enojados sayones, frente a la paz y mansedumbre representadas por Jesús y el bondadoso Cirineo, que equilibra la escena desde el centro sujetando la cruz, posada parcialmente en el suelo.

 

 

Nuestro Padre Jesús Nazareno

Como una gran excepción aparece la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Al fundarse la Cofradía de Nuestro Padre Jesús en el año 1600, los mayordomos de la misma encargaron al escultor Juan de Aguilera y al pintor Melchor de Medina adaptar procesionalmente una talla manierista de procedencia italiana.

De rostro comunicativo, mira hacia el suelo, sensación que causa gran admiración entre los que asisten a la procesión, ya que la visión del Nazareno se dirige directamente al espectador en la calle. La cruz que porta es de concha, plata y nácar, y está realizada en México, en la península de Yucatán, en 1800.

Algo que ha quedado totalmente en el olvido es que la imagen tiene el brazo derecho articulado, de manera que, durante algún tiempo, debió utilizarse como imagen para bendecir.

El Nazareno, flanqueado por cuatro angelitos pasionarios labrados recientemente por el escultor cordobés Francisco Romero Zafra, lleva sobrepuesta una peluca de cabello natural, viste túnica morada, ceñida con cordón, y al cuello porta los "ahogadores", o cordón de cuello propio de la iconografía del Nazareno.

Sobre un almohadón reposa el pie derecho -labrado, al igual que el izquierdo y las manos, por Salzillo-, sobre el cual se sitúa, durante la procesión, un embojo o "boja" de gusanos de seda ya encapillados, ofrenda tradicional de uno de los productos ganaderos más característicos de la huerta de Murcia.

 

 

San Juan Evangelista

Salzillo, cuando realizó esta escultura en el año 1756 -cobrando por ello 1.900 reales-, imaginó al apóstol de acuerdo con la tradicional iconografía, señalando a la Virgen el camino del Calvario.

A la sobresaliente apostura del joven contribuyen la naturalidad de la leve torsión del cuerpo, el realismo de los pliegues y demás detalles en la túnica y en el manto -que lleva sobre el hombro, tal como lo suele llevar el huertano de Murcia-, y el rico estofado de los mismos; azul y rojo, respectivamente.

La serenidad del rostro, la belleza de las juveniles facciones y la armonía de todo el conjunto, hacen de San Juan una de las obras maestras de Salzillo más valorada por propios y extraños.

Esta imagen sustituyó a una tallada por el propio Salzillo en 1748, la cual reemplazó a su vez a la perdida en la riada de 1651. Dicha imagen de Salzillo, de vestir, se conserva enlienzada por Sánchez Tapia.

 

 

La Dolorosa

Otra de las imágenes más admiradas, tanto por sus delicados y bellos rasgos, pálidos en extremo, como por la conmovedora actitud de una Madre que, caminando hacia el Calvario, abre los brazos, eleva la mirada y dirige las palmas de la mano al cielo en actitud de súplica.

Se trata de una obra de vestir, coronada canónicamente en el año 2006, que en la procesión suele lucir valiosas prendas, entre ellas una túnica rosa supuestamente diseñada por el propio escultor. La Virgen, que sustituyó a una obra fundacional advocada de la Soledad, costó 675 reales, y cada uno de los cuatro ángeles que se sitúan a sus pies, 1.310 reales.

Los angelitos son un verdadero prodigio de ejecución por parte de Francisco Salzillo, que culmina en ellos un estudio anatómico infantil de gran verismo y resultados estéticos admirables. Al igual que la imagen de la Señora, son producto de la asimilación de modelos italianos.

 

 

Nota de La Hornacina: nuestro agradecimiento a Ramón Cuenca Santo.

 

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