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La decapitación de San Pablo
Simonet concurrió con este enorme lienzo a la Exposición Nacional de 1887, logrando la 3ª medalla. Aunque Palomo Díaz afirma que es su primera obra de envergadura, el pintor había realizado dos años antes su serie sobre el seísmo de Málaga, así como El torreón fantástico, quizás la más interesante de su etapa formativa en la academia madrileña de San Fernando tras ingresar en la valenciana de San Carlos. Simonet hizo varias versiones del tema; esta en cuestión fue pintada en su primera estancia en Roma -donde también pintó El entierro de San Lorenzo (1886), casi preparatoria de La decapitación en algunos aspectos-, siendo luego cedida por la familia a la Catedral de Málaga. Se adelantó a su tiempo y, por ello, generó división de opiniones, ya que, frente a los que la calificaron de magistral, otros la tacharon de escabrosa.
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La autopsia
La obra más famosa de su producción, aunque no por ello la mejor; de hecho, no pocos expertos la consideran de las menos afortunadas del pintor. En cualquier caso, este lienzo del Museo de Bellas Artes de Málaga posee un magnético realismo que le ha hecho merecedor de una extraordinaria acogida, hasta el punto de convertirse en uno de los cuadros de Medicina más famosos de la historia. Erróneamente titulada Y tenía corazón y La anatomía del corazón, provocó una auténtica corriente de imitación, sobre todo en Centroeuropa, donde llegó a ser hasta plagiada sin reparos. Simonet utilizó como modelo femenino el cadáver de una actriz que se había suicidado por envenenamiento.
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Flevit super illam
Es el ejemplo más significativo de la pintura española de asunto religioso de su tiempo. Recibió numerosas medallas -como la de Bellas Artes e Industrias Artísticas de 1896 en Barcelona
o la de la Exposición Internacional de Bellas Artes de Madrid en 1892- y dio también mucha fama al autor. Revela el interés por la representación fiel del ambiente por parte del artista, que viajó a Palestina para conocer el escenario y los tipos humanos. Tomó el asunto de San Lucas (19, 41), en concreto de un pasaje que profetiza la destrucción de Jerusalén, de ahí el título Flevit super illam (Lloró por ella). Simonet estudió especialmente la figura de Jesús, llevado por su deseo de mostrar la dimensión más profundamente humana de Cristo, en consonancia con otras aproximaciones entonces frecuentes en la pintura europea, influidas por el libro Vida de Jesús del escritor francés Ernest Renan. Siguiendo sus esquemas, Simonet pintó El sermón de la montaña en 1910. |
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La danza de los velos
Pensionado en la Academia Española de Bellas Artes de Roma, aprovecha este periodo de formación para emprender unos largos viajes debido a sus enormes ganas de investigar y conocer mundo, así como de buscar nuevos temas e influencias que llevar a sus cuadros. A diferencia de los anteriores, esta obra de 1896, también conocida como Bailarina, es de pequeño tamaño, siendo magníficos los efectos de luz que provienen del patio e iluminan la estancia. Como bien ha apreciado Palomo Díaz, los cuadros de esta época, muchos en paradero desconocido, beben de la técnica de Fortuny, especialmente
Fumando shisha en la tetería, El barbero del zoco o el maravilloso y poco conocido Fumadero de Jerusalén.
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El juicio de Paris
El cuadro (hacia 1904) representa el popular relato de la mitología griega. El pastor y ermitaño Paris, designado por Zeus, enjuicia la belleza de las tres diosas Hera, Atenea y Afrodita. La escena concretamente representa a Paris inspeccionando a Afrodita, que se muestra completamente desnuda ante el pastor, mientras Hera y Atenea se sitúan a su lado. Cupido sirve de puente entre Afrodita y Paris, cuyo ganado llena la mitad derecha del cuadro. La cola del pavo real se despliega a modo de telón del singular concurso, acentuando la sensualidad de una escena que toma conceptos de Sorolla y el art nouveau. Fue pintado en Barcelona, donde Simonet regentaba una cátedra de la Escuela de Artes e Industrias.
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La primera misa
También de su etapa en Barcelona, donde permaneció diez años, es el presente lienzo, pintado en 1907 -otros autores lo fechan a finales del siglo XIX por el tema que aborda, muy frecuente en dicha época- junto con otros dos de tema religioso que se hallan en paradero desconocido: Ilusiones y La oración de la tarde. Es un cuadro muy realista que se encuadra dentro de un costumbrismo anecdótico, creando el autor un conjunto resuelto con enorme gallardía de pincelada, dibujo y composición. Todo está tratado con un primor preciosista, haciendo Simonet especial hincapié por diferenciar las distintas calidades de las telas. La figura del anciano repite la de Una visita al Santo Sepulcro (hacia 1890-1892).
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Derecho romano
Simonet realiza para el Palacio de la Justicia de Barcelona cuatro grandes lienzos de factura realista (hacia 1908-1910), que luego pega a la pared. El pintor trabajó con toques repetitivos para que, desde lejos, las composiciones parezcan al fresco. Tres de ellas son alegorías del Derecho canónico, del Derecho catalán o marítimo y del Derecho romano, la mejor de todas. El cuarto lienzo, el mencionado El sermón de la montaña, de sección semicircular para la capilla, desapareció en la Guerra Civil. La altura a la que estaban situadas estas monumentales obras era muy propicia para que los asistentes a un
juicio, en un momento de distracción, no olvidasen en qué
lugar se encontraban.
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Autorretrato
Las Navidades de 1910 las pasa en Málaga con su familia. Allí pintará este magnífico autorretrato con el de su padre al fondo. La faceta de retratista, destacada por su colorido y por la vivaz pincelada, fue la más brillante de Simonet. Hay un recuerdo de los retratos holandeses del siglo XVII y de los velazqueños. En su autorretrato, a diferencia de los difíciles modelos que escogía para los retratos ajenos -como los soberbios Canónigo leyendo o Cabeza de tonto-, se define menos realista, más sorollesco, con una pincelada más larga, una pose menos recogida y la luz como verdadera ejecutante del prodigio. Realizado poco antes de que Simonet se estableciera definitivamente en Madrid, lo muestra en disposición de pintar. Tanto la figura del pintor como el retrato del padre aparecen invertidos a consecuencia del uso de un espejo al realizar la obra. La parte inferior derecha del lienzo, inacabada, es reveladora de la técnica del artista.
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Paisaje de El Paular
En 1911 pasó a formar parte de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y entre 1921 y 1922 ocupó el cargo de director de la Residencia de El Paular para pensionados dedicados al paisaje. Desde entonces y hasta su muerte, Simonet se dedicó a pintar numerosos paisajes al aire libre con técnica iluminista, como Paisaje de El Paular (1921). Según Palomo Díaz, toda la serie de El Paular está tratada con una pincelada muy jugosa, que incide en los toques nerviosos y en el colorido atemperado de grises. Si bien todos estos paisajes lo son plenos, sin figuras, en algunos, siguiendo la manera de hacer de Sorolla, se ven niños entre las aguas de un río.
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Las provincias españolas
En 1924 Simonet realiza la última de sus grandes obras: otro conjunto alegórico destinado al Palacio de Justicia de la Plaza de la Villa de París de la capital de España (hoy Tribunal Supremo) por encargo del Ministerio de Justicia. Se compone de ocho lienzos, pintados al temple, mostrando a cuatro mujeres y cuatro varones que simbolizan las provincias. Las figuras, semidesnudas, recuerdan las pintadas por Miguel Ángel para la Capilla Sixtina. Dos años después pintó su último trabajo, el lienzo titulado La novia hebrea, que dejó inacabado. Tras una grave dolencia estomacal, Enrique Simonet falleció el 20 de abril de 1927. El estilo paisajista de sus últimos años fue continuado por sus hijos Rafael y Enrique y por numerosos discípulos de El Paular, entre los que podemos destacar a Fernando José Gisbert y José Manaut Viglietti.
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