50 AÑOS DE ARTE MODERNO ESPAÑOL
23/10/2006
En ambas colecciones barcelonesas está latente la calidad de las obras adquiridas: Rafael Tous, que fundamenta sus criterios de actuación en el apoyo a las propuestas artísticas más arriesgadas de cada momento, y una parte de la amplia colección conservada en El Conventet, de Carmen Godia. Ha sido editado un catálogo con textos de Arnau Puig, profesor emérito y catedrático de Estética de la Universidad Politécnica de Cataluña y miembro fundador del grupo Dau al Set, que analiza el momento artístico y las obras que forman parte de la exposición.
Los dos cuadros más antiguos pertenecen a Joan Miró (1936) y a Joaquín Torres García (1938) y están dando respuesta a una cuestión planteada entonces, como era la necesidad de narrar la cotidianeidad con un lenguaje vivo, activo, que implicase compromiso y acción. Francisco Bores no quiso lanzarse al abismo de las significaciones pero sí aportó el frescor de la modernidad a las imágenes. No fue ésta la actitud de Salvador Dalí ya que con sus imágenes surrealistas transcodificaba todo lo representado, y lo visto no es lo que se muestra sino lo sentido.
Fernando Zóbel, ya desde otro entorno, optó por una expresión directa semejante a la de la caligrafía. Joan Josep Tharrats seguía esos mismos derroteros de un arte que fuera sin significado comprometido con las circunstancias ya que las formas son suficientes para transmitir los ímpetus y las sensaciones. El mismo sendero seguiría Albert Ràfols Casamada, que optó por esa plasmación, visión directa de la sensibilidad, al verificar que al perder la anécdota las obras muestran el equilibrio entre lo que es y lo que se percibe.
Antoni Tàpies es uno de esos seres que atraviesan el mundo como si estuvieran poseídos de una rabia sentida
procedente de una causa ignota y que su necesidad vital es la de ponerla de manifiesto, plasmarla. ésa sería la
filosofía implícita en el grupo Dau al Set, que compartió con otros coetáneos suyos, como Modest Cuixart o Joan Ponç, en sus comienzos. Josep
Guinovart, nacido para la expresión plástica, enseguida encontró en lo real la médula de lo que debía ser la justificación de su obra, la calle, el entorno, en el sentido de acontecimiento y de circunstancia que disfraza, altera o camufla su contenido.
Manolo Millares trasladó la oscuridad mental del momento a sus monumentales arpilleras, hechas con harapos negros y manchados de rojo y blanco. Con otro lenguaje, no menos efectivo pero tal vez más sutil y delicado Luis Feito elaboraba sus ensamblajes amorfos, tupidos y sombríos con alguna que otra claridad. También Manuel Rivera buscó la manera personal de contar su visión y sentimiento del mundo. Rafael Canogar, que como los anteriores formó parte del grupo contestatario El Paso, optará circunstancialmente por un tipo de formalismo altamente simbólico,otorgando valores plásticos a la realidad de la cotidiana represión policial ciudadana. A Eduardo Arroyo le gusta más el realismo sintético de impacto por la imagen directa y sin remilgos de fidelidad natural; lo que importa es que la obra realizada incida en la mentalidad de quien la observa, que se dé cuenta inmediatamente de a qué mito alude.
En el último tercio del siglo XX, el tachismo informalista, el expresionismo dramático y el conceptualismo dieron paso a una nueva tendencia que recogía el pulso de la realidad colectiva con un lenguaje de consumo rápido. Equipo Crónica cumplió con este cometido. Se trataba de un grupo activo de artistas que más que copiar los acontecimientos lo que hacían era otorgarles imagen, hacerlos accesibles a la comprensión. Del Equipo Crónica surge después la escueta personalidad de Manolo Valdés. Aun otro artista, Artur Heras, va a seguir por el mismo sendero de mostrar la realidad bajo las imágenes pop, aquella alianza que permite el arte contemporáneo entre el cómic de consumir y tirar y la imagen para guardar en el museo.
En esa presentación de arte contemporáneo, el salto del Rubicón de intencionalidad y de formas lo aporta José María Sicilia y, desde una de las vertientes de la expresividad dramática, Jaume Plensa, que aparentemente no es un formalista pero sus recursos sucesivos se acercan mucho a este planteamiento. Cierra ese ciclo en torno a la sensibilidad estética de un país el trabajo de Miquel Barceló. Su obra se halla también instalada en esa gran lucha de cambio de concepto del soporte de la obra de arte y vacila entre los vericuetos de si el formalismo es suficiente para el goce estético o bien hay que aportar conjuntamente al signo formal la ineludible información social o psíquica.
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