ALONSO BERRUGUETE (I)
ECCE HOMO

José María de Azcárate


 

Especial con motivo del 450 aniversario de la muerte de Alonso Berruguete
(Paredes de Nava, hacia 1490 - Toledo, 1561), inimitable pintor y escultor que introdujo,
tras una larga formación en Italia, el Renacimiento en la estatuaria española.

 

 
 

 

En Castilla se asimila y transforma el Renacimiento italiano bajo la influencia de la castiza tradición artística, de forma más rápida y enérgica que en ningún otro país europeo, y esto realmente se consigue merced a un ambiente y a unos artistas geniales, que saben responder a las exigencias de la sociedad en que viven. Entre ellos, como es evidente, Berruguete es el más representativo, por su origen, por su formación, por su vida y por su obra, ya que supo crear un lenguaje formal apropiado a la espiritualidad de la tierra y del momento histórico.

Ahora bien, este sentido de la continuidad, del mantenimiento de la tradición, que es una de las constantes históricas de España, tiene en el aspecto artístico una manifestación concreta: el mantenimiento de la primacía de la expresión religiosa. En efecto, este arte al servicio de la religiosidad debía encontrar en la España del siglo XVI un ambiente en inmejorables condiciones para expresarse. Varias razones habían hecho que España fuese cabeza de la Cristiandad. Concretamente en Castilla se había mantenido la ortodoxia gracias a la labor reformadora del último tercio del siglo XV y principios del XVI. Al mismo tiempo, las guerras religiosas y los brotes de protestantismo habían determinado la aparición de un catolicismo consciente y combativo que comprendía, igualmente, la necesidad de una reforma general de la Iglesia dentro de la ortodoxia.

Por otra parte, la paradoja aparente estribaba en que, a la gloria terrena, no correspondía un acrecentamiento del bienestar material en ninguna de las esferas sociales. Surgía, por tanto, una ambivalencia entre la dura realidad circundante (que obligaba a la objetividad y a la sensatez, al sentido práctico para poder vivir) y el arraigado sentimiento religioso, que señala la contingencia de lo cotidiano, dando paso al subjetivismo al considerar el carácter secundario de la realidad material y que conduce al artista a dar la primacía a la idea que anida en su mente. En consecuencia, esta religiosidad del siglo XVI acentúa la tendencia evasiva de lo circundante, a buscar el yo como refugio, a la "parva propia magna" y a la afirmación del concepto de la total supremacía de los valores espirituales sobre la belleza material.

Este concepto religioso conduce en la escultura a determinar dos de sus aspectos fundamentales: de una parte, a la despreocupación por la belleza aparente de la figura; de otra, a la desproporción por la forma de hacer, por el buen oficio técnico, ya que lo se busca es el efecto expresivo, como es evidente en buena parte de los escultores de la escuela castellana. Así no es extraño ver en la producción de Berruguete figuras feas, maravillosamente feas, como el asombroso San Jerónimo del retablo de San Benito o el admirable Ecce Homo de la Iglesia de San Juan de Olmedo, que aún hoy desconcierta. En ambos el escultor tiene presente primordialmente las exigencias religiosas y reales, sin pretender hacer unas imágenes de devoción.

En efecto, es más ortodoxo el ascético San Jerónimo de Berruguete que el buscar en el santo un pretexto para una anatomía, como es frecuente y, de la misma manera, el realismo idealizado del Ecce Homo de Olmedo, determinado por el deseo de expresar, no el dolor físico de la Flagelación, ya pasada, sino el agotamiento humano y el dolor moral, que aún se agudiza si tenemos presente el sentido de los pasajes evangélicos respecto a la finalidad de la clámide, la corona de espinas y la caña.

La actitud inestable, de desequilibrio, se manifiesta en el Ecce Homo del Olmedo (hoy en el Museo Nacional Colegio San Gregorio de Valladolid), recurso para animar la figura heredado de Italia (como también el fluir de los paños o el alargadísimo canon), país donde Berruguete conformó su formación humana y le hizo percibir que el arte es algo más que un hacer, que es un pensar, que el arte no consiste en aplicar correcta o acertadamente unos colores o desbastar unos troncos, sino que lo fundamental es la idea, el concepto; es decir, lo mental, y que al fin y al cabo es el dibujo la esencia de todas las artes, su fundamento. Por esto no sorprenden los descuidos técnicos de Berruguete, percibidos en todo tiempo, ya que su prestigio ha de fundamentarse en sus condiciones intelectuales y en la expresión de la idea, que es lo esencial, mediante el dibujo.

 

Fotografía de Mauro Urdiales Alonso

 

FUENTES: DE AZCÁRATE RISTORI, José María. Alonso Berruguete, Valladolid, 1963, pp. 30-37 y 58-60.

 

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