SIEMPRE YOKO
Jesús Abades
La artista Yoko Ono realiza una reflexión sobre la violencia a través de una exposición en Berlín (titulada Das Gift, palabra esta última que significa "regalo" en inglés y "veneno" en alemán), en la que invita a los visitantes a interactuar con la obra para desahogarse del dolor y ser capaces de crear un mundo mejor. Aunque muchos puedan pensar lo contrario, esta señora japonesa -que suma ya 77 castañas a sus espaldas- no salió a la luz por su vinculación con el fenómeno Beatle, pues procedía de una de las familias más prestigiosas de su Tokyo natal; algo así como una versión nipona de los Botín, forrados hasta el kimono y muy vinculados a los fastos imperiales del sol naciente. Pese a su cómoda cuna, se vio obligada a sobrevivir en un búnker a los bombardeos atizados sobre oriente por Estados Unidos, país donde su padre ejercía funciones bancarias y al que se trasladaría cuando contaba 19 años de edad. A su intenso periplo familiar pre John Lennon, hay que sumar unas peripecias personales que, antes de cumplir los 33, edad en la que conoció al beatle, ya daban para mucho. Con 24 años, muy díscola frente al conservadurismo familiar y ya por entonces aprendiz de artista, se fuga y acaba casándose con un compositor japonés, del que se divorcia dos años más tarde para casarse con un aventurero americano, con el que tendría su primera hija. Luego vendría otro divorcio y su psicotrópico amor con el malogrado líder del Cuarteto de Liverpool, que le reportó otros dos hijos y del que no voy a comentar nada, pues océanos de tinta se han escrito ya en torno al maleficio artístico de Yoko Ono sobre el cantante, con incesantes acusaciones de mujer siniestra, oportunista, manipuladora, codiciosa y despiadada. Cierto es que Yoko Ono, pacifista, feminista y liberal como pocas, no es precisamente una santa; de hecho, tampoco diría nadie que tiene la candidez del Oso de la Casa Azul, pero ni mucho menos la maldad que muchos han querido endosarle. Quiso sinceramente al alucinado Lennon y, lejos de ser una influencia negativa para su arte, le dio la orientación vital que necesitaba para componer varias de las canciones más bellas de la historia de la música, pese a no verse acompañadas muchas veces de un éxito comercial. Tras el asesinato de John Lennon por un ultrafan en 1980 -que la destrozó-, tuvo que enfrentarse a su recuerdo y a unas críticas más duras que nunca, continuó con una faceta artística que nunca abandonó y llevó a cabo unas hipnóticas performances que, por fin, han sido justamente valoradas. Precisamente, en el año 2006, recibía en la ciudad de Valladolid el Premio Internacional de las Artes por sus más de 50 años de trabajo en el campo de las vanguardias experimentales. Galardón tardío pero merecido, que forma parte de una serie de recientes reconocimientos cuya celebración parece hecha para enmendar los errores que, durante mucho tiempo, se han cometido sobre una personalidad tan fascinante como arrolladora. Recuerdo que hace unos años, la jefa de redacción de una revista española de cine me comentaba su admiración por Yoko Ono a raíz de una entrevista multipersonal que varias celebrities de toda índole les concedieron. "Cuando se les preguntaba sobre sus conocimientos de cine español, prácticamente todos nombraban sólo a Pedro Almodóvar, y había quienes ni eso", me dijo, "pero ella nos hizo un ejemplar repaso de varios de los mejores directores del país, entre ellos Carlos Saura, además de declararse fan de Luis Buñuel y demostrar un rechazo total hacia ídolos del cine comercial americano como Steven Seagal". La misma Yoko Ono -Yōko Ono, en su traducción literal al japonés-, ahora al parecer felizmente reconciliada con su eterno enemigo Paul McCartney, cuenta lo siguiente respecto a su mala prensa: "A las mujeres siempre se nos acusa de ser el fin de las buenas cosas". Si a ello se le une un bagaje cultural de campanillas y llevar a gala el ser distinta a la mayoría, raro es que en los tiempos que corren se la hubiese calificado de otra manera. |