Se trata de un conjunto escultórico de composición piramidal, talla completa a tamaño natural, realizado en madera de cedro real policromada al óleo con las técnicas tradicionales de la imaginería española. Ha sido encargado por la Hermandad del Nazareno de Tarancón (Cuenca), que este año cumple el 300 aniversario de su fundación, para reemplazar a un simulacro seriado de la Piedad originario de los talleres de Olot (Girona).

La escena representa el cuerpo de Jesús yacente recién bajado de la cruz sobre el regazo de su Madre, justo en los momentos anteriores de su traslado al sepulcro. Iconográficamente esta escena se remonta a la devoción de los Siete Dolores de la Virgen, al igual que a la XIII estación del Vía Crucis.

Al ser uno de los instantes más angustiosos de la Pasión de Cristo, el escultor ha querido plasmar una imagen de Varón dulce y sereno, enmarcándolo dentro del dramatismo de los instantes que siguieron a la crucifixión. Su cuerpo se muestra inerte, azotado y herido tras los tormentos infligidos, con una tez pálida.

La efigie mariana, bella y piadosa, cuyas vestiduras se expanden en numerosos pliegues, refleja el sufrimiento ante la pérdida del Hijo de una manera muy íntima, con la mirada perdida, sosteniendo dulcemente con su mano derecha entreabierta la cabeza del Redentor, haciendo entrega y ofrecimiento de los frutos de su sacrificio al fiel que lo contempla. Las piezas de orfebrería han sido cinceladas por el sevillano José Manuel Bernet.

Con respecto a la policromía y la anatomía, se ha realizado un minucioso estudio para dotar al grupo de notable realismo, caso de las heridas y llagas de Cristo. Otros detalles son los tres dedos rígidos de la mano derecha, símbolo de la Resurrección de Jesús al tercer día y de bendición para todo aquel que se postre a sus pies, y el párpado izquierdo atravesado por una de las espinas de la corona, rememorando modelos barrocos.