La diminuta imagen de Nuestra Señora del Pilar (36-38 cm), patrona de Zaragoza y de la Hispanidad, es una obra labrada en madera dorada y policromada cuya ejecución los historiadores Teodoro Ríos y Carmen Lacarra atribuyen a Juan de la Huerta (hacia 1435-1438), un escultor oriundo de la villa zaragozana de Daroca.

Se trata de una obra de estilo tardogótico e influencias borgoñonas cuyo material algunos autores identifican con el cedro, mientras otros se inclinan por la madera de un árbol frutal, posiblemente peral o tilo, muy usados en la época. De formas macizas y achaparradas, la Virgen sostiene sobre el brazo izquierdo al Niño Jesús, que sostiene un pájaro con la mano izquierda al tiempo que con la derecha recoge el manto de su madre.

Ambas figuras poseen cabellos dorados y bellos rostros de cautivador y enigmático semblante. Las partes doradas se extienden también a las vestiduras y a la corona de la Señora, tallada en la misma pieza, cuyos remates se han perdido con el tiempo.

En 1990 fue restaurada por el Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. La intervención consistió en la fijación de la policromía y el dorado, ennegrecidos por lo avanzado de su cronología; fijación de los fragmentos desprendidos; eliminación de xilófagos, depósitos de suciedad y repintes realizados con betún, y modificación del sistema de iluminación de la obra, hasta entonces perjudicial para su policromía.

La estatuilla descansa sobre el famoso pilar, considerado el original de la devoción. Según la tradición, el 2 de enero del año 40, la Virgen se apareció en carne mortal al apóstol Santiago y a un grupo de convertidos que se hallaban orando a orillas del Ebro y les manifestó su deseo de que se le diese culto para siempre en aquel lugar. Santiago y sus compañeros construyeron una capilla, que a través de la historia ha llegado a convertirse en la magnífica basílica donde permanece su imagen. El pilar es obra tallada en jaspe, de unos 177 cm de altura.