LA OBRA DE JUAN GONZÁLEZ MORENO (VII)
CRUCIFICADO - SENDA DE ENMEDIO (MURCIA)

Jesús Abades


 

Al hablar de los artistas murcianos del siglo XX, conviene hacer siempre un alto en Juan González Moreno, pues las especiales características de su estilo lo diferencian claramente del resto de sus coetáneos de la Región de Murcia dedicados a la escultura sacra -Sánchez Lozano, Francisco Liza Alarcón, José Lozano Roca, etcétera-, los cuales presentan numerosas relaciones entre sí, una de las principales: las numerosas interpretaciones de los modelos salzillescos en su trayectoria.

Si Sánchez Lozano y el resto son autores supeditados a unas fórmulas preestablecidas, desde la ejecución de las figuras hasta su composición en el retablo o en el trono procesional -lo que ha contribuido mayormente a recuperar iconos perdidos en la Guerra Civil y a la popularización del arte de Salzillo y su escuela-, González Moreno, no menos dotado que ellos para la recreación de los prototipos barrocos, supera todos los yugos formales para acabar imponiendo un lenguaje propio, innovador pero en sorprendente y perfecta concordancia con la tradición del oficio.

González Moreno, al igual que otros contemporáneos como José Capuz, Mariano Benlliure, Julio Vicent Mengual o Antonio León Ortega -la mayoría de ellos levantinos o de marcada formación levantina-, es un imaginero espiritual y místico. Las creaciones religiosas de todos ellos, como hemos apuntado antes al mencionar la renovación impuesta por el murciano, están marcadas por una tradición de siglos, de la cual extraen unos planteamientos estéticos -especialmente desarrollados en la plena madurez de sus carreras artísticas- que enfrentan a la divinidad con la condición humana desposeída de todo artificio.

Dentro de la producción de Juan González Moreno, el sumamente estilizado Crucificado del Colegio de Jesús y María de Senda de Enmedio (Murcia, 1965) -cuya réplica en bronce y a menor tamaño se conserva en la iglesia del barrio murciano del Progreso- es, sencillamente, la depuración y la culminación de todo lo anterior.

Esta obra maestra tan poco conocida supone un perfecto ejemplo de la capacidad del escultor a la hora de conciliar costumbre y novedad, de forma que, pese a haber sido realizada dentro de la modernidad postconciliar del arte cristiano -en máximo apogeo por aquellas fechas-, su plástica, sabiamente estudiada, nos retrotrae a una religiosidad primitiva fruto de una naturaleza ancestral del hombre, intensamente relacionada con la atemporalidad de sus objetos de culto.

González Moreno, por entonces director de la Escuela de Artes y Oficios de Murcia -puesto que alcanzaría en 1963 y del que se jubilaría catorce años más tarde-, consigue el mérito de armonizar monumentalidad y elegancia, tarea difícil sin que conlleve la merma de uno de esos valores.

El resultado es una airosa figura de Cristo muerto en la cruz, dotada de volúmenes simplificados y alargadas proporciones -recurso utilizado en el arte románico y manierista y retomado en el siglo XX por artistas como Picasso o Giacometti para liberarse de la rigidez grecolatina-, lo cual, unido a la leve policromía que revela la verdad de la madera, otorga esa austeridad y espiritualidad tan deseadas por el autor en sus piezas de carácter sagrado. En este caso, una espiritualidad suprema hasta el punto de que el alma parece sobreponerse al cuerpo y el símbolo al simulacro.

También en Senda de Enmedio se encuentra un interesante altorrelieve de la Virgen con el Niño en el que González Moreno insiste en la sencillez y la simplificación del natural, creando una obra de una ingenuidad tan estudiada como subjetiva, propia del neofigurativismo que irrumpió con fuerza en el arte de los años 60. 

 

 

Fotografías de María del Carmen Cascales Martínez

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