Se trata de una imagen de la Virgen del Tránsito realizada en barro cocido y telas encoladas para vestir. Su destino es una colección particular de la ciudad de Sevilla. La obra, que cuenta con policromía al óleo, pestañas superiores de pelo natural y aplicaciones de pan de oro, tiene un tamaño inferior del natural (55 cm).

El artista onubense interpreta una iconografía poco cultivada en la actualidad. Normalmente, siguiendo lo narrado en los Evangelios Apócrifos, la figura de María se halla acostada y sumida en un profundo sueño, con expresión de paz y dulzura en su rostro, privilegiada en su muerte por ser perfecta a los ojos de Dios. Cuando se representa en grupo suelen aparecer los apóstoles rodeando el lecho e incluso Cristo rodeado de ángeles recogiendo el alma de su madre, que a veces adopta la forma de una niña pequeña.

Junto con los anteriores postulados, la efigie que nos ocupa muestra la peculiaridad de tener las ropas y el cabello dorados, lo que entronca con simulacros medievales y renacentistas que, además de seguir un ideal estético, buscaban un efecto resplandeciente relacionado con la condición del oro como metal sagrado.