NUEVA OBRA DE ANTONIO YUSTE NAVARRO

Enrique Centeno González (11/05/2015)


 

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Podría afirmarse que un autor ha afianzado su posición en el medio cuando, con cada encargo, la referencia de la crítica artística está en sus propias obras anteriores y no en otras con distinta firma. Esta es, con toda probabilidad, la situación del escultor ciezano Antonio Jesús Yuste Navarro, que acaba de realizar la efigie de talla completa policromada al óleo, a tamaño natural, de Jesús del Amor y Caridad Despojado de sus Vestiduras para la Cofradía de Santa María Magdalena de Blanca (Murcia). Un encargo que suponía el reto de asumir la inevitable comparación con dos obras pretéritas del propio imaginero, el conocido Cristo de la Expiración, realizado para Cieza, y la imagen, más lejana en el tiempo, de Jesús Despojado que se conserva en Cehegín. Dos obras que alcanzaron un éxito importante -en distinto grado- en el Premio de La Hornacina, lo que acrecienta su valor referencial. En el caso de la primera, el virtuosismo técnico y el dramatismo expresivo del Crucificado suponen un paradigma difícilmente esquivable para el propio autor, especialmente en cualquier temática martirial; en tanto que la renovación iconográfica de su anterior Despojado, que alcanzaba el valor de interesante aportación personal al pasaje, no podía ser ignorada en esta nueva aproximación.

Visto el resultado final de la obra, puede apreciarse que Yuste Navarro ha obviado el camino fácil, que era el de concitar sus éxitos anteriores para ofrecer una versión de mínimas diferencias, y ha optado por utilizar dichas obras no como modelo sino como punto de partida sobre el que construir un discurso escultórico que, tanto en lo formal como en lo material, supone un nuevo paso adelante en su trayectoria.

Así, el artista toma como base esa visión suya del pasaje evangélico del Despojo en el que es el propio Cristo el que se quita la túnica para ofrecerse al martirio. Sin embargo, y a diferencia de la pieza de Cehegín, el artista enfatiza el componente psicológico y emocional en detrimento de lo narrativo, lo que se resume en ese gesto de retener para sí la túnica un instante más, junto al pecho, en la certeza de que es lo único que lo separa del tormento en la Cruz. El rostro de Cristo refleja de forma nítida esa asunción de la realidad: sabe que está dando su último paso hacia la muerte, y por eso la expresión de su rostro -un rostro bellísimamente modelado, acaso el mejor que ha logrado su autor- no es de sufrimiento físico, ni tampoco de desesperación o de amargura, de serena conciencia, de aceptación del tormento, de responsabilidad redentora. Esta forma de concebir la imagen subraya la intención de Yuste Navarro de contar al fiel que la Muerte de Cristo es, ante todo, una acción voluntaria del Dios hecho hombre, que precisamente tenía que ofrecerse en sacrificio para saldar la deuda de toda la humanidad con el Padre; una deuda arrastrada desde el pecado original, desde el momento en que los hombres decidieron utilizar el regalo de su libertad para escoger el sendero del mal. Es el de Cristo un acto de caridad llevada al extremo, un acto de amor incondicional. Y es ese amor el que brilla en la mirada densa y discursiva de este Cristo Despojado, una mirada que se dirige, ante todo, hacia esa Cruz que el artista, en estruendosa elipsis, ha convertido en elemento esencial de la escena pese a su ausencia material.

Es también esa Cruz fuera de plano el destino del paso adelante de Cristo, aunque no es la suya una zancada segura y altiva, sino un trastabilleo, un andar trémulo que el artista ha sugerido con la leve convergencia de sus rodillas, transmitiendo la sensación de que en cualquier momento el Redentor puede caer a tierra. Una sutileza que Yuste Navarro puede reflejar gracias a su dominio de la composición y del movimiento, una de sus más antiguas y probadas virtudes como imaginero, y que dibuja una bellísima perspectiva lateral de la obra, convincente en grado sumo y que se apoya en la minuciosidad obsesiva, también característica del autor, por lograr el verismo orgánico en la anatomía, tanto con la gubia como con el pincel; huyendo de excesos hiperrealistas en la búsqueda de un naturalismo cuya rotundidad enfatice la cercanía del Redentor y no suponga un mero entretenimiento sensorial. Un sentido de lo natural que también preside la composición y caída de la túnica despojada que Jesús arrastra sin decidirse a dejarla atrás, una túnica de lino, sin costuras, casi elevada a la categoría de reliquia por la profusión de huellas de padecimientos martiriales.

Justamente es en la recreación del castigo sufrido por Cristo donde se encuentran algunos ecos del dramatismo del mencionado Crucificado de la Expiración para Cieza, si bien, en este caso, es claro el empeño en evitar que lo llamativo del anecdotario pasional (especialmente terrible en la espalda, entumecida y cubierta de llagas) pueda eclipsar la clave comunicativa de la obra sacra, que discurre en un plano más íntimo, contemplativo y de profunda significación teológica.

El resultado de todo ello supone, en fin, una de las obras más equilibradas realizada por el autor ciezano hasta la fecha y acaso, por su irrenunciable magnetismo, la de mayor potencial devocional. Un Cristo Despojado que esquiva los modelos más populares de nuestro tiempo para erigirse como creación autónoma, absolutamente personal y sugestiva en grado sumo. Todo un logro para Antonio Jesús Yuste Navarro, al que ya se le espera con impaciencia ante el reto de componer un grupo escultórico procesional.

 

Nota de La Hornacina: acceso a la galería fotográfica de la obra a través del icono que encabeza la noticia.

 

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