NUEVA OBRA DE ANTONIO YUSTE NAVARRO

Juan Carlos Montiel Botía (06/12/2014)


 

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El siempre inconformista ganador del concurso que este portal convoca anualmente, Antonio Jesús Yuste Navarro, no deja de sorprendernos explorando el aparentemente agotado campo de la imaginería, en su obsesión de hacerla avanzar avanzando con ella. Asumiendo retos alejados del acomodo profesional, como demuestra la obra que nos ocupa. Sólo así se entiende su atrevimiento aceptando interpretar uno de los mayores emblemas de Oriente -el del poder imperial- para gestar esta rara avis mariana: un sublime ideograma escultórico destinado a enriquecer un lenguaje único de fe.

Nuestra Señora Madre de Dios, Emperatriz de China, es una recreación del icono de pequeño formato y semejante advocación que se encuentra en la catedral de Pekín, pintado por el maestro Chu Kar Kui. La escultura, de tamaño natural, ha sido concebida para confortar el alma del fiel chino; pero utilizando los elementos que le son propios e inherentes a su cultura. Intentando a toda costa incardinarse en ella, para hacerse uno con él. Desde la naturalidad y el respeto a una civilización milenaria en la que late con fuerza el anhelo de trascendencia y un afán legítimo por reconocerse en su Creador.

El autor ha demostrado una absoluta habilidad y maestría al haber sabido jugar con las convenciones de la imaginería tradicional -de canon occidental-, hasta llevarlas un paso más allá. Modelando una imagen mariana de fisonomía puramente china, de rasgos y hechuras más depurados que el icono en el que se inspira, mostrándose contenido en el uso de recursos pictóricos para no traicionar el modelo de belleza chino. Cabe destacar en la imagen una policromía suave y nívea, delicada en su concepción, propia del modelo antes mencionado que no concibe la piel bronceada, y mucho menos en la casta noble; de ahí la obligada ausencia de pátinas y veladuras. En posición mayestática, como corresponde a su categoría de emperatriz, la imagen se adivina amable, pero sin concesión alguna a sentimentalismos impropios de su clase, lo que le imprime un carácter regio. De ahí ese cierto hieratismo que es aprovechado para dotar a la imagen de un aura capaz de convertir el espacio que la circunda en sagrado y, para el que la contempla, en revelación.

Es la imagen del Niño la encargada de humanizar a la Madre, evitando que ésta sea un mero trono de exaltación. Centrando las miradas sobre la zona más sagrada de su pecho: el corazón. La ternura del Niño es el elemento compositivo destinado a tocar el alma del devoto; tal vez por ello, el autor no ha podido resistirse a relajar el exigente criterio racial, utilizando un suave modelado en la cabellera, a base de finos mechones que jalonan toda su cabeza, muy del gusto mediterráneo. Un cabello, por lo demás, completamente negro, como el de la Madre, sin contrastes ni recursos pictóricos que pudieran haber dado mayor prestancia al conjunto, tal vez; pero que hubieran traicionado la confianza depositada en él para hacer china la imagen mariana.

En definitiva, un encargo único para Yuste Navarro -del que la difusión de su obra por La Hornacina tanta culpa tiene-, quizás una isla dentro de su producción, pero que supone toda una declaración de intenciones: la necesidad de crecimiento artístico de alguien que niega a aburrir diluido en la reiteración. Al que reconozco con estas palabras sin miedo alguno, porque sé que no van a condicionar su creatividad libérrima. Una obra que habitará en la Catedral de Shanghái (China). Todo un honor para un artista que aún no es consciente de cuánto ha ensanchado el horizonte de su imaginería, hasta límites que nunca antes hubiera podido imaginar.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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