LA VIRGEN DE LOS DOLORES DEL PUENTE (MÁLAGA)
Jesús Abades
No puedo más que considerar a la Virgen de los Dolores del Puente como una obra muy importante dentro del patrimonio sacro malagueño, pues no es sólo una imagen antigua de notables quilates artísticos, sino también un magnífico ejemplo del personalísimo estilo que, bajo el influjo del maestro granadino Pedro de Mena, se desarrolló en la escultura religiosa de la ciudad andaluza durante la segunda mitad del siglo XVIII. Gracias a la labor investigadora del historiador Juan Antonio Sánchez López, logró ponerse nombre y apellidos al autor de esta Dolorosa y de otras cinco que integran los desfiles penitenciales malagueños. Todas ellas proceden de un mismo taller, tal y como adelantara Sánchez López hace diez años en su publicación El Alma de la Madera, que no es otro que el de la familia Asensio de la Cerda, oriundos de Cieza (Murcia) y emigrados a Málaga, al menos en 1727, fecha en que el patriarca Pedro labrara su primera escultura para la capital. Precisamente, es a Pedro Asensio de la Cerda a quien corresponde la hechura de la imagen que nos ocupa, y no sé si es por su falta total de atención a los cánones clásicos de belleza femenina, por sus carnaciones pálidas hasta la tenue transparencia o por hallarse representada en pleno sollozo, aunque aparentemente no exista apenas acción dramática que proporcione al espectador un mínimo vínculo donde agarrar sus emociones, que esta efigie en algunos aspectos es la imaginería pasionista en su forma más pura. Se trata de un ejemplo máximo de la fuerza del semblante a la hora de transmitir el sufrimiento interior a través de un modelado delicado e intimista. Junto a su condición de maestro escultor, hay que otorgar a Pedro Asensio de la Cerda la cualidad de precursor de unas maneras blandas e introspectivas que fueron seguidas tanto por sus propios hijos, Vicente y Antonio, como por imagineros de siglos posteriores en la provincia de Málaga. Los amantes del arte que pueden contemplarla en directo la recuerdan como una auténtica experiencia: además del impacto emocional que produce a primera vista, llaman poderosamente la atención su cargada conmoción, su facultad hipnótica y una profundidad de sentimientos única en la escultura sacra, antes y ahora. La conclusión a la que llega uno con este tipo de obras no es la intención de diálogo del icono con el público por parte del autor, sino una especie de compasión compartida a través de una angustia callada y ausente. Incomprendidas, menospreciadas e incluso retalladas algunas de ellas con infumables criterios de intervención durante buena parte del siglo XX, las Dolorosas de la recién documentada familia de imagineros dieciochescos son actualmente parte de las creaciones marianas más admiradas de la Semana Santa malagueña. |