LA ESCULTURA DEL SIGLO XIX EN EL MUSEO DEL PRADO

24/01/2025


 

El Museo Nacional del Prado de Madrid reúne en el Claustro de los Jerónimos de forma permanente una selección de esculturas del siglo XIX, obras labradas en mármol de señalada calidad y de artistas nacionales e internacionales que conforman un paseo por el tema del desnudo. A través de creaciones de José Gines, José Álvarez Cubero, Bertel Thorvaldsen, Scipione Tadolini y John Henry Foley, el Museo del Prado invita a sus visitantes a descubrir cómo estos artistas combinaron la herencia clásica con la innovación de su tiempo, dejando un legado artístico que trasciende las épocas.

 

 
 

A lo largo del XIX el tema del desnudo y la inspiración en los modelos clásicos fue tratado por distintos autores nacionales e internacionales, que lo interpretaron desde diversas perspectivas. En 1807 José Ginés realizó el grupo Venus y Cupido a partir del estudio de los vaciados de esculturas clásicas que conoció en España. Este grupo, excepcional por su factura de puro Neoclasicismo, es uno de los destacados ejemplos que testimonian la capacidad evolutiva y la versatilidad dentro de las creaciones de los escultores que trabajaron en el comienzo del siglo. Modelado con extrema delicadeza, es además sorprendente en lo que representa de contraste con la mayor parte de la producción de Ginés, tanto en planteamiento como en materiales, puesto que este artista fue un exponente de la escultura de tradición barroca e imaginera.

 
 
 
 
 
 

José Álvarez Cubero trabajó en Roma en una clave similar, y en 1808 modeló el Joven con cisne, inspirado en las obras de su maestro Antonio Canova. Concebida para un destino ornamental, el escultor combina su predilección por la forma movida de la escultura helenística con el acabado pulido y mate de filiación praxitélica.

 
 
 
 
 
 

En el mismo entorno de Álvarez Cubero, el danés Bertel Thorvaldsen, instalado durante prácticamente toda su vida en Roma, inició la talla de una figura de Hermes en reposo. Se trata de una segunda versión de una de las obras más conocidas de la producción de Thorvaldsen: el Mercurio a punto de matar a Argos (1818) que se conserva en el museo dedicado a su figura en Copenhague. Una fortuita caída de la escultura, que ya no permitía esculpir el pétaso, junto con la aparición de vetas en el torso y en el vientre de la figura, hizo que dejara que fueran sus colaboradores quienes la concluyeran en 1824.

 
 
 
 
 
 

Avanzado el siglo, y con una visión idealizada, de gran éxito entonces entre los temas orientalizantes, Scipione Tadolini, perteneciente a una amplia saga familiar que ocupó todo el siglo XIX hasta la década de 1960, talló en 1862 La Esclava con un tratamiento de gran minuciosidad y perfecto acabado. La obra presenta también una composición idealizada de belleza clasicista y armónica, en la línea de los desnudos femeninos que realizó Tadolini. Además, tiene una clara inspiración en la Venus de Canova que hoy se conserva en el Metropolitan de Nueva York, y que encaja perfectamente, además, con el gusto romántico desarrollado desde la segunda parte del siglo XIX por los temas orientalistas, por el estudio del desnudo y por las referencias de tipo social sobre todo en relación con la mujer, así como por la representación de la inocencia, asunto que, con una u otra iconografía, realizaron casi todos los escultores del momento.

 
 
 
 
 
 

Finalmente, el irlandés John Henry Foley concluyó hacia 1872 el retrato de Charles Bennet Lawes como atleta victorioso en reposo, quién a pesar de sus grandes éxitos deportivos juveniles en Eton y Cambridge, ya tenía casi 30 años de edad, por lo que su estudio anatómico, que partía de modelos clásicos, combinó la exquisita factura con el realismo fidedigno. El planteamiento es el de un atleta desnudo a la clásica, cubierto solo con una hoja de parra, y con una corona de laurel en la mano, como la que llevaban los deportistas victoriosos griegos en los Juegos Olímpicos.

 

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