MARTÍNEZ MONTAÑÉS Y LA ESCUELA SEVILLANA DE ESCULTURA
JESÚS DE LA PASIÓN
13/04/2019
Esta es la única imagen procesional de penitencia que realizó el artista, aunque varios expertos dudan que fuera concebida con fines procesionales. Iconográficamente, representa el momento en que Jesús lleva la cruz a cuestas hacia el Gólgota. Es también la única escultura procesional de la Semana Santa de Sevilla que se puede adjudicar con seguridad a Juan Martínez Montañés. No hay documentación fehaciente al respecto, pero tenemos el testimonio de un fraile mercedario contemporáneo del artista, fray Juan Guerrero, posiblemente testigo presencial de los acontecimientos, quien no reprime su entusiasmo y admiración por la obra que, sin duda, debía llenar de orgullo a los religiosos mercedarios, en cuya iglesia conventual sevillana ya se hallaba establecida, en 1549, la Archicofradía Sacramental de Pasión:
Aunque Hernández Díaz, desde 1916, cree que se puede fechar, por comparación con imágenes del retablo de Santiponce, entre 1610 y 1615, lo cierto es que la famosa imagen de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, se admite que debió de realizarse algo después, entre 1618 y 1619, año este último en el que sí que consta documentalmente que ya estaba hecha. A propósito del encargo, se ha sugerido la presunta participación del cuñado del escultor, fray Juan de Salcedo y Sandoval, como mentor de los cofrades a la hora de recomendar el artista que había de labrar una nueva efigie del Nazareno más acorde con lo demandado por la "devotio moderna". La Archicofradía se instituyó como Hermandad de los Martirios y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, aunque en 1557 trocó el título por el de Hermandad y Cofradía de la Sagrada Pasión de Jesucristo por dos motivos: agregarse a la Santa Hermandad y Cofradía de la Pasión y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo -fundada en 1531, en Valladolid, si bien en Salamanca ya existía una fraternidad con idéntica advocación en 1340-, y ser la nueva denominación más adecuada al fogoso espíritu militante de la época, al tiempo que aparecía como una síntesis perfecta de los sufrimientos y padecimientos de Cristo en su tortuoso camino hacia la victoria final. |
Venerado en la capilla sacramental de la iglesia colegial del Divino Salvador, debe situarse como una pieza clave para entender la iconografía del Nazareno desde su creación hasta nuestros días. Presenta desbastados los brazos y el torso, mientras cabeza, antebrazos, manos, piernas y pies se encuentran perfectamente anatomizados. Hombros y codos tienen un sistema de articulación que permite variar la postura de las manos, ya sea para abrazar la cruz o para atarlas en actitud de Señor Cautivo en los actos religiosos. La magistral imagen está marcada por un claro clasicismo. Su paso firme y equilibrado transmite una visión idealizada de Cristo carente de patetismo, que invita más a la reflexión e introspección que a la compasión. Imagen en madera de cedro para vestir, sus medidas son 164 x 70 x 60 cm. Se ha concentrado su fuerza expresiva en la mansedumbre de su rostro, de inefable ternura en el perfecto acabado de su talla, admirando la suprema elegancia de sus manos, cuyos dedos apenas rozan el madero, y el sentido itinerante impreso a su pausado caminar, con el pie izquierdo firmemente asentado sobre la peana rocosa y el diestro levantado, permaneciendo el dedo primero como único punto de apoyo. Este tipo de composición fue usual en el manierismo italiano, preocupado por plasmar posturas elegantes e inestables con difíciles equilibrios. La excelente policromía logra efectos de intenso naturalismo y pudo ser realizada por Francisco Pacheco, colaborador de Montañés. Ha sufrido varias intervenciones a lo largo de su historia, destacando las realizadas por Cesáreo Ramos (1841), que repuso un dedo de una mano, y Carlos González de Eiris (1916), quien restauró dos dedos y talló un trozo del cabello, trabajado al más puro estilo montañesino con raya en medio y menudos rizos que se repiten en la barba, corta y bífida. En 1974, a raíz de la intervención de Peláez del Espino, se le suprime el Cirineo que llevaba en el paso por ocasionarle daños, algo con lo que muchos expertos no estuvieron de acuerdo. Entre 1995 y 1996, profesionales del IAPH eliminaron añadidos metálicos que afectaban a la estabilidad de la imagen, reforzaron los sistemas de ensamble introduciendo en distintas zonas de la escultura espigas de madera -que también se colocaron para asegurar la sujeción de la base de la escultura a la peana- y trataron la policromía eliminando la pátina artificial alterada, limpiando depósitos superficiales y fijando las zonas con levantamientos. Una vez realizada la escultura, su destino era el de convertirse en mito, lo que no tardaría en suceder ante las unánimes muestras de admiración que el prodigio montañesino lleva despertando desde el mismo instante de ser expuesto al culto. El erudito Antonio Palomino, además de vincular en 1725 la imagen al maestro alcalaíno, añadió la leyenda de que el escultor, completamente subyugado por la maravillosa estampa de su obra, salía a su encuentro por las calles de Sevilla durante su estación de penitencia en Semana Santa, leyenda plasmada a finales del siglo XIX en el famoso lienzo de Joaquín Turina conservado por la propia Archicofradía de Pasión. |
FUENTES Con información del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH). SÁNCHEZ LÓPEZ, Juan Antonio. "El Nazareno en la escultura barroca andaluza. Perspectivas de investigación desde la antropología, la iconografía y el arte", en La imagen devocional barroca. En torno al arte religioso en Sisante, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2010, pp. 173-174. PASSOLAS JÁUREGUI, Jaime y LÓPEZ-FE Y FIGUEROA, Carlos María. Juan Martínez Montañés. Estudios sobre el insigne escultor (volumen III de Grandes Maestros Andaluces), Tartessos, Sevilla, 2008, p. 169. RODA PEÑA, José. "La imagen de Nuestro Padre Jesús de la Pasión: un modelo para la iconografía del Nazareno en Sevilla", en Actas del Congreso Internacional "Cristóbal de Santa Catalina y las Cofradías de Jesús Nazareno", volumen II, Adisur, Córdoba, 1991, pp. 675-686. BERNALES BALLESTEROS, Jorge y GARCÍA DE LA CONCHA DELGADO, Federico. Imagineros andaluces de los siglos de oro, Editoriales Andaluzas Unidas, Sevilla, 1986, p. 43. |
Fotografías de Juan Antonio García Delgado
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