Nacido y establecido toda su vida en Jerez de la Frontera, salvo una estancia formativa en Madrid que duró casi diez años, Pinto Berraquero (1924-2004) fue un escultor de proyección internacional, cuyo estilo pasó del naturalismo a la abstracción, así como un reconocido imaginero de gran realismo y expresividad y un pintor que lo mismo dominaba el retrato que la potencia de la luz. En 2024 se cumple una doble efeméride: los 100 años de su nacimiento y los 20 de su muerte.

Francisco Pinto Berraquero fue el gran genio de la escultura jerezana del siglo XX, un completo artista que supo dominar perfectamente, por su formación y vocación, tanto la escultura, la imaginería, el dibujo como la pintura. Licenciado en Bellas Artes por Madrid, ejerció de escultor, imaginero, pintor y tallista, así como académico y subdirector de la Escuela de Arte de Jerez de la Frontera. Fue discípulo de Luis Marco Pérez, José Capuz y Juan Luis Vassallo, y también el profesor que enseñó a amar el arte a tantos jerezanos.

Era delicioso escuchar con la pasión que explicaba la historia del arte y especialmente cuando, dejando sus apuntes, se dedicaba a hablar de su experiencia personal, su gozo, su extremado placer, cuando, ante un trozo de madera, quitaba todo lo que para él sobraba y sacaba la maravilla que su genio había descubierto dentro.

Para El Puerto de Santa María, Pinto Berraquero realizó en 1961 una espléndida figura de Cristo orando en el huerto, titular de la hermandad de penitencia que lleva su nombre. Es imagen de candelero para vestir, que solo tiene completamente tallados y policromados el busto, las manos y las pies. Su composición se enmarca en los postulados barrocos y muestra a Jesús de rodillas, con los brazos extendidos y la mirada hacia lo alto, suplicando al Padre las fuerzas necesarias para el tormento que le aguarda durante su pasión y muerte en la cruz.

Pinto Berraquero talló también el primer ángel confortador del misterio de la Oración en el Huerto, obra que fue sustituida en 1970 por una magnífica escultura de talla completa, en madera de cedro policromada y estofada, del escultor e imaginero sanroqueño Luis Ortega Brú, quien la concibió como si estuviera envuelta en oro para simular la luz divina que irradia entre la amarga oscuridad de Getsemaní, una imagen que es pura inestabilidad y androginia por la depurada corporeidad que le confiere su carácter angélico.

El proyecto de Ortega Brú contemplaba también las tallas de los apóstoles Pedro, Juan y Santiago dormidos bajo un olivo. Lamentablemente, solo se pudo llevar a cabo en 1974 la efigie de Santiago, una obra que ha vuelto a procesionar ahora tras ser restaurada y completado este conjunto procesional con las nuevas figuras de los apóstoles Juan y Pedro (2023) que ha realizado el escultor e imaginero sevillano Darío Fernández inspirándose en el boceto inconcluso que Ortega Brú llevó a cabo para la referida corporación de penitencia.