VENTURA RODRÍGUEZ


 

 

El día de San Buenaventura de 1717 nacía en Ciempozuelos (Madrid) el primogénito de Antonio Rodríguez Pantoja y Jerónima Tizón de Espinosa. Se le bautizó en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena de esa localidad con el nombre del santo del día. El recién nacido, Buenaventura Rodríguez Tizón, pasaría a la historia como uno de los mayores arquitectos de la España del siglo XVIII: Ventura Rodríguez.

El arquitecto Ventura Rodríguez Tizón (1717-1785) comenzó su formación asistiendo como dibujante al siciliano Filippo Juvarra en el proyecto de un Real Palacio nuevo para Madrid. Fallecido Juvarra, actuó como delineador mayor y segundo arquitecto de la obra, siendo el primero el turinés Giovanni Battista Sacchetti, cuando el edificio definitivo estaba en fase de proyecto y ejecución sobre el solar del antiguo alcázar de los Austrias. En 1760, con Carlos III, Sacchetti y Rodríguez fueron cesados al frente de las obras de Palacio.

Don Ventura comienza a desarrollar sus propios proyectos a partir de 1743 y desde la fundación de la madrileña Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1752 fue uno de sus directores de Arquitectura, el único elegido dos veces director general por la corporación y por el monarca Carlos III. Fue también académico de la romana de San Lucas y de la valenciana de San Carlos.

Tras el fallecimiento de Sacchetti en 1764, recibe el nombramiento de arquitecto maestro mayor de obras y fuentes del Ayuntamiento de Madrid, de modo que todas las iniciativas ordenadoras y constructoras de la villa estarán bajo su control. Además, desde 1766 trabaja para el Consejo de Castilla como arquitecto y supervisor de las obras que se habían de construir en España con cargo al erario, lo cual explica que su producción sea tan abundante y dispersa, sin merma de la calidad artística de los resultados.

Su formación se había iniciado siendo todavía muy joven, en las obras reales de Aranjuez, y después en el palacio de Madrid, es decir, en los círculos de los maestros extranjeros, italianos y franceses que trabajaban en la corte española. En esos mismos años entró en contacto con la recién creada Junta Preparatoria que precedió a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, sustituyendo a Sachetti en la enseñanza de la Arquitectura.

Las obras de su primera etapa están influidas por la escuela barroca romana de Fontana, Maderno, Bernini y Borromini. Después comenzó a desarrollar una arquitectura más sobria, de claras referencias herrerianas, camino por el que fue avanzando hacia una depuración formal que caracteriza sus últimas obras.

La llegada de Sabatini a España separó a Ventura Rodríguez de los principales proyectos reales, pero su actividad no disminuyó al ser nombrado en 1764 Maestro Mayor de Obras y Fuentes de Madrid y al mismo tiempo estar muy ligado al Consejo de Castilla, en el que desarrolló una gran labor desde 1766 como Arquitecto Supervisor de las obras que se hacían en el país con cargo a los fondos públicos. Además, intervino desde 1773 en las obras eclesiásticas de protección real y trabajó también para particulares, ayuntamientos, cabildos catedralicios y parroquias, desarrollando su actividad por toda la geografía española.

 

 

El mejor resumen gráfico del legado de Ventura Rodríguez a Madrid lo podemos encontrar en el primer estado del plano que el geógrafo de los dominios de Carlos III, Tomás López, llevó a la estampa en 1785, con la planta de la villa tal como su arquitecto maestro mayor de obras y fuentes la dejó al morir en ese mismo año, aunque quedaran sin construir sus grandes proyectos para el Hospital General, San Francisco el Grande, el oratorio de San Felipe Neri, la iglesia de San Bernardo, la casa de Correos, la casa de la Inquisición y el peristilo semioval para el centro del Salón del Prado.

Según sus primeros biógrafos -Josef Moreno, Gaspar de Jovellanos y Juan Agustín Ceán-Bermúdez-, la envidia estorbó la ejecución de sus mejores ideas. Incluso su proyecto para el santuario de Covadonga quedó en los planos por culpa de la envidia y la incomprensión. Y sin embargo, para Jovellanos en 1788, "cuando llegó a la mitad el presente siglo, la gloria de nuestra arquitectura descansaba enteramente en sus obras".

Será Ceán-Bermúdez quien aporta en 1829 la más completa reseña de la producción de Ventura Rodríguez, al que identifica como "el restaurador de la arquitectura en España", a pesar de "la envidia y la actividad de émulos ignorantes, que sin dejar piedra por mover arrancan las obras de las manos del artista benemérito, que trabaja tranquilo en su estudio a la sombra de su opinión y de su virtud". La conclusión a la que llegan sus tres primeros biógrafos es la misma: en palabras de Ceán-Bermúdez, don Ventura "acabó de disipar del reino los errores que reinaban en la arquitectura hacía cerca de siglo y medio".

Los restos de Ventura Rodríguez, fallecido en 1785, descansan en la cripta de una de sus obras religiosas, la capilla de la Real Congregación de Arquitectos de Madrid, compartiendo nicho y lápida con la otra gloria de nuestra arquitectura de la Ilustración: Juan de Villanueva.

 

 

La política urbanística y edificatoria que Carlos III trae a Madrid en 1760 se puede resumir en tres aspectos: el primero, crear las infraestructuras necesarias para la limpieza, el empedrado y el alumbrado de las calles, iniciativas relacionadas con la salubridad pública que llegan hasta 1787, cuando el rey manda establecer cementerios en lugares ventilados de las afueras de las poblaciones. El segundo aspecto consiste en hermosear la periferia de la villa con nuevas puertas y fuentes monumentales, plantaciones de arbolado y nuevos caminos. El tercero, dotar a Madrid de nuevos edificios públicos según principios de conveniencia y utilidad y construidos con cargo al erario. Finalmente, en 1788 hubo un intento de favorecer la uniformidad de la muy desigual densidad edificatoria de las manzanas de Madrid, pero no cuajó en la necesaria ordenanza general.

Ventura Rodríguez ocupó el cargo de arquitecto maestro mayor de Madrid y de sus fuentes y viajes de aguas por nombramiento de 10 de diciembre de 1764. Desde entonces hasta su fallecimiento en 1785 sus informes serán decisivos para el trazado urbano de la villa, la revisión de sus alineaciones y la renovación de su caserío. Una de las principales competencias de don Ventura era informar las solicitudes de licencias municipales de edificación que hacían los interesados en construir. El proceso normal de este requisito obligado pasaba por presentar tal solicitud acompañada del dibujo de la fachada que se pensaba realizar; tras lo anterior, el secretario del Ayuntamiento requería el informe del arquitecto mayor y del comisario del cuartel en que se realizaría la obra y, a la vista de ambos, se decidía la concesión de licencia o la ejecución de otros trámites complementarios. Antes de emitir su informe y sus prevenciones, el arquitecto mayor tenía que asistir al acto de la tira de cuerdas, dando las medidas de ocupación del solar y fijando las alineaciones de sus fachadas en presencia del arquitecto o maestro de obras encargado de dirigir la ejecución y de un escribano que daba fe de lo ocurrido en ese acto.

Ventura Rodríguez asiste a un momento de consolidación interior del casco urbano de Madrid en el que la ciudad se renueva y crece en altura sin aumentar su perímetro, lo cual le obliga a reconsiderar las alineaciones de las calles en busca de la correcta dimensión y regularidad del trazado. Cada vez que se corrige una alineación es necesario que el arquitecto mayor valore el suelo que tiene que ceder el solar al municipio, y que corresponde al Ayuntamiento abonar al propietario, o el suelo público que Madrid obliga a comprar al constructor.

El puesto de arquitecto fontanero mayor está asociado al de arquitecto maestro mayor de obras de Madrid desde el año 1700 con Teodoro Árdemans, el primero en ejercerlos ambos, a quien siguieron, con el mismo doble empleo municipal, Pedro de Ribera, Juan Bautista Sachetti, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, Antonio López Aguado y Francisco Javier de Mariátegui, el último con las dos competencias.

Un capítulo básico del urbanismo madrileño, que sólo empezó a vislumbrar una posible solución en tiempos de Felipe V gracias a Teodoro Árdemans, afectaba a la obtención del agua potable de diferentes manantiales, su acometida a las redes de distribución y suministro, la evacuación de las aguas inmundas mediante otras redes de alcantarillado y el proyecto y el mantenimiento de las fuentes públicas. Con la Instrucción para el nuevo empedrado, y limpieza de las calles de Madrid, redactada por Francisco Sabatini y aprobada por Carlos III el 14 de mayo de 1761, y con las Reglas para dirigir y construir las cloacas, conductos y vertederos de aguas mayores y menores, que también el mismo Sabatini dicta y son aprobadas por dicho rey el 16 de noviembre siguiente, se tiene el marco normativo para la consecución de las soluciones al problema de la higiene urbana de la Villa y Corte. Ambas disposiciones aportaron ya resultados satisfactorios a finales de 1765.

Los diversos viajes de aguas, los arroyos, canalizados o no, que discurrían a la vista o soterrados y las intrincadas y separativas redes hidráulicas del subsuelo, todo ello constituía un problema muy complejo que estaba al cuidado del fontanero mayor de Madrid, garante de la renovación, la conservación y la eficacia del sistema, tanto por su utilidad para la salud pública como por el decoro urbano asociado a su buen funcionamiento.

 

 

El proyecto de renovación urbana más importante del reinado de Carlos III, el del paseo del Prado, se debió inicialmente al arquitecto e ingeniero militar José de Hermosilla en 1767. Consistía en dar forma a sus tres tramos, los prados de Recoletos, San Jerónimo y Atocha, mediante la plantación de árboles, la inclusión de fuentes y la canalización del arroyo que los recorría. El tramo del prado de San jerónimo tenía traza de hipódromo clásico y su espina central incluía una fuente en cada uno de los extremos de un canal de agua interrumpido por la presencia de otro hito monumental en el medio.

En 1775 el asunto quedó en manos de Ventura Rodríguez en calidad de arquitecto y fontanero mayor de Madrid y su proyecto estará influido por el de José de Hermosilla en cuanto a las plantaciones, pero con ideas propias muy perfeccionadas para las fuentes que lo adornarían y para un edificio central, no construido, que concibió como una columnaria gran exedra semioval implantada frente a la fuente de Apolo.

En este escenario urbano, formalizado mediante plantaciones de árboles que dibujan las líneas de un oblongo perímetro oval, creado al modo de los hipódromos griegos y romanos, las fuentes monumentales aportan un mensaje cargado de referencias a la Antigüedad mediante dioses que simbolizan el fuego, la tierra y el agua, ligados a la armonía de la Naturaleza y a su relación con el buen gobierno de la monarquía. Apolo-Helios, en el centro del prado de San Jerónimo, o Salón del Prado, simboliza el Sol que rige las estaciones, ya que es el dios de la luz, también de la luz de la razón, es decir, de la llama que ayuda a ver la verdad. La fuente de Apolo se presenta flanqueada por la fuente de la diosa Cibeles, protectora de la tierra fértil, y por la del dios Neptuno, que gobierna las aguas y los mares. El conjunto se completaba en el paseo de Atocha con las cuatro fuentes, junto al Real Jardín Botánico, coronadas por sendos tritones niños abrazados a un delfín, y por la popularmente llamada fuente de la Alcachofa, junto a la puerta de Atocha, en realidad una fuente dedicada al dios Tritón, hijo de Neptuno que calma las olas y las tempestades, acompañado de una nereida con la que sostiene el escudo de Madrid, con el oso y el madroño.

Con la excepción de la Roma papal, ninguna otra ciudad europea había desplegado hasta entonces en la periferia de su centro urbano unas fuentes monumentales de esplendor comparable y sin relación con fastuosos jardines regios, como los de Versalles o La Granja de San Ildefonso, sino vinculadas al uso cotidiano del paseo del Prado, donde se encuentra el mejor ejemplo del urbanismo y el ornato que Ventura Rodríguez legó a la Villa y Corte de Madrid: en sus fuentes se unieron lo útil y lo bello con el fin de crear una obra pública para solaz de los madrileños del pasado, del presente y del futuro. 

 

 

Ventura Rodríguez, fallecido en Madrid en 1785, fue un arquitecto marginado por la presencia de los artistas italianos en Madrid y la imposición de su barroquismo. Las obras de don Ventura, sin embargo, enlazan con la tradición más hispánica de los grandes constructores españoles desde el siglo XVI. El arquitecto Antonio Fernández Alba, comisario de la primera gran muestra dedicada a Ventura Rodríguez (Museo Municipal de Madrid, 1983) opina que es el arquitecto urbano del siglo XVIII, por su recuperación de los aspectos simbólicos y las concepciones urbanísticas en tratamientos de zona, como los jardines, donde trata de adecuar la imagen de una nueva ciudad con los modelos europeos de los grandes centros urbanos.

Pedro Navascués destaca la importancia de Ventura Rodríguez por ser un arquitecto representativo de un proceso de cambio y de evolución en la dialéctica barroco-clasicismo, desde un barroco cortesano hasta Juan de Herrera y el Escorial. Fue un trabajador infatigable en sus numerosas actividades, hasta el punto de que su nombre aparece en casi toda la geografía española. Su trabajo es algo más que un simple oficio o las técnicas de materiales, es un proceso de reflexión arquitectónica como actividad creadora. Tiene un talento poco común para el dibujo y es una lección muy actual sobre lo que es el diseño de arquitectura. Es un dibujo totalizador, con virtudes de artista, enormemente minucioso en el análisis de materiales y las soluciones constructivas. 

Fuera de Madrid el maestro llevó a cabo obras como el transparente de la catedral de Cuenca, el convento de los agustinos filipinos de Valladolid, el Real Colegio de Cirugía de Barcelona, los ayuntamientos de Haro, Toro y Burgos, y la fachada de la catedral de Pamplona.

Precisamente, la reciente catalogación del archivo de la catedral de Pamplona nos ha permitido conocer que el peso de la Academia de San Fernando fue determinante en la elección del arquitecto que trazaría su diseño, recayendo finalmente esta responsabilidad en don Ventura, quien delegó en el maestro Santos Ángel de Ochandátegui la dirección de la obra. La documentación ahora consultada, nos ha permitido también seguir paso a paso el interesante desarrollo de la construcción de la nueva fachada hasta su conclusión definitiva en el año 1800. Esta importantísima obra, proyectada en 1783, nos muestra el panorama de la arquitectura navarra en las últimas décadas del siglo y la entrada de unas nuevas formas artísticas dictadas desde la Real Academia de Bellas Artes de Madrid. La fachada se convirtió en el paradigma de la nueva arquitectura, muy alabada en los círculos ilustrados y duramente criticada por ciertos maestros locales todavía enraizados en la tradición barroca. Poco tiempo antes del encargo catedralicio, había estado en Pamplona para formar el proyecto de la canalización de aguas dulces a la ciudad desde los manantiales de Subiza.

Otra creación excepcional de Ventura Rodríguez fue la Santa Capilla del Pilar de Zaragoza, una arquitectura dentro de la propia arquitectura del templo, donde usa sus conocimientos de la arquitectura romana para dar una solución que debía contentar al cabildo y cumplir una serie de obligaciones como no alterar el lugar donde estaba situado el pilar de jaspe. Ventura Rodríguez acertó de lleno en su solución, usando el barroco romano como lenguaje unificador del templo y de la capilla. Diseñó además las fachadas exteriores del templo, que por cuestiones económicas no llegaron a realizarse, pero que sirvieron de modelo para el proyecto de fachada a la plaza del Pilar realizado entre 1942 y 1954 según proyecto neobarroco de Teodoro Ríos.

 

 

Con la exposición Ventura Rodríguez y Madrid, el Centro Cultural Conde Duque de Madrid (Conde Duque, 11) conmemora hasta el 23 de julio de 2017 a Ventura Rodríguez, don Ventura, funcionario municipal, maestro mayor de la Villa y fontanero mayor de sus viajes de agua y fuentes entre 1764 y 1785. Entre otras obras, padre de las fuentes de Cibeles, Apolo y Neptuno, diseñó la capilla del Palacio Real, la iglesia parroquial de San Marcos y ocupó el cargo de Director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (RABASF) de 1768 a 1771 y de 1775 a 1778. Esta exposición, comisariada por Pedro Moleón, Javier Ortega Vidal y José Luis Sancho, dos arquitectos y un historiador, nos presenta no sólo la importancia de sus trabajos como arquitecto sino también la prodigiosa capacidad que el maestro Ventura Rodríguez ostentaba para el dibujo. Las obras seleccionadas pertenecen en su totalidad al patrimonio documental y museístico de las colecciones municipales: el Archivo de la Villa, custodio de innumerables expedientes con los dibujos y dictámenes de don Ventura; el Museo de Historia; la Biblioteca Histórica Municipal y el Museo de San Isidro. El conjunto de todos ellos constituye una de las mayores colecciones de dibujos y proyectos que de este arquitecto se conservan en las distintas instituciones culturales de España. La muestra puede verse en la Sala Sur del Conde Duque. Horarios: martes a sábado, de 10:00 a 14:00 y de 17:30 a 21:00 horas; domingos y festivos, de 10:30 a 14:00 horas.

 

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