FRANCISCO ANTONIO RUIZ GIJÓN


 

Nacido en Utrera, en 1653. Se trasladó a Sevilla con su familia en 1660. Su formación académica comenzó en 1668, con sus estudios de dibujo escultórico en la Academia fundada por Murillo en la Casa-Lonja, donde fue alumno de Pedro Roldán. Para iniciarse en la práctica del oficio, entró al año siguiente en el taller de Andrés Cansino, del que se haría cargo en 1670 debido a la repentina muerte del escultor, llegando a casarse con su viuda y a concluir los encargos que Cansino tenía pendientes de entrega.

Su producción, aunque prolífica en su momento, no ha llegado hasta nosotros en el número y estado que hubiéramos deseado, a raíz de las númerosas pérdidas y alteraciones sufridas a lo largo del tiempo. Sus obras cumbres sigue siendo el portentoso Cirineo para la Cofradía de San Isidoro, considerado una de las mejores tallas secundarias de la Semana Santa sevillana, y el famoso Cristo de la Expiración (1682), popularmente llamado El Cachorro debido a la leyenda de su ejecución, supuestamente inspirada en un gitano moribundo que recibía dicho apodo. Con este Crucificado, Gijón alcanzaría una de las más perfectas simbiosis de la escultura religiosa universal al unir agonía con ingravidez y espiritualidad con una genial interpretación anatómica del sufrimiento de Jesús, cuidando hasta los más mínimos detalles de la premuerte como la palidez corneal o el henchido tórax a punto de exhalar el último suspiro. Otras obras pasionistas de Gijón son el Nazareno de Alcalá del Río (1671), su primera imagen documentada y muy lejos aun de su característico estilo; el Nazareno de Los Santos de Maimona, de gran similitud con El Cachorro; el Crucificado de los Vaqueros; los Evangelistas del paso de misterio de la Cofradía del Museo, y los cuatro Ángeles Pasionarios del paso de misterio de la Cofradía del Dulce Nombre, antaño de las Siete Palabras y hoy procesionando junto a dos copias más de los mismos, sacadas de puntos en 1945 por el escultor Manuel Echegoyán.

Entre sus imágenes de gloria merecen destacarse el grupo de Santa Ana y la Virgen Niña que recibe culto en la Parroquia de la Magdalena (1675-8); el San Antonio Abad para la iglesia del mismo nombre; las efigies de San José y Santa Rosa de Lima para la Iglesia de San Nicolás (1678); un San Clemente para la Sacramental de La Magdalena, recientemente identificado por Roda Peña, y la más famosa: la Divina Pastora de Santa Marina, realizada para vestir en 1704 (en la fotografía), un año antes de su fallecimiento.

Como tallista, nos dejó obras tan célebres como las canastillas de las cofradías del Gran Poder (1688) y El Amor (1694). Son un buen ejemplo de otro rasgo de Gijón, en este caso de tipo anécdótico y circunstancial: la creación de varios prototipos clásicos para el arte sacro español que, con los años, serían imitados hasta la saciedad dentro y fuera de la provincia sevillana.

 

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