ROMÁNICO, GÓTICO Y PRIMER RENACIMIENTO.
COLECCIÓN FUNDACIÓN FRANCISCO GODIA DE BARCELONA

25/10/2006


 

 

Se trata de una exposición singular que quiere mostrar a los visitantes la riqueza de los fondos medievales de la Fundación Francisco Godia, que no se acaba en las pinturas y esculturas de la colección permanente. Es también el resultado de un trabajo de investigación y estudio, para precisar atribuciones y procedencias, y de una minuciosa restauración que permite mostrar en todo su esplendor tesoros de una de las mejores épocas del arte español: desde las primeras manifestaciones de la escultura del Románico hasta el Renacimiento que, en el siglo XVI, presentaba todavía muchas influencias del Gótico.

Joaquín Yarza, catedrático de Arte Medieval en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y reconocido medievalista, ha sido el encargado de realizar la selección y de dirigir al equipo humano que, a lo largo de los últimos meses, ha trabajado para que las obras más desconocidas de la colección salgan a la luz, en una exposición que quiere contagiar a los visitantes la pasión por el arte medieval y descubrir algunos de sus secretos. La muestra podrá verse del 24 de octubre de 2006 al 7 de enero de 2007.

El arte medieval fue una de las grandes pasiones de Francisco Godia (1921-1990), piloto de Fórmula 1 y gran amante del arte, y actualmente constituye una de las señas de identidad de la Fundación que lleva su nombre.

En las salas permanentes se presentan algunas de las piezas más valiosas y espectaculares. Además, la Fundación Francisco Godia organiza exposiciones temáticas para dar a conocer otros aspectos de la colección y llamar la atención sobre la importancia del coleccionismo privado en el estudio y la conservación del patrimonio medieval. Románico, Gótico y Primer Renacimiento. Colección Fundación Francisco Godia se articula en un discurso cronológico y a la vez temático, que describe el paso de un arte simbólico, estrictamente reglamentado, a creaciones cada vez más realistas y humanas.

El punto de partida son dos tallas románicas, obra de los talleres de escultura que proliferaron en los reinos hispánicos durante la Edad Media. La escultura románica huye del naturalismo para crear representaciones simbólicas: la Virgen sirve de trono al Niño Jesús, que representa la sabiduría divina. La figura mira siempre frontalmente. Las dos esculturas que se presentan en la exposición son de una escuela leonesa y muestran gran hieratismo. En una de ellas, falta la figura del niño Jesús. Como en otras figuras de la Virgen objeto de devoción popular, debió ser venerada durante mucho tiempo y luego, en el Barroco, debió llevar ropas de la época.

La escultura gótica busca la adhesión de los fieles mediante representaciones expresivas y emocionantes. El Niño acostumbra a aparecer de lado, en el regazo de la Virgen, en una postura no tan forzada, mucho más natural. En algunos casos incluso gira la cabeza y sonríe. En la muestra pueden contemplarse representaciones del tema que, en relación con las del arte románico, han perdido el carácter simbólico y geométrico.

 

 

La imagen del Cristo de los tres clavos explica de modo muy claro la humanización progresiva de la escultura en madera a partir del siglo XIII. En la época románica el Cristo aparece clavado en la cruz con cuatro clavos. A menudo se trata de un Cristo muerto, que no refleja el dolor. Con el gótico se introduce un nuevo modelo de representación: el Cristo cuelga de la cruz sostenido por tres clavos. Una pierna se coloca encima de la otra, se rompe la simetría y se transmite la idea del sufrimiento. Entre las piezas más expresivas de la exposición hay un Cristo crucificado con los brazos asimétricos y el torso ligeramente curvado, que responde de lleno al gusto del 1300. Por la postura puede deducirse que se trata de la escultura central de un Descendimiento de la Cruz: el Cristo suelta su cuerpo para que lo sostenga José de Arimatea.

En otra de las obras, la Virgen reza a los pies de Cristo crucificado. Las manos enlazadas en el pecho, el tocado, la túnica y el mantel, subrayan la gravedad del momento e invitan al espectador a una actitud de recogimiento y respeto. San Juan, con la Virgen y María Magdalena, acostumbra a aparecer en los grupos escultóricos que a lo largo de toda la Edad Media representan el Calvario de Cristo. El peinado, en forma radial, individualiza al personaje. Al lado de las esculturas de Cristo Crucificado, la Virgen y San Juan Evangelista, también se pueden contemplar varias figuras de santos obispos, vestidos con la ropa sacerdotal (casulla, mitra y estola).

Hasta el siglo XIII, la escultura en piedra y madera utiliza las mismas fuentes de inspiración y trata los mismos temas. A partir de este momento, la decoración en piedra de las entradas se hace cada vez más rara y la escultura en madera cobra plena autonomía respecto al marco arquitectónico. Uno de los referentes de los escultores es la obra de los miniaturistas, las ilustraciones de los códices, que introducen soluciones plásticas cargadas de emotividad y dramatismo. Este segundo apartado quiere mostrar al visitante el nuevo espíritu que se desarrolla en toda Europa con el gótico, mediante esculturas en madera destinadas al altar mayor y a las capillas laterales de las iglesias.

En la Edad Media , los artistas y sus obras viajan, las influencias se trasladan de norte a sur y de este a oeste; surge una preceptiva estética que delimita las atribuciones del maestro y de los artistas de su taller. La exposición muestra el esplendor de una época de gran intensidad creativa, entre los siglos XV y XVI. El impacto del arte flamenco, la aparición de nuevas formas de representación que incluyen el elemento narrativo, la introducción de temas de la historia sagrada y las vidas de los santos, y la búsqueda de la expresividad, que se traducen en el uso de distintas técnicas y materiales. Hay que citar aquí una tabla de la escuela del Bosco, que muestra la figura de San Cristóbal, representado llevando a hombros al Niño Jesús, en medio de un paisaje fluvial, rodeados de seres híbridos y extraños, ciervos y peces monstruosos. Es una muestra de la boscomanía que se propagó por Europa en el siglo XVI.

El tema de la Piedad nació en el siglo XIV y se difundió por Europa con éxito extraordinario a causa de su valor emotivo, que permitía a los fieles identificarse con el dolor de la Virgen. En una de las tallas que se pueden contemplar en la muestra, la figura del Cristo tiene unas dimensiones más pequeñas que las habituales. No es un defecto de ejecución: el escultor sigue un texto atribuido a San Buenaventura según el cual la Virgen recuerda cuando el hijo era pequeño y lo mecía en sus brazos. Otra de las piezas destacadas de la exposición es la Piedad de Alejo de Vahía. Aunque su nombre figura pocas veces en los documentos, la abundancia de obras que se le han atribuido hace pensar que gozó de un gran prestigio en el paso del siglo XV al XVI. De origen germánico, Alejo de Vahía vivió en Becerril de Campos, cerca de Palencia. El grupo escultórico de la Piedad es una pieza de gran belleza y fuerza expresiva. La Virgen coloca en su regazo el cuerpo de su hijo y llora su muerte. Aparecen también sus seguidores: José de Arimatea le sostiene la cabeza, mientras que el buen cristiano, Nicodemo, permanece arrodillado a sus pies. Una de las santas mujeres acompaña a la Virgen.

La aparición de los retablos en las iglesias medievales es consecuencia de las normas litúrgicas que desde el siglo XI establecían que la persona encargada de oficiar misa tenía que celebrar la eucaristía de cara al altar, de cara a Dios, y de espalda a los creyentes. De este modo, toda la atención se concentraba en el altar, donde se acostumbraba a colocar una imagen o un relicario y, posteriormente, un retablo (del latín retro tabulum, detrás del altar). Estos retablos estaban decorados con escenas de la vida de Cristo o la Virgen, imágenes de los mártires y los santos, que provocaban la admiración y estimulaban la imaginación de los fieles. La compleja técnica que se usaba para realizar estos retablos exigía la colaboración de un ebanista, que se encargaba de construir la caja de madera; un escultor; que realizaba los grupos de figuras; y un pintor, que doraba y coloreaba las tallas y que, posiblemente, era el que concebía las composiciones.

 

 

Con el paso de los siglos, los retablos góticos de los altares y capillas de las iglesias fueron sustituidos y, en muchos casos, troceados y vendidos tabla a tabla. En la exposición pueden verse distintas pinturas procedentes de antiguos retablos. Una de las más espectaculares representa el Cristo de medio cuerpo y vestido con una capa que sostienen dos ángeles y que muestra las llagas del martirio.

Otras dos tablas muestran a San Juan Evangelista con un libro en la mano derecha y la palma y la imagen paradojal de Santiago de Compostela, muy extendida en la Edad Media, representado como un peregrino que sigue su camino para visitar su propia tumba. Dos pinturas que pertenecieron al mismo retablo muestran una escena de resurrección y otra de martirio, con un santo obispo apaleado por sus verdugos. Los azulejos del suelo están decorados con falsos escudos, con unas filigranas que recuerdan los dibujos de los platos de cerámica de Manises que pueden verse en la sala.

En la primera mitad del XVI, las formas curvilíneas y elegantes del Gótico dieron paso al austero Renacimiento. El alabastro, que ya se utilizaba desde el siglo XIII, se convirtió en el material favorito de los escultores. En la exposición puede contemplarse una imagen que reproduce la figura de la Virgen con el Niño que gozó de gran éxito. El original, del siglo XIII o XIV, se conserva en Trapani (Sicilia), y fue objeto de centenares de copias.

Al lado de las esculturas de alabastro, hay otras, en madera, que reproducen distintos santos con sus característicos atributos. Santa Cecilia fue una joven romana que se convirtió al cristianismo y sufrió un martirio; es la patrona de la música sacra y por esto acostumbra a aparecer junto a un órgano. En la talla que se muestra en la exposición, viste un traje de pliegues ampulosos y lleva un libro en las manos.

Otro santo que gozó de gran devoción es San Sebastián, que en la Edad Media se decía que curaba la peste. Los ojos, los cabellos y la forma de la nariz de la escultura presente en la exposición permiten aventurar que este San Sebastián fue obra de un discípulo del gran escultor castellano Alejo de Vahía. A lo largo de los siglos, ha perdido las flechas y el emblema heráldico que figuraba en la base. Finalmente, se presenta también una imagen de San Cosme de pie, vestido como un caballero, con birrete, túnica corta y manto recogido con los brazos, medias y zapatos. En las manos lleva una caja con instrumental médico.

Pedro de Berruguete fue el primer pintor castellano que viajó a Italia a perfeccionar su arte. Su representación de la Sagrada Familia formaba parte de un oratorio de dos caras sobre el gozo y el dolor de María. Mediante la sensibilidad del dibujo y el trato vigoroso de la materia pictórica, Berruguete consigue una sensación de realidad extraordinaria. Adquirida por la Fundación Francisco Godia en el año 2002, la Sagrada Familia es una de las pocas obras de este maestro del Renacimiento en colecciones privadas. Es la pieza elegida para cerrar una exposición que estará abierta en la sede de la Fundación, situada en la calle Valencia, nº 284, de Barcelona.

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com