En una ciudad como Sevilla, de larga historia, no es el primer caso en el que se han hallado enterramientos en lugares ahora insospechados. De hecho, bajo el actual edificio de la Diputación Provincial se encuentra un cementerio judío cuya historia ha dado lugar incluso a la leyenda urbana de que algún fantasma que otro deambula por los aparcamientos de la institución provincial.
Más allá de la anécdota, los restos óseos que ahora han atraído la atención de numerosos sevillanos, constantemente asomados para ver el trabajo de los arqueólogos, se encuentran asociados a los muros de la Iglesia del desaparecido Convento de San Francisco, y se corresponden con los enterramientos que se fueron superponiendo desde la fundación del templo, en el siglo XII, hasta su demolición en el XIX.
Las inhumaciones más recientes, aseguran los arqueólogos, que ya han autorizado el cubrimiento de los restos con una tela especial que permitirá que sigan descansando bajo tierra, han removido las anteriores, de forma que predominan los huesos dispersos y los osarios en las que están representados todos los grupos de edades: desde niños hasta adultos e incluso ancianos.
El enorme Convento de San Francisco, también llamado La Casa Grande, fue derribado en el siglo XIX y sus restos seccionados por la construcción de infraestructuras de servicios en la siguiente centuria -caso de alcantarillas, tuberías de agua o servicios eléctricos-, de forma que los arqueólogos sólo han podido hallar del inmueble, en estas catas, las cimentaciones de sus muros. La construcción del tranvía ya había proporcionado antes, sin embargo, más hallazgos de este convento: una antigua fuente del claustro, fechada en el siglo XVI y que será expuesta en el Museo de Bellas Artes de la ciudad, su capilla principal y una cripta.
Aunque se presume que el complejo era de enormes dimensiones, aparejado a la obra de este metro ligero va a ir también un estudio geofísico sobre el subsuelo de la Plaza Nueva para ver cómo estaba situado este antiguo convento. Del cenobio actualmente sólo se mantienen en pie, y ambos muy modificados, el arquillo del Ayuntamiento, lugar donde se situaría hasta el siglo XIX el acceso al atrio, y la Capilla de San Onofre, prácticamente oculta entre los edificios del siglo XX que conforman la Plaza Nueva.
No obstante, del convento también se han conservado otras valiosas obras de arte, que hoy reposan en otros lugares: una de las más famosas es el llamado Retablo de los Vizcaínos, que preside la Iglesia del Sagrario de la Catedral hispalense. También destacan dos gárgolas que se encuentran expuestas en el Museo Arqueológico y un retablo del siglo XVI, labrado en mármol de Carrara, que ha llegado hasta el Pazo de San Lorenzo de Trasouto, en Galicia, después de que los Condes de Altamira se lo llevaran hasta allí.
De la importancia que tuvo, además, dan una idea dos datos: fue sede de gobierno de la Custodia Hispalense de los Franciscanos, y la decoración de su claustro pequeño, con un conjunto de trece lienzos, fue el primer gran encargo que obtuvo, en 1645, con apenas 28 años, el afamado pintor Bartolomé Esteban Murillo.