Esta magnífica escultura de San Francisco Javier fue asignada en 1936, aunque con interrogante, a Nicolás de Bussy, llegando a figurar en la gran exposición monográfica sobre el escultor estrasburgués que se celebró en 2003 en el Palacio Almudí de Murcia, pese a que en la década de 1950 fue atribuida a Nicolás Salzillo por el historiador López Jiménez, teoría refrendada recientemente por Fernández Labaña.

Según Labaña, la cabeza del santo jesuita es uno de los elementos que más datos nos puede aportar para la identificación del escultor, pues en ella residen estilemas que delatan claramente la mano de su artífice, como los singulares acabados caligráficos que dan forma a la cabellera, bigote y barba, derivados de su formación napolitana, que se dan en prácticamente toda su producción escultórica, ya sean hombres, mujeres o niños; siendo el principal elemento que lo distingue del resto.

No siendo el acabado de los cabellos lo que únicamente delata el arte del escultor formado en Nápoles, sino también, según el referido historiador, otros elementos presentes en la cabeza como la terminación de la boca -con el personal labio superior con su parte central en forma de pico- o la perfecta alineación de los dientes del maxilar superior -sin apenas espacio entre ellos-, hallando en el profundo horadado de los orificios nasales otro de los marcas que fielmente identifican las obras de este escultor, pues se trata de una singularidad presente en prácticamente toda su producción, y que al ser realizado con alguna herramienta muy concreta, dejaba en sus obras un acabado cónico muy característico, toda una pequeña firma.

Una autoría que se reafirma aún más, según Labaña, al examinar las orejas, elemento anatómico que el escultor de Capua realiza de una forma muy concreta y que, por sí mismo, permite distinguir a Nicolás Salzillo del resto de escultores. Orejas donde no aparece el característico agujero que presentan las verdaderas obras de Bussy.

El entrecejo de la escultura es otro elemento más que confirma y valida todo lo ya expuesto, ya que se trata de una peculiaridad que este artífice repite, una y otra vez, en cada una de sus esculturas de hombres adultos, lo que unido a las pequeñas marcas incisas con las que siempre decora las cejas, a las paralelas líneas que dan forma a las arrugas en la frente, o las serpenteantes venas que aparecen en las sienes, permiten corroborar, con nitidez, que estamos ante una obra tallada por Nicolás Salzillo.

Por otro lado, en el dorso de sus manos están talladas las características y personales venas serpenteantes que podemos encontrar en cada una de sus obras -manos por cierto con una particularidad muy llamativa, con dedos corazón y anular mucho más unidos que el resto- y en sus pies descalzos, hallamos las mismas formas anatómicas y venas que podemos ver en otras obras como el San Judas Tadeo, el Nazareno de la Merced o el demonio que se encuentra a los pies del San Miguel, con una "marca de la casa": la forma que presenta el dedo meñique, siempre reflejado como si estuviese ligeramente inflamado en su parte más alta.

Todo ello demuestra, desde el punto de vista del análisis formal, que nos encontramos claramente ante una talla realizada por Nicolás Salzillo, que poco o nada tiene de Nicolás de Bussy, aunque la cartela que, en la actualidad, presenta la obra a sus pies nos siga informando lo contrario.

Por último, Fernández Labaña aporta una fuente documental según la cual esta escultura de San Francisco Javier fue colocada en su capilla del templo murciano de San Bartolomé con posterioridad a 1716, siendo por tanto literalmente imposible que Bussy sea su autor, pues en ese preciso año, llevaba muerto diez años.