A los ocho años de edad, José de Mora se trasladó con su padre, Bernardo, también escultor, a Granada, donde se formó en el taller paterno y coincidió con Alonso Cano, lo que resultó decisivo para su concepción de la escultura y el dominio del oficio. Impulsado por Cano, Mora se trasladó en 1667 a Madrid, donde trabajó con Sebastián de Herrera Barnuevo, a la sazón discípulo de Alonso Cano. En 1672, un año después de la muerte de Herrera Barnuevo, Mora fue nombrado escultor de cámara del rey Carlos II.

Tras alternar sus estancias en la corte y en Granada durante varios años, por advertirse en Mora desequilibrios mentales que le producían fuertes estados de depresión melancólica, en 1680 se instaló definitivamente en Granada. La boda con su prima Luisa de Mena cinco años más tarde le proporcionó cierta tranquilidad e ilusión por el trabajo, pero la muerte de su esposa en 1704 constituyó un duro golpe que sumergió a Mora en una especie de "locura pacífica", según Palomino, que paulatinamente fue apoderándose de su voluntad.

A su última época, cuando la enfermedad mental progresaba más rápidamente, Mora realizó, en esa línea de artista torturado, los bustos parejos del Ecce Homo y la Dolorosa del monasterio granadino de Santa Isabel la Real, donde en 1679 fue enterrado uno de sus hermanos, Francisco, quien no sabemos a ciencia cierta si pudo dedicarse también al arte de la escultura ya que murió muy joven y apenas se conocen datos de su vida.

Curiosamente, en Santa Isabel la Real también se conservan actualmente otras dos obras de Mora, San Pedro de Alcántara y San Pascual Bailón, de finales del siglo XVII o principios del XVIII. Ambas proceden del convento granadino de San Antonio de Padua y San Diego de Alcalá, desaparecido en el XIX y donde, según los hallazgos documentales de Gallego Burín, fueron enterrados José de Mora y su esposa de acuerdo con el testamento que ambos otorgaran en febrero de 1703. De dicho convento también procedía una de las mejores creaciones de José de Mora, la soberbia imagen del Cristo del Mayor Dolor o Cristo recogiendo las vestiduras después de la Flagelación (finales del XVII o principios del XVIII), perdida en 1932 en el incendio de la parroquia granadina del Salvador, adonde fue a parar tras la desamortización del cenobio.

Centrándonos en la Dolorosa de Santa Isabel la Real, vemos en esta obra la estilización que se observa en Mora después de la Soledad del Calvario; el rostro alargado, las cejas arqueadas, la nariz alargada y algo aguileña, y el trabajo del cabello y del manto que cubre la cabeza del busto de Santa Isabel la Real, denotan por parte del autor una inspiración más aguda y nerviosa que, aunque no pierde el equilibrio, se le adiciona el componente trágico que en esta época ya empieza a despuntar con caracteres extremos y desorbitados.

Antonio Calvo Castellón documentó en 1990 la tardía donación (1791) a Santa Isabel la Real de los dos bustos del Ecce-Homo y la Dolorosa realizados por José de Mora, con sus respectivas urnas, y que eran legado de la familia Martínez de Teva. Lo más interesante de ello es la tasación que, al respecto, realizó el escultor neoclásico Jaime Folch y que comportó una encendida admiración hacia el artista granadino casi setenta años después de su fallecimiento. Su valioso testimonio es muestra de la pervivencia de la fama de Mora, timbrado como escultor del rey, y del aprecio en la distancia de un artista imbuido ya de ideales ilustrados como Folch.