ALBERTO DURERO - OBRA SACRA
ADÁN Y EVA
09/05/2021
De vuelta en su ciudad natal, Alberto Durero se dedicó a la pintura y al estudio de las matemáticas. Aunque, al igual que los demás pintores del Alto Renacimiento, dedicó buena parte de su vasta producción a las historias sagradas, sus temas del Antiguo Testamento son escasos, y cuando los trata, como en la obra Adán y Eva del Museo Nacional del Prado de Madrid (1507), no es más que para excusarse del atrevimiento de concebir dos desnudos, los primeros en tamaño natural de la pintura alemana. La obra está firmada en un cartelito que cuelga de la rama cercana a Eva, con el monograma y una inscripción que reza: "Alebrtus Dürer Almanus faciebat post Virginis partum 1507 d.C.". Se desconoce el nombre del cliente, pero es probable que fuera un religioso-humanista que deseara una de las pocas representaciones de desnudos permitidas por la tradición religiosa. Entre los nombres propuestos se encuentran Johann Thurzo, obispo de Breslavia, citado en un testimonio contemporáneo como el comprador de un cuadro sobre el mismo tema por 120 florines del artista. Se conoce también que fueron propiedad de la reina Cristina de Suecia, quien se las regaló a Felipe IV de España. De las colecciones reales pasaron luego al Prado. |
Tres años separan estos desnudos, realizados por Durero al óleo sobre tabla (209 x 83 cm cada panel) como obras independientes para dar relevancia a las figuras y no a la temática, del grabado en cobre "Adán y Eva" (imagen inferior, 1504). La comparación entre ambas obras es harto ilustrativa. El grabado es el primer intento de Durero de acercarse a las leyes de la creación del cuerpo humano, leyes cuyo secreto se creía que poseían los antiguos. El conocimiento de Vitrubio le condujo al canon clásico de las ocho cabezas, resuelto con un contraposto de cuerpos en extremo preocupado por la anatomía. El paisaje, por su parte, denota una voluntad simbólica muy enraizada en lo medieval. El fresno, la higuera, la serpiente, el papagayo, el alce, el buey, el conejo, el gato, el ratoncillo... no hacen sino poner en relación el tema de la caída con el de los cuatro temperamentos. En los desnudos del Museo del Prado se puede observar cómo los elementos simbólicos y el entorno se reducen a lo estrictamente necesario para dar contexto a los cuerpos. El contraposto del grabado, aún patente en Adán, se convierte en dinamismo en la figura de Eva. Los contornos han perdido firmeza, la anatomía se ha suavizado, los cuerpos se han alargado y su presencia se ha hecho sensualmente sugestiva. Cada uno de ellos aparece sobre un fondo oscuro, de cuerpo entero y de pie sobre un suelo pedregoso. Eva está cerca del Árbol de la Vida y la serpiente le ofrece el fruto prohibido, que ella agarra sin mirar. En la otra tabla, Adán ya sostiene en la mano una rama con la fruta. Las hojas cubren las partes íntimas de ambas figuras. Eva posee el rostro redondeado y el cabello largo, a diferencia de los rasgos tradicionales del arte alemán; además, sus piernas cruzadas insinúan un dinamismo más marcado que el de Adán. Las obras tuvieron una resonancia notable, siendo copiadas varias veces. De entre las copias sobresale la de Hans Baldung Grien, que se encuentra ahora en la Galería de los Uffizi de Florencia. Fueron expuestas en 2010-2011 tras dos años de intensa restauración sobre sus superficies pictóricas y soportes. La intervención contó con la participación de un equipo de expertos internacionales, coordinados entre el Prado y la Getty Foundation de Los Ángeles, institución que financió la restauración de los delicados soportes de las dos pinturas, en uno de los cuales fue necesario aplicar ingeniosa solución técnica para su estabilización. |
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