DOLOROSAS EN BLANCO Y NEGRO - GRANADA
Sergio Cabaco
Santa María de la Alhambra fue tallada sobre el año 1750 por el prestigioso escultor granadino Torcuato Ruiz del Peral (1708-1773). Su iconografía responde al tradicional pasaje de la Piedad o Sexta Angustia de María, con la Virgen sosteniendo el cadáver de Jesús en su regazo. La escena alcanzó gran repercusión en la ciudad de Granada desde el modelo establecido con su patrona; una talla atribuida al círculo de Gaspar Becerra (hacia 1560-1565) que, curiosamente, fue concebida en origen como pieza erguida e independiente. Esta representación escultórica, de 125 cm de altura, muestra el dramático momento esculpido en un mismo bloque de madera de encina. La Virgen, sentada sobre una gran roca, viste túnica roja, estofada en oro con motivos vegetales, y manto azul ribeteado por una ancha cenefa dorada, que parte desde su cabeza. La mirada de la Virgen se pierde en el cuerpo inerte del Hijo, llamando la atención el severo tratamiento de sus facciones. Fuera de todo expresionismo, presenta un dolor comedido, sin aspavientos pero no exento de dureza y fuerza conmovedora. Su boca se halla cerrada, con las comisuras de los labios hacia abajo, mostrando una tensa relajación que resalta el surco nasolabial. La pálida policromía acentúa la profundidad de sus abatidos ojos, de color marrón, quitando importancia a las cuatro lágrimas de cristal que surcan sus mejillas. Con la mano derecha, y con suma delicadeza, sujeta la cabeza de Jesús, mientras que con la izquierda intenta sostener su mano, siendo ya visibles en la misma livideces y contracciones post-mortem. La intencionada desproporción que muestra la talla de la Virgen con respecto a la del Hijo sirve para destacar la figura maternal de María en el mundo cristiano. La efigie cristífera es una magnifica recreación de un cuerpo violentamente torturado y sin vida tras la Crucifixión. La cabeza, con un rostro de marcados rasgos hebreos, se encuentra bruscamente inclinada; brusquedad que contrasta con la delicadeza con la que la Virgen la toma en su mano. Los ojos y labios del Varón, entreabiertos, reflejan la agonía sufrida en el madero. Su torso, tenso e hinchado, reposa en el regazo de la Madre, mientras que el resto del cuerpo, de impresión resbaladiza, queda en el suelo con los pies cruzados y las piernas todavía agarrotadas por la postura adoptada en el madero. El simulacro, restaurado en el año 2000 por Amelia Cruz e Inés Osuna, prescinde, por tanto, del regazo de la Madonna o de la camilla situada frente a la misma -recurso habitual en los modelos granadinos sobre el tema, como observamos en la Virgen de las Angustias de José Risueño del Palacio Arzobispal o en la de Agustín Vera que recibe culto en la Catedral de Granada- como altar divino para mostrar al Cordero sacrificado, logrando así una mayor cercanía y visibilidad de cara a los fieles. La talla de Jesús, carente de advocación, presenta también un impecable trabajo de policromía que insinúa levemente las huellas del martirio. Ello se justifica por la serena composición y el atenuado movimiento impuesto por el escultor accitano; perdiendo quizás el conjunto en teatralidad, pero ganando en impronta dramática y sentido de la tragedia, muy acorde todo ello con la sensibilidad religiosa española, de la cual Ruiz del Peral fue uno de los artífices que mejor la plasmaron en el campo de la escultura. El Redentor no muestra ninguna presea, mientras que la Virgen suele lucir espada clavada en el pecho y, tras su Coronación Canónica el 21 de mayo de 2000, corona de oro y plata del orfebre y escultor Miguel Moreno. Hay que destacar también dos elementos muy significativos que rodean este grupo escultórico, conservado en el templo granadino que lleva su nombre: la imponente cruz lisa y rectangular de taracea, de la que pende el sudario y que aparece a espaldas de la Virgen, y el paso procesional sobre el que desfila cada Sábado Santo, probablemente uno de los más originales de toda Andalucía. Dicho trono, labrado en plata, se inspira en los motivos nazaríes del Patio de los Leones de la Alhambra y tiene como remate cuatro faroles inconclusos en las esquinas. Formado por un total de 1734 piezas independientes, todos los arcos, pilastras y capiteles que ostenta se encuentran cincelados, tanto en su exterior como en su interior. Es una magnífica obra de Indalecio Ventura (1931) que fue restaurada en 1988 por Orfebrería Villarreal, taller sevillano donde se realizó nueve años antes el magnífico puñal de oro, plata y brillantes. |
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