DOLOROSAS EN BLANCO Y NEGRO - CÓRDOBA

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

     
     

La mascarilla de la Virgen de las Lágrimas en su Desamparo, modelada en barro cocido, presenta sumo interés. Su esmerado tratamiento se traduce en un gesto transido por el dolor y en unas bellas y angulosas facciones que no renuncian a reflejar una incipiente madurez en el rostro de María.

Los grandes ojos vítreos de esta obra, cuyas partes más antiguas podemos fechar en el último tercio del siglo XVII, se encuentran enmarcados por largas y oscuras pestañas postizas, y las siete lágrimas de cristal que se extienden por sus mejillas, símbolo de la devoción a los Siete Dolores de la Virgen, subrayan la aflicción que arrebata el semblante de la Señora.

Contribuyen a la distinción de su aspecto las cejas finamente pinceladas y los afilados perfiles de la nariz, los pómulos y el puntiagudo mentón. Un lamento parece surgir de los entreabiertos labios, perfilando su interior el anónimo escultor con gran detallismo. Frente a tales calidades, el redondeado cuello y las manos, abiertas para sostener los típicos atributos populares del manípulo y el santo rosario, ofrecen una mayor discreción en su hechura. Los tonos de sus carnaciones son marfileños.

La imagen, de candelero para vestir, mide 164 centímetros de altura, y consta documentalmente que ha sido restaurada por Rafael Díaz Fernández (1950); Manuel Camacho Melero (1978); Ignacio Torronteras Paz (1987), quien labró nuevo candelero y adelantó ligeramente el busto, y el restaurador Enrique Ortega Ortega, cuya actuación, realizada entre los años 2007 y 2008, se ajustó a intervenir el candelero, reparar un dedo dañado y añadir una pátina especial para realzar el brillo de su policromía.

Titular de la Cofradía de la Misericordia, con sede en la Basílica Pontificia de San Pedro y fusionada desde el año 2000 con la Hermandad de los Santos Mártires de Córdoba. La Dolorosa lleva en su salida procesional del Miércoles Santo palio y manto de terciopelo malva, con bordados en oro diseñados por Rafael Díaz Peno y confeccionados por las Madres Adoratrices de Córdoba (1959). Mención especial merecen los singulares respiraderos neobarrocos, realizados en madera dorada por Jenaro Álvaro de Miguel (1950) con tablas al óleo de Díaz Peno. Fueron ampliados por el mismo tallista en 1978, año en que también talló la peana de la Dolorosa siguiendo el diseño de los mismos. El actual dorado de los respiraderos es de Ángel Varo Pineda (2005).

 

Fotografía de Valentín Moyano

 

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