ANECDOTARIO DE ARTISTAS
EL INQUIETO VIAJERO DEL NORTE

Carlos Cid Priego


 

 

Fue el segundo y el más querido de 18 hermanos, además de un artista alemán comparable a los italianos en genialidad y vida agitada, aunque sus obras son más duras y sombrías. Contrariamente a los padres de muchos genios, que no suelen comprender el talento de sus hijos, el de Alberto Durero, nacido en Hungría, lo apreció bien temprano: le apartó pronto de su taller de platería para que estudiara a fondo las artes en el de Wolgemut, artista muy acreditado en Núremberg. Allí aprendió todo, desde la pintura al óleo a la talla en madera.

En los países del norte era costumbre que los jóvenes completaran su aprendizaje recorriendo muchas ciudades. Durero no fue una excepción. Eran penosas andanzas a pie recorriendo toda Europa, sin dinero, ni mapas de caminos, ni más equipaje que un hatillo a la espalda, en el que llevaban cuatro trapos, unos cuadernos de notas y, cuando se podía, unos mendrugos de pan duro y un poco de queso rancio. Dormían donde les cogía la noche: junto a un árbol, bajo el arco de un puente o en el quicio de una puerta. Encontrar un rincón en un pajar o un asiento a la lumbre en una casa de campo, era una dicha poco frecuente.

Así viajó Durero durante varios años, en tiempos donde no había libros y todo era preciso aprenderlo de boca de un maestro famoso y viendo la realidad. Cuando lo encontraban, trabajaban en su taller o se empleaban en cualquier oficio para poder comer, frecuentemente como peones en la catedral que construía la ciudad.

Durero, de temperamento muy inquieto, fue uno de los primeros artistas en darse cuenta que las prensas de la imprenta, descubierta hace pocos años por Gutenberg, servían también para la reproducción de grabados en metal. Sus grabados en cobre, madera y hierro son muy numerosos, llenos de fantasía misteriosa y fuerza emotiva. También fue orfebre, escultor, dibujante -se conservan bellísimos cuadernos de notas y dibujos que realizó en sus peregrinaciones artísticas- y un excelente pintor que hizo varios viajes a Francia, aprendió el arte de los flamencos en los Países Bajos y estuvo varias veces en Italia, donde quedó cautivado por el arte de los creadores del Renacimiento, la dulce luz de oro de Venecia y las montañas azules, cubiertas de pinos recortados, enclavadas en el norte del país mediterráneo.

Durero estaba enamorado de sí mismo, tal y como lo demuestran sus autorretratos en los que aparece con una hermosa belleza masculina, algo melancólica y enfermiza. No tuvo hijos en su matrimonio con Agnès Frey, a la que, según parece, se ha tachado falsamente de mujer endiablada cuyas exigencias y mal carácter le amargaron la vida. Fue muy querido por el emperador Maximiliano I, que le pensionó y le hizo muchos encargos.

 

Anterior entrega en este

 

Volver          Principal

www.lahornacina.com