Los inicios

Nacido en el seno de una modesta familia, a los 11 años Francisco Pradilla Ortiz se desplazó de su localidad natal, Villanueva de Gállego (Zaragoza), a la capital zaragozana para comenzar sus estudios de bachillerato que pronto debió dejar. Hacia 1861 comenzó como ayudante del pintor escenógrafo Mariano Pescador a la vez que asistía a la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza.

A principios de 1866 se trasladó a Madrid para completar su formación en la Escuela Superior de Pintura y Escultura, figurando como copista en los registros del Museo Nacional de Pintura y Escultura. Trabajó en el taller de los escenógrafos Ferri, Busato y Bonardi, asistió al estudio del pintor Federico de Madrazo y a las clases nocturnas de la Agrupación de Acuarelistas. Pronto, su bien orientado aprendizaje, le permitió colaborar con las revistas "La Ilustración de Madrid", "La Ilustración Española" y "La Ilustración Americana".

Creada en 1873 la Academia de Bellas Artes de Roma, Pradilla optó a una de las pensiones de número por la pintura de historia que ganó tras celebrarse la oposición y de la que tomó posesión el 1 de abril de 1874. En este mismo verano, y con permiso del director, abandonó Roma -sin duda por la dureza de su clima- y marchó a Nápoles y a Capri, donde llevó a cabo diversas copias de pinturas antiguas y algunos cuadros.

Estancia en Italia

Para cumplir con sus obligaciones de pensionado por el primer año, Pradilla, junto con Alejandro Ferrant, copió en 1875 el cuadro "Disputa del Santísimo Sacramento" de Rafael, y a lo largo de los dos años siguientes, segundo y tercero de pensionado, pudo viajar por algunas ciudades europeas como París, Venecia y Múnich.

De regreso a Roma iniciará el trabajo de segundo año de pensionado, "Los náufragos", y a su conclusión, comenzó a trabajar en el último envío, "Doña Juana la Loca", que le consagrará como pintor de historia. Tras vencer no pocas dificultades, obsesionado como estaba por reconstruir con un criterio absolutamente arqueológico la escena que quería plasmar, era concluido y expuesto en Roma el 25 de mayo de 1877.

Regresó a España tras finalizar el 1 de julio de 1877 los tres años y la prórroga de tres meses de pensionado. Recibidas en Madrid las obras de los pensionados fue calificada la de Pradilla como "muy honrosa", presentándola a la Exposición General de Bellas Artes de 1878, en la que recibió por ella la Medalla de Honor, otorgada por primera vez desde la creación de estos certámenes por Isabel II en 1856, recompensa que también obtuvo en la Exposición Universal de París del mismo año.

Ya un pintor de éxito, junto con su esposa Dolores González del Villar -con la que contrajo matrimonio en Lugo el 29 de enero de 1878-, Pradilla inició en el verano del año 1878 su regreso a Roma, ciudad en la que acabó fijando su residencia y en la que realizará para el Ayuntamiento de Zaragoza los dos retratos históricos de los reyes "Alfonso I el Batallador" y "Alfonso V el Magnánimo".

Decisivo fue el encargo del Senado del lienzo "La rendición de Granada" para su Salón de Conferencias. Al ser un asunto de gran complejidad, para documentarse Pradilla vino a España a principios de junio de 1879, y tras una breve estancia en Madrid, se desplazó a Granada donde tomó numerosos apuntes que posteriormente utilizó en su obra. De regreso, concluida la pintura, fue enviada a Madrid el 3 de junio de 1882, siendo expuesta en el Senado, alcanzando un inusitado éxito, por lo que se le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica.  

Dirección de la Academia de Bellas Artes

Durante un corto espacio de tiempo, Pradilla -el artista español más laureado que vivía en Roma- desempeñó el cargo de director de la Academia Española de Bellas Artes. Nombrado el 26 de septiembre de 1881, la falta de recursos, tanto humanos como materiales de la Academia -ya instalada en su nueva sede de San Pietro in Montorio-, y a pesar de que desarrolló una amplia actividad como lo ponen de manifiesto los informes enviados al Ministerio de Estado, presentó su dimisión irrevocable el 24 de marzo de 1882.

Sin otras obligaciones, permanecerá en Roma dedicado a realizar su obra sin perder el contacto con otros artistas españoles residentes en ella como Emilio Sala Francés, José Moreno Carbonero, José Villegas Cordero y Joaquín Sorolla desde la llegada del valenciano en 1885.

Del elevado número de obras ejecutadas en estos años destacamos las pinturas para el palacio madrileño de los marqueses de Linares, de 1886, año en el que sufrirá un importante revés económico por la quiebra de la banca Sociedad Hijo y sobrino de Villodas, de la familia del pintor, en la que tenía depositados sus ahorros, unas 236.000 pesetas, de las que sólo recuperaría, pasados los años, unas 18.000.

El anterior episodio de ruina marcará profundamente la personalidad de Pradilla, haciéndole caer en un profundo pesimismo que le hizo sentir un verdadero despegue de España. También por estas mismas fechas realizará en 1887 su "Autorretrato" (Museo de Zaragoza) y dos retratos de su hija Lydia.

Última etapa

En 1888 Francisco Pradilla volvió junto con su familia a España, naciendo en Vigo, el 8 de julio, María, la quinta y última de sus hijos. Durante esta estancia, dilatada hasta mediados de 1889, pintó algunas obras como los retratos de los Marqueses de Linares.

De vuelta a Roma, el pintor inició una fecunda etapa de su vida, con obras de notable interés y llenas de maestría, visitando a partir del verano de 1890 las Paludes Pontinas, comarca muy cercana a Roma, que le impresionó y plasmó en numerosas obras.

Su regreso a España se produjo a inicios de 1897, casi un año después de haber sido nombrado, el 3 de febrero de 1896, Director del Museo Nacional de Pintura y Escultura (Prado). Sin embargo, este puesto no llenaría sus aspiraciones, por lo que presentó su dimisión irrevocable el 29 de julio de 1898. Desde entonces, alejado de toda actividad pública, se dedicó al ejercicio de su arte hasta su fallecimiento el 1 de noviembre de 1921.

Temas y estilo

Su interés por todas las corrientes de su época le llevó a la práctica de las temáticas más variadas desde los grandes argumentos de carácter histórico como "Doña Juana la Loca" o "La rendición de Granada" hasta prestar su atención a sucesos y personajes de su entorno, extrayendo la emoción íntima de lo cotidiano en escenas costumbristas, desde una óptica personal, con obras de temática italiana, gallega o madrileña y elevar su espíritu ante la naturaleza con cientos de cuadros de paisaje.

Por último, sus retratos en los que aúna a la tradición romántica su percepción psicológica para la captación del carácter de sus modelos, y los temas alegóricos y mitológicos.