ÁNGEL AVILÉS
02/05/2022
Cristo ofreciéndose al Padre Eterno (Círculo de Antonio del Castillo, segunda mitad del siglo XVII) |
Ángel Avilés nació en 1842, en el seno de una familia de farmacéuticos originaria de Montoro, que estableció su farmacia en Córdoba en la Cuesta de Luján, lo que le posibilitó la posibilidad de disfrutar de una esmerada educación, cuyos conocimientos complementó con los de música y artes, como fue habitual en la época. Su padre, Francisco Avilés Cano (1805-1860), además de farmacéutico, cultivó la poesía. Casó en 1841 con Juana Merino Pulido (1811-1871) con la que tuvo siete hijos: Ángel, Matilde, Emilia, Elena, Francisco, Benito y Josefa. Francisco será farmacéutico, desempeñando la presidencia del Colegio Oficial de Farmacéuticos de Córdoba entre 1903 y 1910, y escribió varios trabajos literarios y científicos, entre ellos el titulado La Sierra de Córdoba (1906). Benito será médico y también escritor. Y Josefa pintó también de manera autodidacta, al igual que su sobrino Francisco, que en 1930 llegó a ser director de la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba. En 1854 realizó sus primeros estudios en el Instituto Provincial de Córdoba, donde se entusiasmó con el dibujo y la pintura. Cuando los termina, comienza a colaborar en la elaboración de la sección internacional de varias revistas y marcha a Granada a estudiar Derecho. En 1869 ingresa en la Real Academia de Córdoba con un discurso sobre William Shakesperare, aunque pronto se alejaría de la ciudad, circunstancia por la cual y hasta su fallecimiento, se le nombraría secretario de su comisión permanente en Madrid. El motivo fue su traslado a Perú al año siguiente, acompañando a un pariente encargado de organizar las Escuelas Normales de Magisterio. Su estancia allí se alargaría unos tres años, llegando a ser vicecónsul de España en Lima. A su vuelta se instala definitivamente en Madrid, donde en 1875, coincidiendo con la normalización de la vida política producida por la llegada al trono de Alfonso XIII, entra en el estudio de José Casado del Alisal y contacta con la Sociedad de Acuarelistas, lo que le permite estar en estrecho contacto con el mundillo intelectual y artístico del momento, haciendo amigos como Antonio Maura, Ricardo de Madrazo, Casimiro Sainz, Alejandro Ferrant, Francisco Domingo o Nicolás Mejía. Cuando Avilés llega a Manila en 1893, como director general de Administración Civil, se da cuenta de la necesidad que tenían las islas -entonces todavía en posesión de la corona española- de poner al día su potencial económico y su sistema cultural y educativo, así como de fomentar, de una manera más decidida, la actividad y proyección de sus artistas. Inmediatamente propuso a Antonio Maura, ahora ministro de Ultramar, la celebración de un certamen donde las Filipinas mostraran al resto del mundo sus avances técnicos, agrícolas e industriales, lo que aceptó con agrado, consultando la propuesta a los principales órganos políticos y económicos del territorio: Junta Central de Agricultura, Industria y Comercio, Cámara de Comercio, Real Sociedad Económica de Amigos del País y Consejo de Administración de Filipinas. Aunque diferían en la forma de hacerlo, todos coincidieron en la necesidad de hacer un gran certamen. Para su preparación y atracción de potenciales visitantes, y cuando se supo que China y Japón no concurrirían oficialmente, Avilés emprendió pronto un viaje a esos países para atraer a empresarios de manera individualizada, del que regresó el 13 de julio de 1894, de tal suerte que la llamada Exposición Regional de Filipinas pudo ser inaugurada oficialmente el 23 de enero de 1895, día de San Fernando. Fue montada en los terrenos que el Estado poseía en los alrededores de la Escuela de Agricultura de Manila, cuyo edificio sirvió de pabellón central. Avilés pronunció su discurso inaugural, que concluyó con elogios patrióticos al rey Alfonso XIII, a Antonio Maura, a Ramón Blanco Entrenas, capitán general de las islas, y al pueblo filipino. Es por ello que, formando parte de la donación realizada en 1922, se conserva un interesante conjunto de obras relacionadas con Filipinas y con dicho acontecimiento, no solo propias, sino también de los más importantes artífices isleños del momento, con los que el artista debió de tratar habitualmente, tanto allí como en España, ya que casi todos ellos se habían formado aquí y habían participado en diversas exposiciones organizadas años atrás en suelo ibérico. Entre estos destacan Lorenzo Rocha, Juan Luna, Félix Martínez o Miguel Zaragoza, de los que añadió obras a su colección privada, desconociéndose los procedimientos a través de los cuales llegaron a la misma, siendo las que aquí se exponen, las más interesantes. Además, durante sus travesías en barco para visitar los diferentes países orientales, Avilés practicó la acuarela, de los que nos han llegado algunos ejemplos fundamentalmente de paisajes marítimos realizados durante sus travesías en barco, tres de las cuales se conservan también en el mismo. |
Mujer filipina (Lorenzo de la Rocha, 1895) |
La colección formada por Ángel Avilés no fue la típica de un comprador o coleccionista al uso, pues si es verdad que pudo adquirir algunas obras de maestros antiguos, la mayor parte de ella estaba formada por obras de pequeño formato, lienzos grabados y dibujos, en la mayoría de los casos facilitadas o regaladas por artistas que fueron sus amigos, o bien conocidos en su entorno más próximo. La escultura u otros objetos artísticos, estaban prácticamente ausentes, por lo que resultaba fácil de guardar, o adaptar a una vivienda de reducidas dimensiones. Ente las obras de maestros antiguos había pinturas atribuidas a Antonio del Castillo, Juan Ribalta, Antonio Palomino, Francisco de Goya o Félix Lorente, mientras otras -la mayoría- se mantenían anónimas. Pero fue en el ámbito de sus contemporáneos donde la misma brillaba especialmente, dándose cita obras de Aureliano de Beruete, Carlos de Haes, Francisco Pradilla, Joaquín Sorolla, Ignacio Pinazo, José Garnelo, Gonzalo Bilbao, Ramón Casas, o el propio Julio Romero de Torres, del que poseyó un pequeño lienzo titulado "Viernes santo". También es de hacer notar la presencia de obras de pintores filipinos, derivadas de su relación directa con las islas. Pero cuando el número de obras de un solo artista sobrepasa más de la unidad hay que vincularlas a su relación de amistad. Así, además de varias acuarelas propias, destaca el conjunto de papeles debidos a los pinceles de Antonio Maura y a sus hermanos Francisco y Bartolomé, y a otros como José Casado del Alisal, Casimiro Sainz, Nicolás Mejías, los hermanos Zuloaga o Tomás Campuzano. Al carecer de descendencia, decidió donar parte de su biblioteca a la Biblioteca Municipal de Córdoba -a la que legaría 90 ejemplares de publicaciones filipinas y cubanas que hoy constituyen la Colección Ultramar- y su colección de obras de arte al Museo de Bellas Artes de Córdoba. De esta suerte, en 1922, dos años antes de su fallecimiento y previa aceptación de su Patronato, llegaron al mismo un conjunto de 433 piezas que se exhibieron en una sala que llevó su nombre, luego desaparecida con el tiempo. Por este motivo y el conjunto de sus méritos le fue concedida la Gran Cruz de Alfonso XII. Sin duda por motivos de conservación y almacenamiento, y porque en muchos fueron regalos de sus autores, la mayoría de las obras de su colección eran de pequeño formato, combinando fundamentalmente el papel con el lienzo, en obras no solo coetáneas, sino también de otros tiempos. Su donación permitió que, por primera vez, la llamada sección de arte moderno, que había comenzado a crear como director Enrique Romero de Torres hacia 1904, se viese notablemente incrementada con obras, en algunos casos, de primer nivel artístico. Se dedicó entonces una sala con su nombre para exhibir gran parte de este legado, que desapareció a finales del siglo pasado por los avatares del tiempo. |
Don Pedro Salvador Carmona y Doña María García Gómez (Manuel Salvador Carmona, hacia 1780) |
Desde su entrada en la política, a partir de 1880, Avilés se convierte en secretario de Adelardo López de Ayala (1828-1879), entonces Ministro de Ultramar, y luego también de Antonio Maura Montaner (1853-1925), miembro de una familia mallorquina de artistas y muy aficionado a la acuarela también como Avilés, con el que hará numerosos viajes culturales y artísticos. Pronto será nombrado diputado a cortes por el distrito de San Germán (Puerto Rico). Paralelamente, accede a importantes cargos en instituciones culturales.
A partir de 1886 ingresa en el Círculo de Bellas Artes, del que será socio fundador y honorario, participando en sucesivas exposiciones organizadas por el mismo y dictando en sendas conferencias sobre el retrato. En 1893, también entra en la Real Academia de San Fernando, donde diserta en su discurso de ingreso sobre la técnica de la acuarela, siendo contestado por Alejandro Ferrant. A ella dedicaría toda su vida, realizando su catálogo de las obras de arte y manteniéndose al frente de su biblioteca. A su vuelta de Filipinas publica en Madrid la mayor parte de su trabajos literarios: "Cantares cordobeses" (1898), "Madrigales y epigramas" (1901), "Sonetos y cantares" (1901) y "Metros varios" (1901). Deja de pintar de manera profesional o habitual desde 1907, tras haber obtenido una mención honorífica en la Exposición Internacional de 1892-1893 por una de sus acuarelas, y otra en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1896. Ángel Avilés pronuncia en el Senado varios discursos que serán publicados, entre ellos "Sobre Instrucción pública y Bellas Artes" el día 24 de diciembre de 1901, con el que conseguiría que la asignatura de Dibujo fuese oficial en los centros de enseñanza españoles, con las consiguientes mejoras para su profesorado, el cual le regala dos álbumes con trabajos originales como agradecimiento. En los mismos figuran, en diferentes modalidades, cincuenta pequeñas obras de otros tantos profesores españoles. |
Paisaje con un gallo (Félix Lorente, hacia 1700-1725) |
La exposición temporal Donación Avilés. Centenario (1922-2022) reúne cuarenta y dos obras y conmemora el centenario de esta singular donación. Esta muestra quiere conmemorar la donación realizada al Museo por Ángel Avilés Merino, prócer relevante de la cultura artística de su tiempo, que dos años antes de su fallecimiento ocurrido en Madrid, donó su colección de obras de arte al Museo Provincial de su ciudad natal, y un importante conjunto de libros sobre Cuba y Filipinas a su Biblioteca Municipal. La exposición se ofrece en la sala III del Museo de Bellas Artes de Córdoba hasta el 18 de septiembre de 2022. Dirección y horarios: Plaza del Potro, 1. Martes a sábado, de 09:00 a 21:00 horas; domingos y festivos de 09:00 a 15:00 horas. Lunes cerrado (excepto víspera de festivo, con horario de festivo) Abierto todos los festivos, incluso los locales. |
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