FRANCISCO LÓPEZ
02/06/2015
Aparición de San Bruno |
Demonio |
Francisco López (Madrid, 1932) nace en el seno de una familia de orfebres. Su padre era profesor de grabado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y dará sus primeros pasos en el mundo del arte en el taller familiar. Asiste a la Escuela de Arte y Oficios de Madrid donde será alumno de José Capuz. En la Escuela de San Fernando entra en contacto con artistas como Antonio López, María Moreno, Lucio Muñoz, Amalia Avia e Isabel Quintanilla, con quien contrae matrimonio en 1960, año en el que parte a Italia becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores para estudiar en la Academia Española de Bellas Artes de Roma. Durante su estancia en la ciudad italiana estudia especialmente el Renacimiento italiano y la escultura neofigurativa que influirá decisivamente en su posterior desarrollo artístico. Tras pasar cuatro años en Roma se trasladan a Paris en 1963 año en el que nace su hijo Francesco, modelo de muchas de sus obras. Artista preocupado por la integración de la escultura en la arquitectura, Francisco López ha trabajado con diversos arquitectos como Rafael Moneo. Su obra se halla repartida en museos y colecciones públicas de prestigio como el Museo Reina Sofía y la Fundación Juan March de Madrid, la Nationalgalerie de Berlín, el Museo Británico de Londres o la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Nuestro artista pertenece a los Lópeces, uno de los principales grupos artísticos de nuestro país. Este conjunto de artistas se conocieron estudiando y se casaron entre ellos: Julio López Hernández, hermano de Francisco y también extraordinario escultor, se casó con Esperanza Parada, desgraciadamente ya desaparecida, que fue interesante pintora y colaboradora de la mítica Galería de Juana Mordó; el pintor y escultor Antonio López, el más famoso de todos, contrajo matrimonio con la singular artista María Moreno; por su parte, Francisco López se casó con la pintora Isabel Quintanilla, que también es modelo recurrente en su trabajo. Francisco López esculpe y dibuja el mundo que le rodea con austeridad y calmada ejecución. Queda patente en su obra el profundo respeto, que adquirió en sus estancias en Italia y Grecia, por el mejor clasicismo y por plasmar en su obra la belleza de lo sencillo y de lo sobrio alcanzando una singular poesía en sus realizaciones, encontrando la belleza tanto en sus dibujos como en sus esculturas. En los detalles, en la serenidad. Esta exposición en la Galería Leandro Navarro de Madrid (Calle Amor de Dios, nº 11) reúne hasta el 11 de julio de 2015 piezas de indudable valor dentro del quehacer de Francisco López: bronces, bajorrelieves, maderas, terracotas y dibujos, algunos inéditos, dan muestra del gran trabajo de este singular artista. |
Calle de Tomelloso 1965 |
La Nieve 1968 |
Texto de Francisco López publicado para el catálogo de la exposición La Luz de la Mirada en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, Segovia, octubre 2002-enero 2003:
La verdad es que dudo que interese leer lo que dicen los pintores de su obra. De Velázquez, ese pintor excepcional, no se sabe que haya escrito nada. Ni de Vermeer, ni de Fidias. Los que escribieron algo, como Leonardo ó Cellini, me parece que fue menos interesante que su obra. En el tipo de trabajo que yo hago, lo artístico y lo manual, por denominarlo así, están muy entrelazados. En la Grecia clásica, había diferencias entre los profesionales. La escuela de los Tiranicidas era de escultores en bronce, artistas que luego hacían el proceso artesanal ellos mismos. Los clastae, como los llamaba Plinio el Viejo, eran los que trabajaban el barro. Hoy en día el proceso está dividido. Yo hago un original y luego, en la fundición, llevan a cabo el resto. Incluso en el caso de talla directa en madera, utilizo el pantógrafo, que aproxima la figura que quiero hacer, de modo que no me enfrento con el bloque desde el primer momento. La verdad es que no somos unos profesionales tan apurados como los de antes. No he trabajado apenas en piedra, salvo algunos encargos, y sí en madera, que en realidad me gusta más que el bronce, pero me lleva mucho más trabajo. He hecho relieves tanto en madera como en bronce. Los hacia mi padre y lo llevo viendo desde niño. El relieve proviene de dos vertientes. Históricamente, en Grecia, Egipto y Mesopotamia el relieve representa escenas prácticamente sin fondo, sobre la superficie plana de la piedra. En Roma, en cambio, aparecen paisajes en el fondo, vegetación ó edificios. Así que es entonces cuando pintura y escultura se funden y logran resultados muy semejantes. Esa es la tradición que yo he recogido. La perspectiva y la profundidad de un relieve surgen en Roma en el siglo I, así que no he inventado nada. Soy el continuador de una tradición. Pessoa decía que hasta en el más pequeño poema debe haber algo que recuerde que ha existido Homero. En la escultura podríamos decir que debe notarse que ha existido Fidias. De joven me influían las modas: Picasso, Moore, ahora la verdad es que no me acuerdo de ellos para nada, pienso más en la antigüedad, que me resulta más actual. Veo los relieves de Asurbanipal, del palacio de Sargón y realmente me conmueven. Se puede saber hasta la raza de perros que tenían. La realidad se me escapa, por más que intente plasmarla en mis obras. No creo que haya podido captar la verdad que hay en ella, aunque mi intención siempre ha sido esa. No tenemos otra cosa que lo que está alrededor, y eso es lo que yo quería reflejar. En cada nueva obra pienso que voy a ser capaz de lograrlo más que la anterior. No podría hacer una escultura distinta a la que hago, incluso no puedo hacer una escultura inventada. Siempre trabajo con un modelo o una fotografía. Elijo también el atuendo y la postura, pero no insisto mucho en imponer mi personalidad sobre la suya. Trato de modelar de forma que quede la superficie muy uniforme, muy lisa, quizá por influencia de los mármoles griegos. Lo hago así con la madera y con el barro, que es más difícil que con el mármol. Me gustan las superficies muy acabadas. Como les digo a mis alumnos: la carne humana no tiene aristas, ni siquiera las uñas. Sólo las tienen lo que el hombre ha construido. Como modelos de mis obras elijo siempre a los que tengo cerca: mi hijo, Maribel (Isabel Quintanilla). Porque los tengo cerca y también porque me gustan. Como trabajo siempre con modelos vivos, ellos han sido mis modelos para muchos encargos en los que he tenido que hacer una escultura sobre un tema. He retratado a mi hijo Francesco a todas las edades, de niño de ocho años o de hombre de treinta y tantos. Ahora, cuando veo este retrato suyo a los ocho años y pienso que esa criatura ya no existe me emociona tenerlo ahí. Por ejemplo, en un friso que me encargaron para los juzgados de Valladolid, en un edificio de nueva planta, quería que hubiera dos niñas y acabaron posando las hijas del arquitecto. Para los relieves de las calles he utilizado alguna vez fotografías. He trabajado mucho hasta lograr que los relieves puedan verse sin necesidad de una luz especial. Antes siempre tenía ese problema, que necesitaban luz lateral. La escultura, en cambio, se somete a toda la parábola de la luz diurna. Tienes que pensar que va a estar iluminada por la mañana por un lado, por la tarde por otro y al mediodía desde arriba, y que tiene que funcionar en todos esos momentos. Hay que tener cuidado haces escultura, porque con una determinada iluminación parece que está bien y, cuando cambias la luz, no hay más que defectos. Por eso conviene moverla, para que a todas luces quede bien. Las dificultades del realismo son la precisión, el parecido. |
Francesco 1992 |
Terraza con Olivos 1973 |
Horario: lunes a viernes, de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:00 horas; los sábados, previa cita.
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