LAS GLORIAS DE MURILLO (IX)
MUCHACHA CON FLORES

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

 

La identidad de la adolescente retratada, famosa por su peculiar media sonrisa, ha sido objeto de muchas discusiones desde el siglo XVIII: para algunos se trata de una personificación de la Primavera, para otros una vendedora de flores, y hay opiniones que la ven como una gitana e incluso como una cortesana. Un pañuelo recoge su revuelto cabello, junto a una flor que la adorna, como es costumbre entre las mujeres andaluzas.

Una radiografía del cuadro reveló una imagen completamente diferente debajo de la superficie de la pintura: la mitad inferior visibilizó una figura de la Virgen María en una composición que corresponde casi exactamente a otra pintura de Murillo, la Inmaculada Concepción del Escorial, ahora en el Museo Nacional del Prado de Madrid. Esta es la primera vez que se encontró una evidencia de que el pintor sevillano reciclaba sus lienzos, y si bien la pintura del Prado no fue fechada por el artista, sabemos por los dibujos que sobrevivieron que Murillo estaba explorando variantes de esta composición a partir de 1664.

El cuadro, actualmente en la Dulwich Gallery de Londres, también es singular dentro de la trayectoria de Murillo por ser una de sus pocas pinturas de género que no están protagonizadas por niños, así como por la mirada de la retratada, sentada sobre un parapeto, que se cruza directamente con el espectador como si éste fuera un transeúnte al que ofrece risueña las flores que lleva en su chal.

La iluminación cálida y difusa y el manejo fluido e intuitivo de la paleta en este maravilloso óleo sobre lienzo (120,7 x 98,3 cm), particularmente en la falda y en las mangas recogidas del vestido de la muchacha, son muy características de la etapa de plenitud de Murillo, ligerísima e impresionista, sugiriendo una fecha que estaría entre 1665 y 1670. La coloración es una de las más bellas de toda la obra del pintor.

Como hemos comentado en una anterior entrega, en 1671, la única hija del pintor, Francisca María (1655-1710), que nació sorda, profesó en un convento dominico tomando el nombre de Sor Francisca María de Santa Rosa, después de Santa Rosa de Lima, la primera santo latinoamericana, beatificada en 1667 y canonizada tres años más tarde. Dadas estas conexiones, es tentador ver esta pintura como un retrato de la hija del pintor disfrazada de florista, cuyas rosas son un símbolo del nuevo nombre que ha tomado, combinando así en una sola imagen sus propias referencias religiosas y familiares, junto con alusiones a la esperanza y a los nuevos comienzos que acompañan a las representaciones alegóricas de la Primavera.

Otra interpretación relaciona las rosas con la fugacidad de la vida; como en el cuadro de Murillo ya han comenzado a deshojarse, podría identificarse con una especie de vanitas. Por último, un significado más rebuscado identifica la figura con una versión púdica de la cortesana romana Flora, escondiendo un mensaje amoroso moralizador con el fin de prevenir a la juventud de la época del peligro del amor ilícito.

 

FUENTES

Con información de la Dulwich Picture Gallery de Londres.

CORDERO, Miguel. "Las obras maestras", en Murillo, Milán, 2003, p. 160.

 

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