¡RUSIA!
Valerie Hillings (01/05/2006)
¡RUSIA! es la exposición de arte ruso más amplia e importante realizada fuera de aquel país desde el final de la Guerra Fría. Con unas 300 obras, muchas de las cuales nunca antes se habían presentado fuera de Rusia -o lo habían sido en contadas ocasiones-, esta exposición presenta las principales obras maestras del arte ruso desde el siglo XIII hasta el momento actual. Junto a ellas se exhibe además una selección de pintura y escultura de Europa Occidental de primer orden procedente de las colecciones imperiales reunidas por los gobernantes Pedro el Grande, Catalina la Grande y Nicolás I en los siglos XVIII y XIX, y de las colecciones que los comerciantes moscovitas Serguei Shchukin e Iván Morozov atesoraron a comienzos del siglo XX. |
La primera sección de la muestra está dedicada a la era del icono desde el siglo XIII al XVII. Pese a que en un principio la cultura visual de la Iglesia Ortodoxa rusa había seguido el modelo bizantino, ya en el siglo XV emergió un arte ortodoxo ruso singular. El iconostasio, un muro con imágenes pintadas, domina visualmente las iglesias ortodoxas de Oriente. En el siglo XVI la Iglesia Ortodoxa rusa había desarrollado para sus iconostasios una estructura de cinco filas con paneles que incorporaban no sólo el tradicional tríptico de Cristo, la Virgen y San Juan Bautista -conocido como la déesis- sino otras filas dedicadas a los Patriarcas, los profetas, a las festividades y a los órdenes locales. La exposición incluye múltiples paneles de 1497 de la fila de la Déesis procedente del célebre iconostasio de la Catedral de la Dormición del Monasterio de San Cirilo del Lago Blanco. Este impresionante conjunto de nueve paneles, de tamaño casi natural, que forma la fila de la Déesis y otros iconos seleccionados de las filas de las festividades o de los profetas, así como una pieza textil que representa a San Cirilo (1327-1427), permiten al espectador conocer la cultura visual rusa del siglo XV. La segunda sección de la muestra está dedicada a las colecciones reales de los siglos XVIII y XIX. En sus viajes por el extranjero, Pedro el Grande (1672-1725) -cuyo reinado discurrió de 1682 a 1725- desarrolló un gusto por el arte que le condujo a una extraordinaria adquisición que se muestra en esta exposición: El Enterramiento (1520), del artista italiano Garofalo. La nieta política de Pedro, Catalina la Grande (1729-1796) -que ostentó el poder entre 1762 y 1796-, también reunió una magnífica colección de pintura occidental que adquirió de colecciones francesas e inglesas fundamentalmente; ésta sería el embrión del actual Museo Ermitage. Por su parte, Nicolás I (1796-1855) -zar de 1825 a 1855- convirtió la Colección Imperial del Ermitage en museo público en 1852, añadiendo a sus fondos obras de arte italianas, holandesas y españolas. |
La tercera sección presenta el arte ruso del siglo XVIII. Las reformas llevadas a cabo por Pedro el Grande iban restando la importancia de la Iglesia Ortodoxa rusa y de sus tradiciones, incluyendo la pintura de iconos. Artistas y arquitectos occidentales se convirtieron en los maestros de una nueva generación de creadores rusos dedicados al arte secular. En 1757 se fundaba la Academia de Bellas Artes, y en 1794 pasaba a estar bajo la protección de Catalina la Grande. La Academia siguió el modelo de Europa Occidental, concretamente el francés. Entre sus artistas más destacados se encuentra Antón Losenko, cuyo estilo neoclásico elevó el género de la pintura de historia, como queda patente en su Vladimir y Rogneda (1770). Sin embargo, la pintura de historia no fue la que dominó la escena del arte ruso del XVIII; fue el género del retrato el que alcanzó mayor difusión. Los retratistas más famosos del reinado de Catalina fueron el pintor Dimitri Levitski y el escultor Fedot Shubin, quienes realizaron notables retratos oficiales de la familia imperial y de miembros de la nobleza. La cuarta sección presenta el siglo XIX, cuya primera mitad está marcada por el desarrollo de nuevos géneros y una creciente originalidad estilística: desde retratos románticos hasta representaciones intemporales de la vida campesina, escenas épicas de Cristo o turbulentos paisajes marinos. Orest Kiprenski, Alexei Venetsianov, Karl Briulov, Alexander Ivanov e Iván Aivazovski son algunos de los artistas más destacados del período. Su obra encuentra paralelismos con la de sus coetáneos en otros países, en ocasiones incluso se anticipa a ellos. Muchos de estos artistas trabajaron durante amplios períodos de tiempo en el extranjero, especialmente en Italia. En la segunda mitad del siglo continúa la tradición académica, aunque un grupo de artistas conocidos como "Los Ambulantes" rechazan sus limitaciones y prefieren presentar su arte a un público más amplio organizando muestras itinerantes. Creían en la elevada misión social del arte, en el arte como herramienta de comentario y crítica social, especialmente de las brutales condiciones de vida y represión política del momento. De este grupo destacan Ilia Repin, Iván Kramskoi, Nikolai Gue y los excelentes paisajistas Isaac Levitan e Iván Shishkin. Es particularmente importante para el Guggenheim Bilbao poder mostrar una de las pinturas más icónicas, no sólo de este período sino de todo el arte ruso: Sirgadores del Volga (1870-1873), de Repin, una representación tanto de personajes individuales como de la encarnación de la sabiduría, el coraje y la fuerza física. La obra de "Los Ambulantes" constituye la base de la gran colección de Pavel Tretiakov, hoy Galería Estatal Tretiakov, ya que proporcionaron un modelo realista crítico contra el cual reaccionó la generación de vanguardias históricas. |
La quinta sección muestra una selección de obras maestras de artistas modernos de las colecciones de los comerciantes moscovitas Serguei Shchukin (1854-1936) e Iván Morozov (1871-1921), que incluyen importantes ejemplos de impresionismo, posimpresionismo, fauvismo y cubismo; en la exposición pueden verse obras, entre otros, de Pablo Picasso, Paul Gauguin y Henri Matisse. Estas colecciones ejercieron gran influencia en la generación de artistas rusos cuya obra constituye la sexta sección de la muestra. En ella se fusionan las influencias occidentales con las tradiciones rusas arraigadas en el arte del icono y el folclore. Esta sección arranca con el simbolismo ruso de alrededor de 1900, cuyo representante más destacado es Mijail Vrubel, creador de obras cuyos temas se asemejaban a los tratados por sus coetáneos europeos, aunque con un marcado uso del folclore y la literatura locales. Estos experimentos fueron precursores de la obra pionera de los artistas de la vanguardia como Natalia Goncharova, Mijail Larionov, Kazimir Malevich y, los menos conocidos Ilia Mashkov, Piotr Konchalovski y Aristarj Lentulov. De este contexto surgen, en rápida sucesión y en poco tiempo, unos movimientos radicales: cubofuturismo, rayonismo, suprematismo y constructivismo. Malevich, fundador del suprematismo, pintó la primera de sus varias versiones de su icono moderno, Cuadrado Negro, en 1915. En la exposición se muestra el que es considerado el más pequeño y último de la serie, que se estima fue pintado entre finales de 1920 y comienzos de 1930. La séptima sección examina el arte de los años 30 y 40, período estrechamente asociado a la doctrina oficial del arte conocida como Realismo Socialista, establecida en 1934. Considerada durante mucho tiempo como mera propaganda o rareza histórica, este estilo, sin embargo, tuvo artistas de gran talento. Pinturas como El Nuevo Moscú (1937) de Yuri Pimenov celebran la industrialización y el trabajo comunal de los nuevos hombres y mujeres soviéticos. Aunque el arte estaba dominado por visiones utópicas comunistas durante el estalinismo, sería incierto decir que fue monolítico en los años 30. Artistas como Isaac Brodski pintaron muchas imágenes icónicas que se conocen de Lenin y Stalin; otros como Alexander Deineka abordan temas que, permaneciendo fieles a los ideales comunistas, reflejan una sensibilidad moderna y una visión artística decididamente personal. Esta sección también presenta el arte de la Gran Guerra Patria (la II Guerra Mundial) de los años 40. |
La sección octava se centra en el arte que se produjo tras la muerte de Stalin en 1953. Inmediatamente después, los artistas disfrutaron de una mayor libertad de expresión, emergiendo lo que se ha denominado Estilo Austero. Aún dentro del arte oficial, este estilo se caracteriza por la innovación formal -dentro de los límites impuestos por el Realismo Socialista- y por una temática cada vez más personal. Obreros de la Central Hidroeléctrica de Bratsk (1960-1961) de Víctor Popkov es buen ejemplo de la escala monumental y simplificación formal que domina este período. Ésta y otras pinturas oficiales realizadas después de 1953 ponen de manifiesto la pluralidad del arte soviético, cuestionando uno de los mitos sobre los que más se ha generalizado en Occidente: que el arte ruso entre aproximadamente 1930 y 1980 se nutrió exclusivamente de los mandatos del régimen. Esta sección no sólo muestra los desarrollos oficiales del arte posestalinista, sino que también refleja la diversidad de estilos y temas que los artistas no oficiales practicaron desde los años sesenta hasta el fin de la guerra fría. De forma gradual, fueron descubriendo el legado de la vanguardia de principios del siglo XX, derivando en una cacofónica escena artística que floreció a pesar de la ausencia de un circuito establecido para la exposición y venta de obras, y desafiando la política artística oficial. Sin embargo, estas obras no son, como frecuentemente se ha afirmado, fundamentalmente políticas. Artistas como Ilia Kabakov desarrollaron de forma individual un arte conceptual paralelo a lo que se producía en Occidente. El hombre que voló al espacio (1981-1988) captura no sólo las penurias del hombre cotidiano soviético para escapar de las cuatro paredes de su apartamento comunal y de la sociedad soviética en general, sino que también refleja la búsqueda universal del hombre en forma de viaje espacial en pos de la libertad personal. El arte Sots, movimiento de los setenta que tomaba la iconografía soviética y la cultura popular como punto de partida, está representado en la muestra con obras de Komar y Melamid, Eric Bulatov y otros. La instalación de 2003 de Vadim Zajarov, La historia del arte ruso: desde la vanguardia hasta la escuela conceptualista de Moscú, en gran medida evoca el periplo histórico en que se embarca el visitante de esta exposición, y demuestra la amplitud legendaria del arte ruso, atestiguando una presencia constante y llena de vitalidad en la escena internacional. |
Nota de La Hornacina: Desde el 29 de marzo hasta el 3 de septiembre de 2006
en el Museo Guggenheim de Bilbao. Valerie Hillings es asistente de conservación.
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