Puget modeló en terracota este relieve (85,8 x 49,3 cm) que representa los últimos momentos de Cristo vivo en la cruz, cuya extrema tensión muestra uno de sus últimos esfuerzos para pronunciar su séptima y última palabra. La cabeza de Cristo descansa sobre su hombro derecho reflejando así su agotamiento.

A pesar de su poderosa anatomía, reflejo de su naturaleza sobrehumana incluso en los instantes de su agonía, estamos ante una escultura donde Jesús muestra su naturaleza más humana, no carente asimismo de sensualidad. El diseño del perizoma deja visible la parte superior del muslo y la ingle del lado derecho.

Los pies del crucificado no se fijan cruzados con un solo clavo, sino que descansan sobre el supedáneo. Su movimiento no tiene nada que ver con las exaltadas y dolorosas contorsiones de muchas de las obras de Puget, limitándose en este caso a un ligero balanceo del cuerpo y al vuelo del paño de pureza. El escultor parece haberse concentrado en el estudio anatómico y, sobre todo, en la expresión del rostro, sabedor de que el espectador se centrará en ella. Una expresión que evoca ternura y abandono.

Los abultados ojos vueltos al cielo delatan la extenuación propia en su lucha contra el dolor físico, pero todavía más la tristeza de este Dios hecho hombre cuyo amor es rechazado.

El fondo del relieve está formado por una especie de cielo nublado y tormentoso que parece evocado por pinceladas arremolinadas. No hay un marco narrativo para esta crucifixión, lo que la convierte en un drama atemporal, transportado al corazón de cada conciencia personal.

Este Cristo en la cruz entró en las colecciones del Museo del Louvre en 1982, procedente de una colección particular de Marsella. Fue Klaus Herding, uno de los mejores expertos de Puget, quien lo atribuyó a su producción y lo fechó entre 1660 y 1670, lo que prácticamente equivale a la etapa genovesa del escultor. Para Herding la obra combina el arte de Rubens y el de Duquesnoy con un modelo de fondo tomado de Algardi.