DIVINAS PALABRAS

Jesús Abades


 

 
 

Conversión

Elena Montero
2019
100 x 85 cm
Óleo sobre lienzo

 

Contemplar la Hermandad de Montserrat en la calle introduce al espectador en el fecundo campo de las relaciones de la ciudad de Sevilla y las artes plásticas. Relaciones que, en este caso, se ven resaltadas por ofrecer unos valores que no sólo son admirados, sino también imitados hasta la saciedad.

No es casual que se atribuyan a esta antigua corporación los apelativos de exquisita, insigne o distinguida. La filiación con la nobleza es obvia y ha sido muchas veces comentada, lo que debe quedar claro también es el afán que siempre han tenido sus miembros por desplegar en la calle un cortejo impecable que entronca con el sentido estético del sevillano, nunca escindido de la relación de la imagen sagrada con el pueblo.

En este sentido, resulta ejemplar el paso de la Conversión del Buen Ladrón, reflejo del entusiasmo social con que son recibidas en Sevilla la traza monumental, la imagen de vestir y una divinidad humanizada que huye de la presencia hierática y distante con el público. Junto con las estatuas heroicas de Jesús crucificado y los dos ladrones, Dimas y Gestas, inmersas en un pasaje evangélico ya de por sí muy propicio a la grandiosidad dramática del barroco, la pequeña figura de María Magdalena se nos muestra bajo una humildad intimista, casi franciscana, a pesar de los ricos tejidos que la envuelven. Todas ellas encarnan modelos del natural, usurpados de la calle para representar una agonía sobrenatural por la redención humana o un dolor ascético que casi presagia las futuras mortificaciones en el desierto.

El uso de ornamentos decimonónicos alcanza uno de sus resultados más sofisticados en el paso de palio de la bella dolorosa que da título a la popular cofradía. Un paso que versiona modernamente las primitivas andas reales y se erige como uno de los símbolos de la urbe tradicional, la Sevilla opulenta a la vez que decadente como contrapunto a la ciudad moderna, considerada eminentemente funcional y despojada de la magia de antaño que cautiva desde los vericuetos y las esquinas de retablos y bugambillas. Una composición en la que priman los leones rampantes como fieros testigos de un pasado glorioso para la heráldica y que incluye elementos como la crestería, a modo de corona mural, y una miniatura del icono venerado en la abadía catalana para recordar sus años fundacionales, lo que le otorga un aire ecléctico, casi caprichoso.

Esta búsqueda de la perfección en ambos tronos tenía que corresponderse forzosamente con una escolta solemne donde, además, se conservan los motivos alegóricos de la Fe y la Santa Mujer Verónica, lo que enriquece el carácter ancestral e insólito de la procesión. De hecho, pese al luto riguroso que impone el Viernes Santo, se desprende de esta popular cofradía una cierta resistencia ante la fúnebre jornada que la hace especial y se manifiesta tanto en la titularidad de un Cristo vivo como en la exhuberancia de sus enseres, presagiando acaso el gozo venidero a partir del hallazgo del sepulcro vacío.

Contemplar la Hermandad de Montserrat en la calle supone disfrutar de una de las comitivas que mejor contiene la sugestión y la grandeza del arte sevillano. Es, en realidad, la culminación de una maestría ejercida en tres frentes distintos: la sobriedad, la opulencia y la mesura. Sus méritos son, por tanto, únicos.

 

Fotografía de Juan Antonio García Delgado

 

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