Se trata de una representación de la Virgen María sin advocación específica, realizada por el reconocido escultor e imaginero para un templo parroquial de Guam, la antigua Isla de San Juan conquistada en el siglo XVI por los españoles en el Pacífico, que actualmente es de soberanía estadounidense.

La imagen es de tamaño natural para vestir y aparece vestida totalmente de blanco en alusión a su pureza, cruzando las manos sobre el pecho e inclinando sutil y humildemente la cabeza como símbolo de su entrega a Dios, al modo en el que muchos artistas lo reflejan en pasajes como la Anunciación o la Purificación. El atributo de la corona real representa la condición que recibe María tras ser coronada como Reina de los Cielos.

Martínez Rodríguez plasma gran serenidad y belleza en un rostro de carnaciones sonrosadas que manifiestan no solo la juventud de la Señora, sino también una mística sensualidad que es habitual en sus creaciones. Los ondulados cabellos, recogidos en la nuca, están pintados en tonos ambarinos, al igual que los ojos.