MITOS GRECORROMANOS EN EL ARTE (I)
APOLO Y DAFNE

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

Especial sobre los temas mitológicos de Grecia, heredados
en su inmensa mayoría por el imperio romano, y recreados en las
artes de la pintura y la escultura a través de los tiempos.

 

 

El Mito

Apolo, hijo de Júpiter y Latona, era el dios griego que personificaba la luz del sol. Nacido en la isla cíclada de Delos, recibió también un extraordinario culto como protector del canto y de la poesía.

Cierto día, cuando atravesaba un bosque de laureles en Tesalia, Apolo vio a una blanca ninfa que paseaba solitaria a la luz de la luna. Era tan hermosa y sus ojos tan puros que Apolo quedó encantado con ella y se acercó para hablarle, pero la ninfa, asustada, huyó enseguida por entre la espesura del bosque.

Pese a los ruegos del dios, la ninfa, de nombre Dafne, siguió corriendo despavorida y aterrada; sin embargo, en un cierto punto, fallaron sus fuerzas y cayó exhausta al suelo, implorando su salvación a la Madre Tierra. Fue entonces cuando sus miembros se pusieron rígidos, sus brazos se transformaron en ramas y hojas, y su cuerpo adquirió la dureza de la corteza de un árbol. Dafne se convirtió así en una planta de perfumado laurel.

Apolo, que había llegado junto a ella y había asistido desesperado a su transformación, se arrodilló entre lamentos ante la ninfa, prometiendo no olvidarla jamás. Desde ese momento, el laurel fue su planta predilecta y una corona hecha con sus hojas comenzó a adornar los cabellos del dios, así como a ceñir las sienes de los guerreros y poetas gloriosos.

 

El Autor

Antonio Benci (¿1432-1433?-1498), apodado Antonio Pollaiolo, maravilloso pintor, escultor, grabador y orfebre florentino, quien realiza una composición hermosa e idílica que guarda notable conexión con una de sus creaciones más celebradas -Hércules y Anteo, conservada en la Galería de los Uffizi de Florencia (Italia)-, tanto en el movimiento de las figuras como en la concepción del paisaje, ésta última cercana al arte de Leonardo.

Apolo aparece representado como era usual en los pintores y escultores griegos; es decir, como un espléndido dios joven, bello e imberbe, con cabellos de oro flotando sobre los hombros y vaporosas vestiduras.

 

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