Y GALA SOBREVIVIÓ A QUINTERO

Jesús Abades (31/05/2023)


 

 

Con el título "No os molestéis, conozco la salida", Jesús Quintero hizo a Gala en 2013 la que se suponía iba a ser la última entrevista como el perro (verde, por supuesto, en su caso) y el gato (no menos verde) de ambos grandes amigos, aunque de cara a la galería les gustaba casi siempre montar un numerito tipo "La guerra de los Rose". El periodista onubense fue un maestro en lo suyo, con una ética y una manera de ejercer la profesión que se han extinguido con su pérdida, por mucho que Carlos del Amor y María Casado se esfuercen sin éxito en imitar los pasos de su legado. Pero como profeta, Quintero fue casi tan desastroso como empresario. En este caso, Gala no solo no falleció al poco tiempo, sino que le sobrevivió casi un año más. Hasta ganó a Dragó (otro de su "rat pack" mediático), al que ni el reishi ni la avidez lectora le dieron la longevidad a la que aspiró.

Sí llevaba razón Quintero en que Antonio Gala, antes que poeta, dramaturgo o columnista, fue sobre todo un orador. Uno de los picos de oro más grandes de España, como le llamaba Dragó. Pocos tan hipnóticos y con una labia que adornaba hasta los episodios más sórdidos de su vida (muchos) como si contara la catarsis de un melodrama rodado por Douglas Sirk. Míticas, por ejemplo, fueron sus "Trece noches" (también con Quintero y en un Canal Sur al que ya no reconoce ni la tele que lo parió), cuando, en plena irrupción de la telebasura en España, los dos montaron un espectáculo épico donde, a base de preguntas incisivas y respuestas admirables, diseccionaron con afilada sabiduría los gozos y las sombras de Andalucía, España y el mundo. Sus trece entregas fueron un oasis en una España convertida en portería donde el periodismo ya se había vuelto mercenario, según Quintero. El cenit de una serie de encuentros televisivos que incluso se llevó al formato del libro, aunque el resultado quedó un tanto mutilado porque sus carismáticas presencias y su don de lenguas se echaban en falta entre sus páginas. Por una vez en este país, la televisión le ganó el pulso a la literatura.

Pero quizás la mayor virtud de Gala estuvo en la reinvención de sí mismo. De un pasado apocalíptico mecido en tierras manchegas, con incursiones en el Arte y el Derecho y hasta una breve estancia monástica, Gala renació como escritor cordobés de pura cepa, rebelándose contra todo y contra todos en plena dictadura y asentándose como mano izquierda de la Editorial Planeta en ventas (Terenci era la derecha). Pasaron décadas antes de que se supieran sus orígenes y su verdadera edad. Retirado desde hace años (su última aparición pública fue en junio de 2018 con un aspecto en extremo demacrado), se mantuvo muy débil pero lúcido durante mucho tiempo hasta que, por fin, logró su tan anhelado encuentro (o al menos eso decía) con la dama de otoño, dejándonos una herencia de palabra y obra encomiable, una casa-museo fiel reflejo de su personalidad y una fundación de jóvenes artistas a la que definía como su criatura, ya huérfana de su figura pero jamás de sus convicciones.

 

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