Se trata de una bella imagen del Niño Dios dispuesto de pie y desnudo sobre una nube dorada en oro blanco y estofada. Dirige al espectador una mirada de gran viveza e inocencia, mientras bendice con la diestra y con la otra mano sujeta una cruz que simboliza el triunfo de la resurrección venidera a través del instrumento principal de su martirio. El destino de esta obra es una colección particular de la localidad de Bonares (Huelva).

En este caso la iconografía ha sido realizada en madera de cedro, con ojos de cristal insertos en su mascarilla y policromía aplicada al óleo, estando muy conseguida la simulación de las carnaciones típicas de los infantes. El trabajo de dorado ha sido llevado a cabo por Francisco Javier Gutiérrez. Todo el conjunto descansa sobre una peana en madera de pino, tallada por Juan Manuel Vázquez Melo y posteriormente barnizada.

Como todas las imágenes infantiles de Parra Hernández posee un rostro muy expresivo, con grandes ojos de cristal y sugerentes detalles faciales, caso de las cejas arqueadas, los labios en forma de corazón o la puntiaguda barbilla. Asimismo, muestra un trabajo de gran calidad en su anatomía, reinterpretando de paso el modelo montañesino del cabello y acentuando con gracia el contraposto al estilo de los modelos dieciochescos.