NO ME LLAMES DOLORES, LLÁMAME LOLA
Jesús Abades (23/01/2023)
Retrato por José Luis López Saura |
Como la mayoría de celebridades españolas, la vida de Lola Flores no se vio libre de altibajos e ironías. Un ejemplo de cómo una señora ilustre podía tener una calle con su nombre sin que ello asegure que el día de mañana no vaya a sentarse en el banquillo de los acusados. Cometió fraude fiscal, en efecto, y tuvo que pagar 28 millones de pesetas por ello, mucho menos de lo previsto. No fue a la cárcel como otras, pero tampoco fue absuelta como muchas corruptas que han salido en limpio e incluso siguen ocupando escaños y puestos de poder con el único bagaje del robo y la estafa. Lo suyo fue una cabeza de turco en toda regla. Muchos pensamos que con su muerte se perdió el alma de la farándula más mediática, una especie de pellizco folklórico con sus luces y sombras que se echa cada vez más de menos. Y aunque seguro que es pura coincidencia, poco tiempo después de dejarnos se empezó a intoxicar el arte que ella representaba hasta convertirse en el mercadeo de alcobas que hoy copan los medios de masas. Si ahora mismo nos dijeran que un programa como "La máquina de la verdad", en el que Carmen Flores se sometió al electro canalla delante de su hermana para probar que no era hija suya, se hiciera hoy en día con idéntica sorna y entrañable tono autoparódico, no nos lo creeríamos por mucho que Julia Otero haya vuelto a la televisión. De hecho, muchos de los "homenajes" programados en 2005 para conmemorar el décimo aniversario del fallecimiento de "La Faraona", apodada así por la película mexicana que rodó cincuenta años antes con René Cardona y Agustín Lara, fueron un auténtico despropósito, optando entonces por airear amantes, enredos domésticos y rémoras familiares por encima de los impagables valores artísticos y humanos del personaje. Todo por las audiencias más oscuras aunque se saldara con un ultraje a su memoria. Afortunadamente, hoy, en el centenario de su nacimiento, la figura de Lola Flores no solo continúa más vigente que nunca, sino que se ve frecuentemente revalorizada como icono del flamenco, cantante, bailaora, recitadora y actriz, pese a que el cine siempre fue su asignatura pendiente según sus propias palabras. Lo del "ni canta, ni baila, pero no se la pierdan" se ha convertido en un bulo mayúsculo del siglo XX, seguramente tanto por no ser cierto, como porque el que lo escribió, si es que lo escribió, no tenía razón. Ahora hasta la reclaman como ejemplo de don de gentes y de pura química con el público, precursora del crowdfunding en España a raíz de sus problemas con Hacienda, y musa de la comunidad LGTB española por su transgresión y barroquismo. No cabe duda que se adelantó a su época y que, en tiempos misóginos y sexistas, consiguió una emancipación de género reservada solo para el masculino, por no hablar de la tremenda estocada que dio al racismo más patrio al presumir de gitana pura siendo solo cuarterona. No obstante, sigue siendo muy desconocida la faceta de Lola Flores como amante del arte y más aún su condición de pintora pese a que celebró varias exposiciones, individuales y colectivas, probablemente porque los críticos siempre se cebaron con ella; los más amables alababan el desparpajo seductor con el que vendía sus obras, y los más ásperos, que veían muchas veces en ella a una estrellona ególatra y trasnochada, decían que había que huir de sus brochazos como alma que lleva el diablo, como cuando expuso al lado de Cayetana de Alba, cuyas dotes pictóricas, también muy desconocidas, fueron por el contrario admiradas. El estilo de Lola Flores, aunque no tuviera su talento, seguía la estela naif de otra gran figura del flamenco, la bailaora Micaela Flores Amaya, "La Chunga", esta sí elogiada, y mucho, por los expertos en arte y hasta por maestros como Dalí, Alberti o Picasso, quien también está de aniversario en 2023. "La Faraona" siempre pasó de las críticas y siguió pintando sin rubor, y cuando le preguntaban sobre su "legado pictórico" pedía sonriente tranquilidad porque tenía muy claro que nunca iba a colgar ningún cuadro en el Museo del Prado. En estos detalles radicaba su grandeza humana, que junto con la profesional otorgada por su propio duende, seguirá manteniendo incólume su mito, así que pasen 300 años y venga lo que venga. |
Retrato por Antonio Montiel |