DOLOROSAS EN BLANCO Y NEGRO - PIEDAD (MORTAJA)

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

     
     

La Virgen, titular de la Cofradía de la Sagrada Mortaja, inclina ligeramente la cabeza hacia la derecha y dirige su desconsolada mirada al maltrecho cuerpo del Hijo que reposa sobre su regazo. De acusado estilo roldanesco, su semblante encuentra analogías en los de la Virgen de la Esperanza Macarena, la Dolorosa de la Iglesia de San Alberto y la Virgen que figura en el retablo mayor de la Parroquia del Sagrario, todas ellas sevillanas y relacionadas con el maestro del barroco dinámico.

Labrada en el año 1676, en madera de cedro, posee unas grandes y maduras facciones que muestran el ceño muy fruncido en señal de intenso dolor, cejas pinceladas en la madera, ojos de cristal, pestañas postizas en los párpados superiores y finamente pintadas en los inferiores, clásico perfil, mejillas carnosas, hoyito bajo marcado, boca menuda con el labio superior muy picudo, dentadura tallada en la madera, redondeado mentón y notable papada que da paso a un cuello de sección tubular.

La Virgen, cuya altura es de 182 cm, lleva cinco lágrimas de cristal, tres en el lado izquierdo y dos en el derecho. Las carnaciones son nacaradas, con las cuencas orbitales enrojecidas por el llanto. Las manos aparecen extendidas sobre el pecho y el brazo izquierdo de Jesús, en actitud de sostener su cuerpo para amortajarlo. El candelero es de base cuadrada, típico de estos simulacros de la Sexta Angustia de María para vestir, y está formado por cuatro listones.

En 1868, un escultor anónimo reencarnó sus manos. Diecisiete años después, fue retocada por Manuel Gutiérrez Reyes, tal y como consta en una inscripción situada en el dorso. La intervención consistió en repolicromarla y añadirle los actuales ojos de cristal. La última restauración corrió a cargo de Juan Manuel Miñarro, quien realizó una actuación de limpieza y conservación, además de colocarle nuevas lágrimas y pestañas postizas y eliminarle un mediocre añadido vegetal que la imagen mariana poseía a modo de cabellera.

En opinión de los historiadores García de la Concha y Romero Mensaque, la imagen del Cristo que sostiene en su regazo, labrada en 1677 por Cristóbal Pérez, es una libre versión del primitivo titular, sin imprimir en ella la impronta goticista del conjunto (de pequeño tamaño, labrado en el XVI en terracota policromada y de procedencia centroeuropea) pero tampoco plasmando escrupulosamente las maneras del barroco dinámico que empleaban contemporáneos como Arce o Roldán.

El cuerpo inerte de Cristo, depositado en el regazo materno tras ser descendido del arbóreo madero, queda dispuesto para ser amortajado por la comitiva fúnebre. La cabeza, carente de potencias y corona de espinas, aparece caída hacia atrás y ladeada a la derecha. Cabello y barba, modelados a base de suaves ondas, se hallan partidos al centro, quedando despejada la oreja izquierda entre la abundante melena. El dramático rostro conserva el rictus de dolor y la boca desencajada por el violento fallecimiento. Los ojos, semicerrados, se encuentran policromados en la madera; la nariz es recta y en el pómulo izquierdo, muy huesudo, el espectador advierte una contusión sangrante. Se observan rigideces cadavéricas en los músculos del cuello y el hombro derecho del Varón, mientras que los brazos -alineados con el cuerpo-, las abiertas manos y el tórax aparecen relajados, con las costillas y los músculos epigástricos marcados y el vientre algo abultado. El paño de pureza es cordífero y forma un lazo en la cadera derecha, descubriendo el costado. Las piernas se disponen flexionadas sobre el lienzo, lo que también puede suponer que guardan cierta rigidez por la postura adoptada en la cruz. La imagen presenta actualmente los pies paralelos, aunque hasta el siglo XIX el derecho iba montado sobre el izquierdo. Las oscuras carnaciones presentan numerosas livideces, amoratamientos, manchas hipostáticas y regueros de sangre coagulada repartidos por el cuerpo.

El Cristo, labrado en madera de pino (155 cm de altura), fue restaurado por Fernando Díaz Reinoso (1864), quien modificó la posición de las piernas y repuso un dedo. En 1892 fue restaurado por manos anónimas. Juan Luis Guerrero (1915), debido a un incendio fortuito que afectó gravemente a la imagen, lo repolicromó de nuevo, reparó la mascarilla, restañó una fractura del brazo izquierdo y repuso dos dedos de esta mano. Por último, en el año 1994, Juan Manuel Miñarro eliminó repintes, fijó y limpió la policromía, eliminó elementos metálicos y estableció un nuevo sistema de sujeción de la talla.

San Juan Evangelista, las Tres Marías y los Santos Varones acompañan estas dos figuras. Todo el grupo ha sido recientemente atribuido a Pedro Roldán el Mozo (hacia 1700-1713) por García de la Concha y Romero Mensaque, basándose tanto en la condición de miembro de la cofradía del escultor como en las semejanzas con otras de su obras. En efecto, el parecido entre José de Arimatea con el Nazareno de Osuna (Sevilla) es evidente.

 

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