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Éxtasis de Santa Teresa
Gian Lorenzo Bernini (1647-1652)
A pesar de la solidez de esta pieza marmórea para la capilla Cornaro del templo romano de Santa María de la Victoria, Bernini logró imprimirle no
solo un carácter pictórico por la propia composición y dinamismo, sino también
reducir la sensación de carga que transmite la masa del material. La colocación de
santa Teresa que se desvanece ante la presencia divina, el juego de pliegues a base
de amplios ángulos y la ingenuidad del ángel, situado en diagonal, producen una
cierta ligereza de las formas y volúmenes. La experiencia de fe de este artista, el conocimiento que tenía de los "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio de Loyola y su formación religiosa le llevaron a plasmar la máxima aspiración espiritual en esta obra.
Y he aquí su extraordinario alcance como artista: convertir el mármol, aparentemente frío y distante, en materia cálida y cercana, de superficie incluso táctil. Todo
el conjunto se encuentra "suspendido tras la arquitectura sobre una nube algodonosa,
bañado en luz, como si a pesar de su realismo fuera nuestra propia visión beatífica"
(Hibbar, 1982), desafiando a la propia gravedad, en una especie de levitación que
Gian Lorenzo Bernini intensifica dejando suspendido el pie izquierdo, produciendo así la impresión de que todo el cuerpo permanece elevado, completamente laxo, para indicar
asimismo que lo que está sucediendo no es por causa humana, sino divina. Foto: Steven Zucker.
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Asunción de María
Egid Quirin Asam (1717)
Egid Quirin Asam (1692-1750) fue uno de los hermanos Asam, una saga de artistas que se ocuparon de diversas actividades básicamente en la región de Baviera. Quirin realizó elocuentes y complicados proyectos escénicos para determinadas iglesias del lugar, como su conocida Asunción del monasterio benedictino de Rohr, inspirada, qué duda cabe, en las composiciones berninescas que él mismo conoció durante su viaje a Roma en 1711 junto a su hermano Cosmas Damian (1686-1739), arquitecto. La aplicación de yesos -a cierta distancia se confunde con mármol-, la madera y otros materiales frágiles aligera considerablemente todo el enorme parapeto escultórico, en medio de un atrevido planteamiento teatral en el que domina el ilusionismo. Todo flota. El personaje de María, que es llevada a los cielos por dos ángeles, pende de la parte alta del gran camerino como si de un escenario se tratara, lográndose así la sensación de ingravidez, acentuada aún si cabe por los alargados fajines desatados que vuelan de un lado a otro. Los apóstoles, junto a la tumba vacía de la Virgen, gesticulan como actores en una tragedia griega. Una representación muy próxima a sus homólogas en versión pictórica.
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San Miguel Arcángel
Ignaz Günther (hacia 1755-1760)
Ignaz Günther (1725-1775), máximo representante del rococó bávaro, fue un artista que trabajó la madera policromada, una especie de Montañés germano, que llegó a realizar numerosas esculturas de carácter religioso para muchas iglesias, monasterios y oratorios privados de Alemania, especialmente para la zona sur de credo católico. En Günther se aprecia la influencia de los hermanos Asam y de Bernini, el gran escenógrafo del Theatrum Sacrum que hizo de Roma un enorme escenario. Por eso todo cambia. Por eso la escultura tiene que producir movimiento, no quietud, sensaciones, seducciones y capacidad para integrar todas las emociones a la vez. El movimiento aborda hasta las razones más sorprendentes por muy artificiosas que fueran. El teatro barroco ayudó en este sentido a que la escultura se convirtiera en actores casi vivos a través de muchos recursos. Las complicadas tramoyas, los cambios bruscos de decorados, bambalinas, candilejas, música... fascinaron a un público ansioso de perderse en los secretos de la vida. Personajes que se agitan y que caen al vacío. Todo es movimiento pero no al gusto del barroco más reposado y solemne, sino al servicio del placer visual. Tanto las esculturas incorporadas a la arquitectura como las exentas participan de estos mismos principios estéticos. Foto: Michael Zachow.
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Amor y Psiquis
Johan Tobias Sergel (hacia 1795-1800)
En la etapa académica, los escultores
no fueron muy proclives a estos experimentos, retornando una vez más al estudio de
las formas para organizar la educación artística. Sin embargo, los ecos del barroco
aún se dejaban notar en muchos de estos grandes repertorios, pues el lenguaje, aunque almibarado, seguía manteniéndose por mucho tiempo. Algunos modelos, sobre
todo los pertenecientes a los registros mitológicos, se convierten en paradigmas del
buen hacer artístico. Realmente la solución se encuentra en los apoyos, sutilmente inadvertidos a la vista, pero
que hacen posible la firmeza de la escultura. Ello sucede en Amor y Psiquis de Johan Tobias Sergel (1740-1814), conservada en el Nationalmuseum de Estocolmo.
El éxito de este grupo escultórico fue tan grande, que se hicieron innumerables versiones a tamaño real o reducido, conservadas en diversos países. El grupo conservado en el Museo Nacional del Prado de Madrid (imagen superior) data, seguramente, de hacia 1795-1800 y quizá, podría tratarse del mismo ejemplar que realizó para un noble español.
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Prometeo de Quetzalcóatl
Rodrigo Arenas Betancourt (1951-1952)
El colombiano Rodrigo Arenas (1919-1995) es tal vez el escultor más representativo de las obras
que buscan el dominio del espacio, del vacío, llegando incluso al delirio de la conquista. Sus enormes obras
en bronce presiden espacios públicos con arrolladores caballos, figuras mitológicas,
protagonistas de la historia, etcétera, que avanzan, se retuercen en sí mismos con arrebatadora violencia, a veces como auténticos atletas que saltan al vacío. El Prometeo
de Quetzalcóatl (Ciudad Universitaria. México) es ejemplo de ello. El titán solo
se sostiene a la altura del muslo derecho anclado a un alto pedestal. El cuerpo se
arquea balanceándose de un lado a otro, suscitando la sensación de libertad. Foto: Claudio Briones.
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Atis Tirma
Manuel Bethencourt (1981)
La obra con la que el escultor canario Manuel Bethencourt Santana (1931-2012) demostró dominar el aire, el espacio público, la ingravidez, es este conocido conjunto del parque Doramas, en Las
Palmas de Gran Canaria, que relata el suicidio de Tasarte y Benjui, en Ansite (sur
de Gran Canaria), hecho ocurrido en 1479. Realmente, es una escena muy teatral,
desbordada de dinamismo, de acción y no carente de dramatismo. Ambos aborígenes caen vertiginosamente al vacío. Bethencourt crea un rápido e ilusorio movimiento
visual en la colocación de ambos héroes, a la manera de fotogramas, de modo que el
espectador consigue organizar la secuencia de la caída que comienza con la fuerza
y energía del personaje de la pértiga, "una línea muy característica de Bethencourt,
aunque en este caso haya prescindido de la excesiva simplicación con la que generalmente dota a sus figuras" (Quesada Acosta 2008). Foto: Guillermo Alejandro.
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Monumento a los caballos salvajes
Juan José Oliveira (1991)
Representativas son las series ecuestres o de caballos, en actitud rampante, con o sin jinete, que demuestran todo un alarde técnico, casi siempre sobre pedestales, dominando espacios de perfil áulico. El material elegido suele ser el bronce, no solo porque resiste muy bien la intemperie, sino porque es muy versátil por sus propiedades mecánicas, de modo que el equilibrio, como centro de gravedad, queda resuelto. El escultor transforma en masa la parte trasera del caballo, dejando liberado el resto, es decir, produciendo un vacío (cera perdida) para que el animal pueda mantener sus patas delanteras elevadas, sin apoyo alguno, creando de esta manera la sensación de movimiento en plena marcha. Cada escultor había establecido su propio copyright para sorprender a los espectadores y lograr con ello su eficacia como artista. El caballo debe ser contemplado desde muchos ángulos, ocasionando distintos planos que conforman una secuencia visual. Estos recursos se han mantenido hasta nuestros días. Recordar, al menos, los impresionantes caballos alocados, salvajes, de Juan José Oliveira (1928-2002) que se encuentran en la plaza de España de Vigo. Estos caballos ascienden por una cascada en forma de espiral que alcanza los 20 metros de altura. Foto: Rubén Sacristán Carretero.
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San Miguel Arcángel versus Apolo-Dionisos
Manuel González Muñoz (2013)
Manuel González Muñoz (Las Palmas de Gran Canaria, 1965) supo establecer, de una manera magistral, la simbiosis entre el arcángel San Miguel y el Apolo-Dionisos. Bien es cierto que por su ligereza, la malla metálica, empleada en este caso como soporte escultórico, es capaz de organizar figuras que den sensación de ingravidez, flotación y movimiento. Pero no es menos cierto que el referido material, debido a la estrecha red de cuadrículas, logra una sucesión de transparencias por las que la luz, en su fluir, todo lo vuelve etéreo. Indudablemente, el citado artista "concilia lo clásico con lo contemporáneo" (González, Pintos y Álvarez, 2015), fruto de su formación filosófica y cultural.
Foto: Efraín Pintos Barate.
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