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La Danza (Henri Matisse)
Este monumental lienzo (260 x 288 cm) conservado en el Hermitage, del que existen dos versiones fechadas en 1909 y 1910, deriva de una obra anterior del autor titulada La Alegría de Vivir (1905-1906), que muestra figuras desnudas en un mundo mítico, pleno de curvas y colores saturados, inspirado en las bacanales de Tiziano y en las bañistas de Cézanne.
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La Clase de Danza (Edgar Degas)
Degas ejecutó gran número de obras sobre el tema, mostrando a las bailarinas no solo en plena representación, sino también detrás del escenario, arreglándose el pelo o calzándose las zapatillas, con mirada obsesiva, realista a la vez que distante, a veces con tonalidades fantasmales, especialmente en sus últimos pasteles cuando le acechaba la ceguera.
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La Danza Morisca (Henri de Toulouse-Lautrec)
Si Degas retrata la esencialidad y la belleza del baile, su admirador Toulouse-Lautrec, otro observador implacable, prefiere inmortalizar el erotismo y la procacidad del Montmartre parisino, donde por la noche se desplegaban cafés, teatros, bailes y prostíbulos. Este cuadro es otro ejemplo de la estrecha relación que existe entre su obra pictórica y sus carteles. |
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Kermesse (Peter Paul Rubens)
Las danzas tradicionales de los campesinos encuentran su paroxismo en esta gran tabla del Louvre, inspirada en los bailes festivos del flamenco Brueghel el Viejo y las citadas bacanales de Tiziano. Varios de sus personajes, interpretados como sátiros y ninfas, danzan y beben mientras algunos hacen el amor y otros, los más, caen en los excesos de la bebida.
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Baile a Orillas del Manzanares (Francisco de Goya)
Goya es otro pintor muy relacionado con la danza gracias sobre todo a la representación de escenas populares con majos y majas, como la que vemos en este cartón para un tapiz destinado a decorar el Palacio del Pardo. Posteriormente, el genio aragonés daría completamente la vuelta al tema en grabados como Disparate Alegre, entre otros.
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La Danza de Salomé (Benozzo Gozzoli)
No podía faltar la fatídica danza descrita en los textos bíblicos que, a partir del siglo XIX, adquiriría un carácter mucho más erótico que maquiavélico. Esta obra del primer renacimiento se inscribe en el dramatismo religioso de la época, inspirado en Fra Angelico, maestro del autor, muy lejos aún de la sensualidad de un Moreau o un Bussière.
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Escena de Carnaval (Giovanni Domenico Tiepolo)
En las escenas carnavalescas suelen abundar las danzas como parte del divertimento. En este caso, Tiepolo se inspira en las creaciones del Veronés y lleva el minueto, como hizo en otra versión, a las calles de una Venecia abarrotada de máscaras y de figuras caracterizadas como los míticos personajes de la fiesta en Italia: Polichinela, Pantaleón, etcétera.
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La Juventud de Baco (William Bouguereau)
Frecuentemente el artista francés se inspiró en la mitología grecorromana para crear sus composiciones, caracterizadas por la perfección academicista de las anatomías y la expresividad de unos rostros tratados como retratos. En este caso el punto de partida parece ser el fresco La Danza de Baco, de la famosa Villa de los Misterios en Pompeya.
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La Danza de la Vida (Edvard Munch)
Posiblemente la danza más lánguida, gris y hasta siniestra de la historia del Arte. El artista noruego homenajea a la mujer plasmando las tres etapas de su vida, pero convierte un baile veraniego en una escena con tintes fantasmales, basándose en una experiencia personal de su atormentado mundo en el que reinaba el miedo hacia el amor.
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Alegrías (Julio Romero de Torres)
Esta obra conservada en el Museo que Romero de Torres tiene en su Córdoba natal es un sentido homenaje a su amado flamenco en su esencia más pura. El cante, el baile y la guitarra se muestran con una intención de distinción que oscila entre la alegría y la tristeza, especialmente en la figura de la bailarina Julia Borrull, recreada como una diosa clásica.
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