Resulta curioso que esta dolorosa, venerada como Nuestra Señora de los Dolores en el templo parroquial de San Ildefonso del municipio sevillano de Mairena del Aljarafe, haya pasado tan desapercibida y ello a pesar de que estamos hablando de una obra claramente adjudicable a la producción mariana de Gabriel de Astorga.

La trayectoria artística de este imaginero se encuadra en el periodo de 1850-1900, cuando se comienzan a poner las bases de la Semana Santa que conocemos hoy. Fue una época esplendorosa para el arte del bordado, pero no tanto para otras disciplinas como la escultura o la platería, cuyo desarrollo e importancia fue bastante menor, sobre todo si las comparamos con la sobresaliente producción de los dos siglos anteriores.

Sin duda, la figura que más destacó en el ámbito escultórico fue la de Gabriel de Astorga, quien continuó con la labor de su padre, y realizó buena parte de los encargos de la segunda mitad del siglo XIX, entre los que se encuentra sin lugar a dudas la dolorosa que nos ocupa, la cual fue restaurada hace tres años por Pedro Manzano Beltrán.

Los oscuros orígenes de la talla y el hecho precisamente de no ser la titular oficial de una hermandad de penitencia, a pesar de procesionar en ocasiones y recibir culto cada Viernes de Dolores con motivo de su festividad, pueden haber contribuido al citado desconocimiento en torno a su autoría.

Resultan muy evidentes las semejanzas de esta dolorosa con otras del autor como las Angustias de Marchena, la Antigua de Olivares o los Desamparados de Osuna, todas ellas en la provincia de Sevilla y caracterizadas, como hemos visto, por un dolor tan sereno como afilado que se refleja en los párpados entornados o la pálida policromía. El sello de Gabriel es reconocible también en rasgos como el peculiar trazado de las cejas y los labios carnosos y semicerrados.