JAPÓN: ARTE Y CULTURA (VII)
IKEBANA

Carlos Cid Priego


 

 

En ningún país tienen tanta importancia las flores como en Japón, donde se habla de ellas como seres humanos. Hay un complicado reglamento para colocarlas, diversos estilos y numerosas escuelas; cada color tiene su simbolismo, cada flor o parte se considera masculina o femenina o simboliza algo. Algunas no se deben emplear nunca, otras no pueden entrar en combinación con las de ciertos grupos. El ramo compuesto resulta un poema, cuyas palabras son el más delicioso de los simbolismos. Cualquier poesía japonesa refleja esa sensibilidad.

Puede decirse que las normas de la ornamentación floral en Japón (la palabra japonesa "ikebana" significa "adornar con flores vivas") fueron formuladas por la más popular de las escuelas de esta especialidad, la de Emhiu. Según ella, hay que buscar un acierto expresivo en las composiciones, porque el artista no es un mero copista de la Naturaleza, y todo lo que sale de sus manos debe expresar un sentimiento y una idea.

Al mismo tiempo, hay que presentar los elementos vegetales de manera que no contradigan el carácter que tienen naturalmente y observar incluso las leyes que imponen la estación y la localidad. No basta que una obra terminada tenga excelente aspecto frontal: debe ofrecerlo desde todos los puntos de vista. Finalmente, hay reglas respecto a la elección de los recipientes destinados a contener estas delicadas composiciones florales.

En las casas tradicionales japonesas hay un rincón lujoso, el tokuma, generalmente de piso laqueado y un poco más alto que el del resto de la vivienda, con una columna de madera preciosa, un kakemono (pintura o estampa sobre papel o seda que se cuelga verticalmente en la pared) y una composición floral. Allí se exponen los tesoros de arte de la casa. Es costumbre, cuando se recibe a alguien, que se le siente frente a las flores, que debe alabar con palabras precisas: de las rojas debe decir que son encantadoras; de las purpúreas, modestas, etcétera.

Hoy es algo reservado a ocasiones excepcionales, pero antiguamente, tras lo anterior, los dueños de la casa hacían el honor al invitado de ofrecerle improvisar una composición floral (ikebana); le traían un recipiente, agua, tijeras, flores y hojas. El invitado confesaba su ignorancia y decía que no era digno de la belleza del recipiente; entonces le dejaban solo y, cuando terminaba (con las tijeras depositadas junto a la composición, señal de modestia, para que le rectificaran los defectos) llamaba a los anfitriones y les esperaba serenamente. Cuando entraban prorrumpía en excusas por su torpeza, mientras los demás se deshacían en alabanzas.

Luego empezaba una larga conversación sobre la belleza del ramo de flores, acompañada de la ceremonia del té, ya estudiada en un anterior capítulo. Es una muestra del buen gusto y convivencia en torno a la más fugaz de las obras de Arte, con un refinamiento y poesía a la que aún no hemos llegado los occidentales.

 

 

"Cuando por fin un excelente protector aparecía frente a sus ojos, tan cerca que sólo necesitaba estirar la mano para tocarlo, Kanako sintió con desesperación que sus manos no podrían estirarse lo suficiente. Su rostro estaba mortalmente pálido y una pegajosa transpiración brotaba de su frente. El corazón humano es sorprendentemente mudable. A medida que el dolor de su abdomen se hacía más intenso, Kanako comprendió que cuanto había deseado con tanto fervor minutos atrás, perdía toda realidad y sólo quedaba reducido a un sueño pueril, irreal y fantástico. Mientras luchaba contra el palpitante e implacable dolor, pensó que, si abandonaba aquellas tontas ilusiones, sus sufrimientos cesarían de inmediato."

(Los Siete Puentes, Yukio Mishima).

 

FUENTES: A.A.V.V. "Japón", en El Arte Oriental, Barcelona, 1968, pp. 537-538.

 

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