Gaspar era hijo de don Antonio Becerra y doña María Padilla, habiendo nacido en la ciudad de Baeza (Jaén) el año 1520, sin que pueda fijarse el día con entera precisión. Desde muy niño mostró decidida inclinación a la escultura, modelando pequeñas estatuas de madera a las que daba el aspecto de las personas de su intimidad, con tal perfección que su padre decidió enviarlo a Roma, donde se dedicó a la pintura y a la escultura, siendo discípulo de Giorgio Vasari, que a su vez lo había sido de Miguel Ángel Buonarroti.

Una de las obras más importantes de Gaspar Becerra fue el retablo mayor en su totalidad (1563) -arquitectura, pintura y escultura- para la iglesia del monasterio madrileño de las Descalzas Reales. Este retablo desapareció por completo debido a un incendio producido el 15 de octubre de 1862 y tan solo se conserva, como fuente gráfica, un dibujo de la arquitectura en la Biblioteca Nacional de España. A partir de este dibujo, Azcárate observa en Becerra un rápido avance hacia el barroquismo en la rotura de frontones y encuadramiento de las escenas, como la persistencia en la afición a los desnudos en las virtudes sobre los frontones.

Realizado en mármol de Génova, el retablo albergaba diez pinturas sobre mármol negro. Según Antonio Ponz constaba de tres cuerpos: en medio del primero la Asunción de María sobre un trono de ángeles, el segundo tenía cuatro columnas compuestas y en medio un Calvario formado por Cristo crucificado, la Virgen y San Juan, por último, el tercer cuerpo formaba un nicho con frontispicio, y en él aparecía la Resurrección de Jesús.

Afortunadamente se conserva el Cristo yacente eucarístico que algunos autores han visto como precedente de los famosos modelos sobre el tema de Gregorio Fernández. La obra ejemplifica las características de las figuras de Becerra, tanto pictóricas como escultóricas: formas voluminosas y especial atención a la musculatura. Son figuras carnosas, con canon y proporciones similares a los usados por Juan de Juni y Alonso de Berruguete.

El yacente, de tamaño superior del natural -mide 198 cm de altura-, fue encargado también en 1563 para la institución monacal fundada por doña Juana de Austria. Su cadavérica apariencia causa un gran impacto al espectador, a lo que contribuye su sangrienta policromía y el detalle de mostrar la boca abierta y los ojos semiabiertos. Todo ello pretende reflejar la gran agonía sufrida por Jesús durante su martirio. Los músculos del cuello siguen tensos, creando una distorsión en el rostro que se extiende por toda la figura. Barba y cabello han sido trabajados con gran detallismo. La retorcida pose y la musculatura, concebida como una especie de bultos bajo la piel, son antinaturales y responden a la estética del Manierismo, visible también en las exageradas proporciones del torso frente a las extremidades, sobre todo manos, dedos y piernas.

El Cristo es una figura multifuncional: recrea el Santo Sepulcro dentro de una de las capillas del templo -cuya decoración pictórica a base de grisallas ha sido atribuida también a Becerra-, es un relicario para contener la sagrada forma, estando el receptáculo en la zona de la llaga del costado de donde brota abundantemente su sangre, y es también una figura procesional en Semana Santa -desfila el Viernes Santo dentro del claustro del monasterio gracias a una bula papal otorgada a las monjas descalzas de Gandía que fue transferida a las de Madrid-, siendo uno de los primeros yacentes de España realizados con fines procesionales.