LA OBRA DE JUAN GONZÁLEZ MORENO (Y XV)
ACERCAMIENTO A SU PERSONA

José María Falgas


 

Conocí a Juan González Moreno... quizá en el año 1947. Había expuesto una talla en la Sociedad Económica de Amigos del País y era el centro de reunión del pequeño grupo de artistas que por entonces se movían en Murcia.

Fui con Paco Fuentes y Antonio Laorden. Paco Fuentes, que era además vecino mío, me aconsejaba y animaba a pintar después de mis primeros intentos, y nos presentó.

Juan estaba atento a ese ambiente que se crea en las exposiciones y me hizo poco caso, pero aceptó que le enseñara lo que hacía. Fuentes ya me había dicho que era algo seco y muy autoritario, pero esta opinión venida de quien yo ya conocía por su franqueza, que no ocultaba la frustración que le suponía no poder vivir de la pintura, no me hizo sentir ningún prejuicio.

Al día siguiente, le llevé unos dibujos. Los tomó y siguió hablando con alguien que le acompañaba en aquel momento. Hablaba, miraba los dibujos, seguía hablando... al fin se detuvo, los miró con detenimiento y me espetó: "Está bien, pero no vuelvas a copiar una lámina. Enfréntate al natural. ¿Entiendes?... un yeso, unos cacharros, cualquier cosa... pero el natural".

Este consejo se me quedó grabado "como al fuego". Me lo dijo con tanta autoridad, con tal convicción, que me impresionó. Lo hice, y el resultado llega hasta hoy: mi dominio de la forma en el retrato.

Le volví a ver con motivo de la 1ª Bienal Hispanoamericana de Arte en Madrid. Yo ya estaba en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y todo mi deseo era quedarme en Madrid -la Murcia de entonces carecía de vida cultural-. El único que tenía trabajo en Murcia era él, llenando el vacío que había dejado la guerra al destruir multitud de imágenes religiosas.

Me sorprendía su conocimiento de la actualidad en cuanto a corrientes y teorías del arte contemporáneo. Él, que no salía de Murcia más que para algo muy concreto: un viaje a Italia, alguna escapada a Madrid... Le gustaba Murcia. Para él, el arte era una roca sobre la que se estrellan todos los vientos, y las corrientes que agitaban las modas no le preocupaban. Quería convertir la tierra de Murcia en barro para la escultura. Era apasionado y tenaz, muy sagaz. "La escultura es forma humana sensible y fiel", decía.

Pasaron los años. En 1963 exponía yo en la Asociación de la Prensa, en el local de la Plaza de la Cruz, y una tarde se presentó en la exposición. Venía solo. Estaba conmigo Don Jesús Frutos, que me posaba para un retrato. Era un Juan González Moreno sereno, tranquilo, como el hombre que ha alcanzado su propio equilibrio.

Me hizo una crítica dura y estimulante al mismo tiempo -sabía lo que decía-. Hablamos de la huerta de Murcia que empezaba a desaparecer, de gente joven que prometía mucho... "como tú", decía... Antonio Campillo, Paco Toledo, Hernandez Cano, Elisa Selquer, Pedro Pardo...

De nuevo pasaron los años. En 1979, Juan González Moreno exponía en Chys y yo en el patio de la Diputación mi Reencuentro con la Murcia Musulmana. Se sentía feliz. Había triunfado en Murcia, había sido profeta en su tierra. Se sonreía con socarronería. 

Nos volvimos a ver muchas veces en la Glorieta. Por las tardes, él se sentaba de forma que podía ver su Monumento al Cardenal Belluga. Se lo dije, sonrió y no dijo nada. Le añadí: "es la figura más popular en Murcia y el emplazamiento es un lugar en el corazón de esta ciudad". Siguió callado. Al fin me preguntó: "¿tú crees que alguien de los que están ahora aquí pasando la tarde me reconocería como el autor de esa figura?". Me desconcertó. Más tarde llegué a pensar si él se sentía solo en ese otoño de su vida.

 

Nota de La Hornacina Extraído de González Moreno, Recuerdos y Conversaciones.
Revista Los Coloraos. 2000.
Nuestro más sincero agradecimiento a todos aquellos que han
colaborado en este especial dedicado a la memoria del escultor Juan González Moreno.

 

 

Exposición Recóndito Sentimiento del 24 de abril al 9 de junio de 2008
en el Museo de Bellas Artes (MUBAM) y en la Iglesia de San Esteban de Murcia

 

Fotografía a color de Santiago Rodríguez López

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