SEVILLA EN LA MIRADA
20/05/2024
Con la exposición Sevilla en la mirada. Donación Luque Cabrera el Museo de Bellas Artes de Sevilla (MBASE) rinde homenaje y expresa su gratitud a Francisco Luque Cabrera, fallecido en 2021, por la generosidad que siempre tuvo con la institución y que concretó en otras donaciones previas realizadas en los años 1995, 2015 y 2016. La muestra recoge la última donación del mecenas, que se ha podido llevar a cabo gracias al ofrecimiento de sus hermanas y herederas. La donación la forma una heterogénea colección de 195 obras, entre pinturas, esculturas, dibujos, grabados y medallas que abarcan desde el siglo XVI al XX. Entre las pinturas destaca el conjunto de óleos de Diego López, así como sus dibujos del casino de Montecarlo, y en escultura la obra de Antonio Illanes, artistas con los que Francisco Luque Cabrera tuvo una cercana relación de amistad. Los grabados conforman el grupo más numeroso con un muestrario de diferentes técnicas y artistas que han venido a enriquecer nuevamente el gabinete de estampas de nuestra institución. Un número reducido es anterior a 1800 aunque la mayoría pertenecen al siglo XIX. Entre ellos hay un grupo que nos ofrece la visión de España de artistas viajeros extranjeros que popularizaron en Europa la imagen de Sevilla, como los británicos David Roberts y John Frederick Lewis o los franceses Gustave Doré y Nicolas Chapuy. Y para completar esta crónica visual de la ciudad, el interés por sus costumbres y sus monumentos y lugares presentes o ya desaparecidos, las series de estampas de los españoles Francisco Javier Parcerisa, Antonio Chamán, o ya en el siglo XX, Francisco Cuadrado. La donación engloba un completo repertorio de técnicas de grabado, desde la entalladura, la xilografía y el aguafuerte, hasta la litografía, ampliamente empleada en el siglo XIX, o alguna otra derivada de ella como la cromolitografía. Sevilla en la mirada permite apreciar la infrecuente -por los exigentes requerimientos de conservación- obra en papel, cuyo interés se ha visto incrementado en los últimos años como testimonio gráfico de acontecimientos sociales o de cambios en las fisionomías urbanas, lo que permite profundizar más en la historia de los pueblos que atendiendo únicamente a las consideradas principales técnicas artísticas: la pintura y la escultura. |
La amistad que don Francisco Luque Cabrera mantuvo con Diego López e Antonio Illanes le llevó a incluir en su colección -básicamente formada por grabados y litografías- varias de sus creaciones, que, gracias a su donación, se incorporan ahora a los fondos del museo. La obra de Diego López es un buen ejemplo de la pervivencia en Sevilla de una pintura figurativa ligada a la tradición de la ciudad. Dotado de gran facilidad para el dibujo y con un estilo colorista de amplias pinceladas poco empastadas, su obra abarca asuntos diversos, centrándose la presente donación en figuras femeninas de tono popular. Sus dibujos del Casino de Montecarlo suponen un contrapunto moderno a sus lienzos de tema sevillano, por lo general más castizos. Ilustran la curiosidad del pintor por lo que sucede a su alrededor y su capacidad para, en unas pocas líneas de trazo rápido, captar con inmediatez una escena. Respecto a Antonio Illanes, hablamos de un destacado representante de la escultura sevillana del siglo XX. Su talla titulada "Cabeza de Cristo" es un buen ejemplo de su obra religiosa. Esta faceta artística, ligada en muchos casos a la Semana Santa, es la más conocida del escultor. Su inquietud le llevó a interesarse por muy diversos asuntos y materiales, como sus bronces de pequeño formato y temática profana. Un boceto modelado en barro por Antonio Susillo (imagen superior), que perteneció a Illanes, completa el grupo de esculturas donadas, y un paisaje de Rafael Cantarero y dos vistas urbanas de la medina de Tánger, de Gallegos Arnosa, cierran la serie de pinturas que han sido legadas al MBASE. |
El grabado evoluciona a lo largo de los siglos al servicio de motivaciones muy diversas, de las que la colección reunida por Luque Cabrera nos ofrece un interesante muestrario. La necesidad de dotar de una imagen complementaria a los textos geográficos está detrás de las más primitivas vistas que conocemos de Sevilla. En casos más cercanos a la cartografía que al arte, se plasma la topografía de manera rigurosa. En otras ocasiones, estas vistas pretenden ofrecer una panorámica del perfil de la ciudad, a modo de "skyline" del siglo XVI. Idéntico rigor que las primeras persiguen aquellas obras destinadas a estudiar y difundir sus principales monumentos, reproduciendo al detalle su arquitectura y decoración. Vinculados a la impresión de libros están dos grabados al aguafuerte de Matías de Arteaga incluidos en la crónica de Torre Farfán sobre la beatificación de San Fernando, patrón de Sevilla. Suponen un apoyo visual a las descripciones de las monumentales arquitecturas efímeras construidas para tan importante evento. Similar intención documental encontramos en el túmulo de Felipe II, que se alzó en la catedral de Sevilla en 1598. Por el contrario, a medio camino entre el grabado de reproducción -una tipología de estampa destinada a copiar y difundir obras pictóricas- y de devoción, se encuentra el que imita uno de los lienzos de Murillo para el convento de Capuchinos que conserva el museo. Estas obras diversas de los siglos XVI al XVIII son antecedentes del importante auge de la estampa en el siglo XIX, en el que nuevas técnicas, especialmente la litografía, supondrán un cambio sustancial para este arte. |
La corriente romántica tiene en Sevilla su punto de partida en 1833, en el encuentro de dos artistas: el gallego Genaro Pérez Villaamil y David Roberts. El primero, impregnado del paisajismo británico del segundo, llevará a cabo el compendio de vistas urbanas España artística y monumental, editado en París. Unos años más tarde, en ese mismo convulso siglo XIX español, Antonio de Orleans, duque de Montpensier, ve frustradas sus aspiraciones dinásticas y crea en Sevilla la llamada "corte chica". Su establecimiento en la ciudad en 1848 dio como fruto el resurgir de la escuela artística sevillana, y su importante labor de mecenazgo supuso un florecimiento de las artes, incluyendo el grabado y la fotografía. El triunfo de la litografía favorece el desarrollo en Sevilla de varios establecimientos litográficos, como el de Carlos Santigosa, impresor de la obra "Costumbres andaluzas", una serie de estampas populares de la vida cotidiana hispalense. Sevilla, abierta a la modernidad, adopta drásticos cambios en su fisionomía a caballo entre el siglo XIX y el XX: desaparecen sus viejas puertas de la muralla y se asoma a su río con la Exposición Iberoamericana de 1929. Las nuevas técnicas de estampación, como el "offset" o la cromolitografía, revolucionan la cartelería de las fiestas y la publicidad. Los viajeros románticos, en su búsqueda del exotismo, por su pasado andalusí, ven en España un destino imprescindible. En Sevilla recalan artistas fundamentalmente británicos y franceses, como el citado Roberts, John Frederick Lewis, Nicolás Chapuy o Gustave Doré, que captan en sus bocetos, a lo largo del siglo XIX, su lado más pintoresco. De sus carpetas, llenas de apuntes tomados del natural de los rincones más sugerentes, surgen estampas donde no solo plasman la riqueza del patrimonio artístico de la ciudad, sino también a los pintorescos personajes que la pueblan: tunos, cigarreras, bandoleros o majos y majas pelando la pava. Utilizando diferentes técnicas del grabado, xilografía, aguafuerte y litografía, estas imágenes constituyen una visión foránea -y a menudo sesgada- de la vida cotidiana de la ciudad. Del paisajista Roberts, figura clave que propicia la escuela sevillana de pintores románticos, destacan sus evocadoras visiones de la Torre del Oro o la Entrada al Salón de los Embajadores. El siglo XIX también es testigo del desarrollo de disciplinas ligadas a la imagen, como la cartografía o el periodismo gráfico. El grabado asociado a ellas tomará como base en ocasiones la fotografía. En este sentido podemos citar la "Vista de Sevilla a vuelo de pájaro", de Alfred Guesdon, y la "Procesión del Viernes Santo", de Ernest Girard. |
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